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Irrelevancia de Europa

Irrelevancia de Europa

Europa es un estorbo para los Estados Unidos y Rusia, que forman una atrabiliaria pinza de la que todavía no nos hemos sabido librar los europeos.

Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, interviene en el pleno del Europarlamento, el 6 de octubre de 2025.Philipp von Ditfurth / picture alliance via Getty Images

Europa, cuya identidad decantó durante el siglo XX hasta formarse una naciente tercera gran potencia, es hoy el único bastión que conserva casi en su integridad el acervo de valores democráticos que consolidaron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. La Unión Europea, resultado lógico de un proceso de concentración vinculado a la globalización que traía consigo el progreso tecnológico, se ha configurado como la residencia de un parlamentarismo riguroso basado en los sólidos principios de la revolución francesa. Si las circunstancias lo permiten, la UE se configurará como una gran potencia democrática, la única de todo el orbe, en competencia con otros ámbitos que mantienen una deriva decadente: los Estados Unidos, en brazos del populismo; Rusia, incapaz de dotarse de los elementos civilizatorios que promovieron las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX; y las potencias nacientes de Asia, China e India, en busca de una identidad política una vez sentadas las bases de un prodigioso progreso económico.

Con la mencionada caracterización liberal y puritana, Europa es un estorbo para Los Estados Unidos y Rusia, que forman una atrabiliaria pinza de la que todavía no nos hemos sabido librar los europeos. Desde la primera llegada de Trump al poder (enero de 2017), Rusia ya se percató de que la OTAN se había ablandado considerablemente y, por supuesto, había dejado de ser el instrumento de garantía recíproca capaz de proteger a los pequeños países europeos, cuyo engrudo comunitario no se había endurecido todavía lo suficiente. Las cosas eran visiblemente de este modo, a pesar de que, en su Estrategia de Seguridad Nacional de entonces, los EE.UU. seguían sosteniendo que una “Europa fuerte y libre es de vital importancia para Estados Unidos” y se reafirmaban “en el compromiso compartido con los principios de la democracia, la libertad individual y el Estado de derecho”.

El reblandecimiento de la defensa occidental común animó a Putin, que ya había ocupado Crimea en 2014, a proseguir la expansión rusa por el Oriente europeo. Y aprovechó la irrelevancia del débil Biden para iniciar brutalmente la guerra de Ucrania, que no fue tan exitosa ni tan rápida como pensaron los estrategas de Moscú pero que sí conseguirá a más largo plazo sus objetivos, como empieza a verse con claridad.

Trump se ha decidido, en fin, a plasmar su desapego europeo en los documentos oficiales, y la nueva Estrategia de Seguridad Nacional, recién publicada, afirma que el continente europeo está socavando la democracia, culpa a la UE y a la OTAN de prolongar la guerra en Ucrania y afirma que la Unión Europea está en franca decadencia y a punto de extinguirse por la inmigración y el declive demográfico. Su nueva prioridad en Europa es “restablecer condiciones de estabilidad interna en Europa y estabilidad estratégica con Rusia”; “cultivar la resistencia a la trayectoria actual de Europa dentro de las propias naciones europeas” mediante procedimientos incluso sediciosos y “poner fin a la percepción de que la OTAN es una alianza en expansión perpetua”. En la práctica, la OTAN es ya un instrumento a extinguir, algo que los melifluos gestores europeos —el secretario general dela OTAN, Mark Rutte, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen— no han alcanzado a ver todavía.

Esta declaración francamente inamistosa es posterior a otros gestos detestables, inesperados e intolerables de Trump. Primero fue la imposición arbitraria y unilateral de aranceles claramente encaminados a reducir el déficit exterior de los Estados Unidos por el expeditivo procedimiento de los hechos consumados. Más tarde, Trump ha pretendido que Europa desmantele toda la normativa promulgada para proteger sus intereses, sus ecosistemas y sus modelos de vida. Trump pretende que las grandes tecnológicas tengan vía libre para «colonizar» el continente europeo sin trabas ni protestas.

Parece extraño que la vieja Europa, 27 países bien experimentados en las lides diplomáticas y mercantiles, no haya reaccionado airadamente a las provocaciones de Trump, pero la pasividad es fácil de entender. Desde 1945, la defensa de occidente estuvo tácitamente encomendada a la primera potencia mundial, que se convirtió voluntariamente en una especie de gendarme global. No era prudente aquella dejación de responsabilidad de las demás democracias frente al gigante americano, pero el llamado mundo libre, muy dañado por la Segunda Guerra Mundial, aprovechó los recursos excedentes para reconstruirse. Y la situación de fondo no ha cambiado a pesar de los avisos que anteriores presidentes de los Estados Unidos lanzaron a la unión europea para que se responsabilizase en mayor medida de su propia defensa.

A día de hoy, la suerte de Ucrania está en manos de los Estados Unidos. Todas las partes saben que si Washington dejase de suministrar a los ucranianos las armas y el material militar de que se abastecen, el pequeño país centroeuropeo habría caído hace tiempo como fruta madura. Pero se da el caso de que la suerte de Ucrania es también la suerte de la Unión Europea, cuyo futuro quedaría cubierto por un brumoso manto de incertidumbre si Putin se adueñarse por la fuerza de territorios que no le pertenecen, violando de forma todavía más clara los acuerdos geoestratégicos que pusieron fin a la Segunda Gran Guerra.

Así las cosas, los Estados Unidos y Rusia están constriñendo a Europa con una colosal pinza, que amenaza con descomponer la Unión (ya debilitada por el gravísimo error estratégico del Brexit) si los países miembros no reparan las inquietantes grietas, no reconstruyen los dañados cimientos, no restituyen con cierto aroma nacionalista la esencia intelectual del europeísmo.

El despreciable Elon Musk, incapaz de asimilar sus propios éxitos, ha escrito en su red, X, que “la UE debería ser abolida y la soberanía devuelta a los países individuales, para que los gobiernos puedan representar mejor a sus ciudadanos”. La sandez ha sido aplaudida con fervor en Washington y en Moscú, mientras Europa sigue comprando obedientemente los dudosos automóviles Tesla, un irracional y bochornoso gesto de supuesta modernidad. Parece mentira que Europa no haya reaccionado.

El asunto es grave y las soluciones requieren dosis de audacia y de energía que no se atisban de momento. Por ahora, tan solo los españoles podemos enorgullecernos de que nuestro gobierno se haya negado inflexiblemente a cumplir la orden imperativa norteamericana de incrementar el presupuesto de defensa hasta el 5% del PIB. Lo malo del caso es que tampoco parecemos dispuestos a invertir en la construcción de una Europa capaz de abastecerse y de defenderse en solitario. La situación es grave, y el único consuelo es que dentro de poco más de dos años Trump habrá abandonado la Casa Blanca y estará más cerca de pudrirse en el infierno.

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Mallorquín, de Palma de Mallorca, y ascendencia ampurdanesa. Vive en Madrid.

 

Antonio Papell es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos del Estado, por oposición. En la Transición, fue director general de Difusión Cultural en el Ministerio de Cultura y vocal asesor de varios ministros y del Gabinete de Adolfo Suárez. Ha sido durante más de dos décadas Director de Publicaciones de la Agencia Española de Cooperación Internacional (Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación). Entre 2012 y 2020 ha sido Director de Comunicación del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y director de la centenaria Revista de Obras Públicas, cuyo consejo estuvo presidido en esta etapa por Miguel Aguiló. Patrono de la Fundación Caminos hasta 2024, en la actualidad es asesor de la Fundación. Ha sido durante varios años codirector del Foro Global de la Ingeniería y Obras Públicas que se celebra anualmente en colaboración con la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en Santander.

 

Fue articulista de la agencia de prensa Colpisa desde los años setenta, con Manu Leguineche; editorialista de Diario 16 entre 1981 y 1989, editorialista y articulista del grupo Vocento desde 1989 hasta el 2021; y después de unos meses como articulista del Grupo Prensa Ibérica, es articulista del Huffington Post. También publica asiduamente en el diario mallorquín Última Hora. Ha sido colaborador del Diario de Barcelona, El País, La Vanguardia, El Periódico, Diario de Mallorca, etc. Ha participado y/o participa como analista político en TVE, RNE, Cuatro, Punto Radio, Cope, TV de Castilla-La Mancha, La Sexta, Telemadrid, etc. Ha sido director adjunto de “El Noticiero de las Ideas”, revista de pensamiento de Vocento. Ha publicado varias novelas y diversos ensayos políticos; el último de ellos, “Elogio de la Transición”, Foca/Akal, 2016.

 

Asimismo, ha publicado para la Ed. Deusto (Planeta) sendas biografías profesionales de los ingenieros de Caminos Juan Miguel Villar Mir y José Luis Manzanares. También es autor de un gran libro conmemorativo sobre el Real Madrid: “Real Madrid, C.F.: El mejor del mundo” (Edit. Global Institute).