El papa Prevost y la ética laica
Muchos de quienes mantuvimos posiciones beligerantes contra una Iglesia Católica que, en el caso español, fue cómplice de la dictadura, sentimos franca satisfacción al advertir el cambio profundo que registra El Vaticano.

Durante la última etapa de la historia del planeta, ha tenido lugar una intensa globalización debida particularmente a los avances tecnológicos (las tics) que sin embargo, lejos de loque se temió en determinado momento, no nos ha aproximado al ‘pensamiento único’ sino al contrario: ha reproducido el viejo modelo de profunda confrontación dialéctica entre dos opciones opuestas, enemistadas entre sí. Con la particularidad de que si durante la Edad Moderna la Iglesia Católica era una rémora que desempeñó un papel relevante en el proceso político y social, hoy ese ascendiente está muy mermado, si no desaparecido.
El Papa Francisco se percató de esta situación del mundo, que se caracterizaba por una reanudación de la guerra fría aunque con otros actores. Uno de ellos fue el consenso socialdemócrata occidental, progresista, que fue protagonista de la dilatada posguerra, que permitió alumbrar la Unión Europea —una nueva potencia en liza—, y cuyo último exponente en los Estados Unidos fue Biden. El otro actor fue el populismo sin alma, decidido a recuperar el liderazgo de las elites, radicalmente contrario a la inmigración y enemigo por sistema de todas las. minorías. En este lugar se ubican el MAGA —los promotores trumpistas del Make America Great Again—, los grandes poderes económicos USA, los neofascismos europeos.
El mundo occidental es laico y racionalista, pero el papa Francisco, que se ubicó en el lugar correcto en esta insidiosa dicotomía, consiguió una elevada audiencia por el procedimiento de presionar en la dirección adecuada, que tenía pocos valedores encumbrados. Puede decirse que el anterior jefe de la Iglesia fue el principal defensor político de los flujos migratorios de índole política o socioeconómica, que tienen hoy la brutal oposición de Trump y que tampoco cuentan con las simpatías europeas.
En este pleito, la muerte de Francisco ha sido vista por Trump como una oportunidad, y por esto ha tratado de interferir en el proceso sucesorio, acudiendo a las exequias del difunto y presionando sobre quienes habían de tomar la decisión en el cónclave. La mayoría de los cardenales norteamericanos son de su cuerda, pero el colegio de cardenales, renovado por Francisco en estos últimos años, ha apoyado precisamente a la bestia negra de Trump, al personaje que ha dedicado su vida a los hispanos —la minoría más detestada por Trump, junto a la negra—, que muestra inquietudes sociales admirables y que con más énfasis enarbola la declaración universal de los Derechos Humanos, que protege el destino incierto de los migrantes.
La jugada de la Iglesia debe ser sincera, aunque es innegable la existencia en ella de una minoría beligerante alineada con lo que Trump es y representa en el mundo—, pero aunque no lo fuera, su opción es inteligente, ya que la única manera que tenía Roma de salir de la irrelevancia era alinearse con los criterios esenciales de la moral laica, que, además de asentarse en le derecho natural, se apoyan en las evidencias históricas. La cultura occidental, que ha moldeado a las sociedades de nuestros países, ha reforzado unos criterios morales ilustrados —libertad, igualdad, fraternidad— que son los que manejamos los extensos núcleos ciudadanos agnósticos de los países de nuestros ámbitos.
León XIII —pontífice entre 1878 y 2003— con su Rérum Novarum, fundó en la práctica la democracia cristiana, una opción ideológica de izquierdas que no sobrevivió a la guerra fría pero que hoy, revisitada, sorprende porque abarca muchas de las posiciones que la laicidad democrática contiene actualmente. León XIV, quien ha marcado una línea de continuidad con aquel papa, es objetivamente un aliado de los enemigos de Trump, de los herederos de los nazis, de los nostálgicos del fascismo europeo, de los autócratas que niegan libertades fundamentales a sus ciudadanos, rusos y chinos en particular.
Muchos de quienes mantuvimos posiciones beligerantes contra una Iglesia Católica que, en el caso español, fue cómplice de la dictadura, sentimos franca satisfacción al advertir el cambio profundo que registra El Vaticano. Un cambio que no parece ser ocasional, toda vez que la muerte de Francisco ha traído a un epígono que parece situado en las mismas posiciones. Lo que sucede es que ya no estamos en época de gestionar la buena voluntad: son necesarias claridades y decisiones firmes en territorios difíciles, como la denuncia de las prácticas genocidas, la equiparación sin más demora de la mujer con el hombre y el fin de la marginación criminal de los colectivos lgtbi en el mundo.
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