La instrumentalización de los refugiados refleja, por desgracia, el cinismo tanto de Erdogan como de Europa en la gestión de la crisis. Y también afecta a la credibilidad de la aparente generosidad de Turquía hacia los sirios.
Hemos fallado a la gente de Alepo una y otra vez, pero todavía no es demasiado tarde: podemos actuar y ayudar a las personas que buscan asilo. La comunidad internacional tiene que hacer todo lo posible para proteger a los más vulnerables. Ellos siguen sufriendo mientras que el resto del mundo se queda de brazos cruzados.
Llevamos mucho tiempo viendo cómo se viola el derecho internacional. Llevamos mucho tiempo viendo cómo los colegios son escenario de guerra y cómo los niños participan en ella. Si no hacemos que los culpables asuman la responsabilidad de sus actos, la situación volverá a repetirse.
La clave para un futuro pacífico es hermanar a los ciudadanos para diseñar un modelo de gobierno que represente a todos los grupos. En Rojava, una región del norte de Siria, lleva años funcionando un sistema de estas características. Allí, los kurdos introdujeron un sistema de democracia directa o democracia de proximidad.
Los arquitectos cualificados no están reconstruyendo Siria, sino conduciendo ambulancias. Los dentistas están en las calles sacando a gente de los escombros y proporcionándoles primeros auxilios. Estos voluntarios no son un daño colateral. No deben ser el objetivo de los ataques. Haya o no alto el fuego, las normas del Derecho internacional humanitario siguen aplicándose.
¿La victoria sobre los tanques llevará a Turquía a un nuevo ciclo de violencia y autoritarismo? ¿O será la llamada de atención que necesitaban las fuerzas moderadas para devolver a Erdogan, que confirmó su gran fuerza y su debilidad, hacia una ruta sensata?
Este año, las Naciones Unidas elegirán a su próximo secretario general. Necesitamos al mejor candidato posible para el empleo. Con frecuencia se dice que éste es el empleo más imposible del mundo. Y, habida cuenta de los expedientes que asumirá el próximo secretario general de las Naciones Unidas el 1 de enero de 2017, es fácil comprender por qué.
Hace cinco años no creía en el aborto ni en la pena de muerte. Odiaba las armas y la violencia y pensaba que los cambios se consiguen por medio del amor. Hoy en día ya no sé ni en qué creo. Es la guerra. Vivimos entre la vida y la muerte. O tienes un potente instinto de supervivencia que te lleva a la muerte del enemigo, o te rindes.