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La caída del caballo de Elon Musk

La caída del caballo de Elon Musk

"Si realmente el magnate se siente engañado, debería interrogarse sobre el funcionamiento de sus circunvoluciones cerebrales".

Elon Musk, con Donald Trump, hace unos días.Win McNamee/Getty Images

La experiencia demuestra que no siempre las personas de extrema brillantez intelectual son las más capaces para organizar o para gobernar. La conducción de los grupos, de las organizaciones, de las instituciones de un régimen democrático complejo exige unas capacidades intuitivas que no siempre son capaces de cabalgar a lomos de la racionalidad más acentuada. En este sentido, el caso de Elon Musk es paradigmático: sería absurdo negar lo que más a la vista está, es decir, sus capacidades de tomar iniciativas brillantes, exitosas, que le han situado al frente de la lista de los personajes más ricos de planeta; sin embargo, todo indica que ha cedido fácilmente al halago de un personaje vulgar y atrabiliario como Trump, un dandy con escaso glamour y sin escrúpulos ni principios, que ni siquiera cree en los valores que proclama. No se puede olvidar que, además de las infracciones por las que ha sido condenado en vía penal y de las que están pendientes de progresar en esa jurisdicción, Trump fue el inductor de un golpe de estado multitudinario que incluyó el asalto al Congreso de los Estados Unidos por una turba manejada desde el despacho del presidente que acababa de perder las elecciones.

Elon Musk, un geniecillo de la industria y las finanzas, creador de Tesla y de la mayor empresa privada espacial, propietario de X y d docenas de empresas de variado pelaje, se dejó seducir por el hábil Trump, con quien supuestamente compartía las mismas ideas desreguladoras y liberales. Algunos empresarios de éxito suelen tener la monotemática afición a denostar la intervención estatal en todos los campos, sin discernir el ámbito de actuación ni ni los motivos de la medida, por lo que no podía haber honor que más agradase a Musk que el encargo de Trump de dirigir una institución nueva, informal, el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE por sus siglas en inglés), una comisión asesora presidencial dedicada a reestructurar el gobierno federal y eliminar regulaciones para reducir los gastos y aumentar la eficiencia del gobierno. A pesar del nombre, el DOGE no es un departamento ejecutivo federal, cuya creación requeriría la aprobación del Congreso de los Estados Unidos. Y muy significativamente, una de las primeras medidas del DOGE fue el cierre de la agencia estatal USAID.

Dicha clausura, que era en la práctica una condena a muerte a numerosísimas organizaciones humanitarias (ONGs en su mayor parte) que sostenían a los más pobres de la tierra en decenas de miles de actuaciones contra la miseria y el hambre, era un indicio salvaje de la brutalidad del proyecto de Trump, pero Musk miró esta vez hacia otro lado. Pero ahora, tras dimitir de la DOGE para regresar a sus ocupaciones empresariales, Musk ha tenido más tiempo para recapacitar y se ha encontrado de frente con la desfachatez de Trump, quien ha conseguido sacar adelante su plan económico en la Cámara de Representantes (está pendiente en el Senado), plasmado en una ley bochornosa calificada por Trump de “única y maravillosa”, que ha provocado las iras de su antiguo amigo: “Lo siento, pero simplemente ya no puedo aguantarme” -ha declarado Musk al conocer el texto que prevé recortes de impuestos “masivos” y de servicios sociales, y aumento del gasto militar y de fronteras-. Y ha añadido: “Este proyecto de ley de gasto del Congreso, escandaloso y lleno de prebendas, es una abominación repugnante”. “Deberían sentir vergüenza quienes votaron a favor: saben que hicieron mal. Lo saben”. Y ha concluido su declaración: “Aumentará enormemente el ya gigantesco déficit presupuestario a 2,5 billones de dólares y cargará a los ciudadanos estadounidenses con una deuda aplastante e insostenible. Es matemática simple. El Congreso está llevando a la bancarrota a Estados Unidos”.

En definitiva, como en el bíblico pasaje, Trump se ha caído del caballo y ha descubierto lo que realmente pretende Trump: regresar a la hegemonía de la sociedad “wasp” -blanca, anglosajona y protestante-, mejorar la posición de la minoría formada por los más y mejor instalados para que (supuestamente) creen más riqueza y fiar a la iniciativa privada la supervivencia de cada cual, reduciendo por tanto a la mínima expresión los servicios públicos universales y gratuitos. Se trata de regresar a una sociedad dominada por una élite, con una burguesía bien acomodada y un proletariado multirracial sin expectativas que inevitablemente recordará la era de la esclavitud. Ningún personaje honrado e inteligente a la vez puede apostar por semejante modelo.

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Lo que ocurre es que Trump no es un recién llegado a la política. Por si alguien no lo recuerda, ya estuvo cuatro años en la Casa Blanca, por lo que ni Elon Musk ni nadie puede llamarse a engaño. Si realmente el magnate se siente engañado, debería interrogarse sobre el funcionamiento de sus circunvoluciones cerebrales.