Resulta extraño salir de los Pirineos sin Alberto Contador (Tinkoff), solo retirado en otra ocasión, hace dos años por una caída. Dolido en sus huesos desde la primera etapa y frustrado ante el sinsentido de un equipo sin cabeza, el de Pinto dijo adiós a una de sus últimas oportunidades de ganar la ronda gala y deja a los aficionados sin el gran animador de la carrera.
Si ya es un tópico decir que los ciclistas están hechos de otra pasta, aún deberíamos crear una subcategoría para definir a los sprinters, verdaderas rara avis dentro del pelotón, corredores que se alejan del estereotipo de cuerpos hiperdefinidos y que consiguen mayor número de victorias que los grandes campeones.
Alejandro Valverde, Joaquim Rodríguez y Samuel Sánchez son, en ausencia de Contador, lo que queda de una generación dorada que ha situando a nuestro país a la cabeza del ciclismo internacional. Una edad de oro que se asoma a su derrumbe, como literalmente vaticinaba hace pocos días Perico Delgado
Alejandro Valverde, el siempre agresivo y valiente corredor español, rompió a llorar en la meta de Alpe d'Huez. Él, que lo ha ganado casi todo, repetía que este podio es lo que había perseguido toda su vida. Era el sueño de un niño de un pequeño pueblo de Murcia llano y caluroso.
Los Alpes son la última frontera de este Tour de Francia, la que separa el territorio del dolor en las escarpadas cumbres al de la gloria en los Campos Elíseos. Más que nunca, en esta edición se cumplirá la sentencia que da como vencedor en París a quien sale de amarillo en Alpe d'Huez.