Fue mi admirada y soñada Ana Belén la que me descubrió hace apenas tres años, su pulso firme y su mirada: la de una mujer que trata siempre de arañar la superficie del mundo que vivimos para extraer, con arte y con palabras, las sutiles enredaderas de las relaciones emocionales - y, por tanto, políticas - que nos definen como seres humanos.