Gernika en la memoria
No se puede banalizar, en fin, la amenaza totalitaria. Mientras Steinmeier y el Borbón rendían homenaje a las víctimas del crimen de Gernika, Valencia elegía a un presidente gracias a VOX.

Infortunadamente, vivimos en tiempos de trivialización del totalitarismo. Con indiferencia hemos asistido a la entronización de un nuevo presidente de la comunidad autónoma de Valencia que ha llegado al sillón gracias a haber halagado los oídos de la extrema derecha filofascista que representa VOX y que propone, entre otras cosas, mano dura contra la emigración, oídos sordos frente a las amenazas del cambio climático y una clara regresión del feminismo, a cuya sombra se está desarrollando una guerra incansable contra la violencia de género, una lacra que una sociedad civilizada no se puede permitir. VOX, que se identifica con la dictadura franquista, gobierna ya indirectamente en varias comunidades autónomas y el Partido Popular, que ha sido hasta ahora la gran fuerza de la derecha moderada, no hace ascos a la posibilidad de acabar aliándose con VOX en el Estado si las formaciones progresistas quedan en minoría en unas elecciones generales.
El ejemplo que han dado alemanes y franceses manteniendo un cordón sanitario en torno a la ultraderecha y formando alianzas transversales para impedir el acceso al poder del autoritarismo no parece impresionar al PP. A ello contribuye, hay que reconocerlo, el escaso entusiasmo con que esos países cumplen con su deber democrático, así como la evidencia de que la extrema derecha está en ascenso en todo el Occidente, en buena medida por le fracaso de los partidos tradicionales a la hora de resolver los problemas de la gente.
Viene esto a cuento de la visita que acaban de girar a la localidad de Gernika el presidente de la República Federal de Alemania y el rey de España para —ha manifestado textualmente la Casa Real— "homenajear a las víctimas del bombardeo de Gernika" realizado por la Legión Cóndor, la aviación de la Alemania nazi, durante nuestra guerra civil, en apoyo de los alzados contra la República, capitaneados por el general Franco. Como es conocido, el 26 de abril de 1937, bombarderos y cazas alemanes practicaron el llamado bombardeo en alfombra, ideado para devastar una población civil. Murieron unas dos mil personas —como elemento incendiario, se utilizó ‘termita’, una especie de napalm mezcla de aluminio y un óxido metálico— y la ciudad quedó totalmente asolada. Franco negó en principio la veracidad de aquella salvajada, pero George Steer, gran periodista británico de guerra, relató en The Times las atrocidades cometidas, que causaron estupor en todo el mundo e impresionaron tanto a Picasso que este produjo la más celebre de sus obras pictóricas.
Es evidente que el gesto del presidente Steinmeier y del rey Felipe VI no ha sido irreflexivo ni banal. En Alemania, la organización neonazi AfD está ganando terreno y ha obligado a los partidos democráticos a formar una ‘gran coalición’ para evitar que los herederos del totalitarismo consigan alguna parcela significativa de poder.
En España, estamos viviendo ya en carne propia el regreso extemporáneo del franquismo, cuando muchos pensábamos que la democracia surgida en 1978 había dejado atrás las nostalgias de la dictadura. Durante bastantes legislaturas, el franquismo no tuvo representación parlamentaria; hoy, Vox es la tercera fuerza de la Cámara.
La visita del jefe del Estado —que no se hubiera producido si el gobierno no la hubiese visto adecuada, pero que tampoco hubiese tenido lugar si el jefe de Estado la hubiese considerado impertinente— es un claro mensaje al Partido Popular y, en general, a toda la clase política, sobre lo inaceptable de una regresión autoritaria en nuestro país.
Las libertades civiles conquistadas —incluidos el divorcio, el aborto, los derechos del colectivo LGBTIQ+, la defensa de la mujer con relación a la violencia de género, el trato generoso e integrador al inmigrante— no son reversibles, ni el principio democrático que otorga la soberanía al pueblo puede ser escamoteado. Por eso es necesario proseguir con la recuperación de la memoria histórica mediante la aplicación estricta de la legalidad democrática. Los viejos símbolos, las asociaciones nostálgicas, las reivindicaciones de atrocidades ilegítimas han de ser extirpadas de un cuerpo social libérrimo que solo prohíbe prohibir.
No se puede banalizar, en fin, la amenaza totalitaria. Mientras Steinmeier y el Borbón rendían homenaje a las víctimas del crimen de Gernika, Valencia elegía a un presidente gracias a VOX. Por eso, todos los demócratas debemos aprovechar cualquier ocasión para reforzar nuestras convicciones irrevocables.
