Como padres, tenemos que confiar en nuestro instinto y hacer lo que sea mejor para nuestros hijos independientemente de lo que la gente diga. Me dan escalofríos al pensar en lo que sería de ella ahora si hubiera hecho caso a las buenas intenciones de su padre y no hubiera invadido su privacidad.
El iPhone 5 de Sayed Farook se ha convertido en la pista clave del FBI para investigar la relación del atentado de San Bernardino con el terrorismo yihadista; y por eso una jueza federal de Estados Unidos ha ordenado a Apple desbloquear ese móvil. El gobierno aduce que es por seguridad ante la amenaza de terrorismo. Pero el nuevo software, en las manos equivocadas, podría desbloquear cualquier otro iPhone. Es por eso que Apple se ha opuesto a la orden, considerándola una amenaza para la privacidad de sus clientes.
¿Quién no se ha arrepentido tras mandar un mensaje? ¿Quién no ha perdido algún amigo o amor por un mensaje mal entendido? O lo peor, ¿quién no ha compartido, sin quererlo, alguna confidencia, enviándola por error a otros destinatarios? Imaginen al rey Salomón y a Yahvé manteniendo una conversación por WhatsApp.
Hace falta contemplar y discutir la protección de esa figura que se conoce con la locución inglesa del whistleblower, el delator, el confidente o denunciante de una situación que potencialmente llega a casos de corrupción, atentados contra la seguridad nacional y delitos medioambientales, económicos o fiscales.
No dudo que se pueda investigar y hacer buenas cosas con información médica vendida a empresas, pero veo también que un uso comercial o lucrativo con pocos escrúpulos puede hacer mucho daño. Si con un par de tuits se puede destrozar la carrera política de cualquiera, imaginen lo que podría hacerse si tuviéramos acceso a sus datos médicos.