La paradójica emergencia de una derecha woke
En USA se ha reemplazado, en fin, una política de cancelación socialdemócrata por otra liberal.
El término «woke» —«despierto»—, ya con larga trayectoria a las espaldas en el ámbito anglosajón, nació en la primera década del presente siglo en entornos afroamericanos de los Estados Unidos para expresar la necesidad de estar despiertos ante la arremetida recurrente del racismo. Sectores conservadores y ultraconservadores en varios países occidentales empezaron a usar el término woke, a menudo de manera despectiva, como forma de denominar a varios movimientos e ideologías progresistas o de izquierda que ellos percibían como excesivamente entusiastas, agresivos o susceptibles; tales movimientos fueron además acusados de censurar opiniones discrepantes mediante la llamada cultura de la cancelación.
En torno a 2010, se creó el término «capitalismo woke», inventado por el escritor Ross Douthat para referirse críticamente a las marcas que usaban mensajes políticamente progresistas como sustitutos de una reforma genuina. Según The Economist, los ejemplos de capitalismo woke incluían campañas publicitarias diseñadas para atraer a los millennials, quienes a menudo tenían puntos de vista socialmente más liberales que las generaciones anteriores. Los liberales de derechas, en fin, se incorporaron a este debate político, utilizando como trampolín la acusación a la izquierda de que esta impone unos valores inalienables con excesiva rigidez.
Durante el mandato de Biden, los republicanos insistieron persistentemente en la denuncia de aquella cultura de la cancelación pero más recientemente, el fenómeno ha cambiado de campo. El asesinato del influencer republicano Charlie Kirk ha reabierto el cruce de acusaciones entre partidos antagónicos. Si los republicanos aseguraban que los demócratas estaban más preocupados por los intereses y los derechos de las minorías —raciales, sexuales, etc.— que por el interés general, ahora son los demócratas en la oposición los que critican a los republicanos de Trump por haber adoptado simétricas actitudes: según el USA Today, más de un centenar de miembros relevantes de la comunidad mediática han sido represaliados por sus críticas a cómo los republicanos han reaccionado ante el referido homicidio. El damnificado de más porte ha sido Jimmy Kimmel, un afamado y acreditado presentador de la ABC en la franja televisiva nocturna, cuyo programa fue suspendido por la propiedad después de que la Comisión Federal de Comunicaciones, una institución controlada por Trump, amenazara claramente con retirar la licencia de emisión a la cadena; y, de paso, señalara otros comportamientos que tampoco habían agradado al gran potentado. Según un análisis del periódico citado, más de cien personas del sector de medios se han enfrentado a diversas represalias de corte autoritario —despidos, investigaciones, cancelaciones— por haber emitido comentarios negativos sobre Kirk sobre la explotación de su muerte por los republicanos. Trump, según su costumbre, se desmarcó del inefable despido de Kimmel, propio de una república bananera, pero ya no hay modo de borrar los videos en que el presidente manifiesta su satisfacción por la cacería cruenta del regulador del audivisual.
El chantaje ha sido tan grosero y antiestético —solo en dictaduras muy cerradas sería imaginable un episodio así— que relevantes sectores americanos, tanto republicanos como demócratas, han criticado con dureza aquella transgresión brutal a la primera enmienda, que prohíbe al gobierno establecer una religión oficial, restringir el libre ejercicio de la religión, coartar la libertad de expresión y de prensa, y limitar el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente o a solicitar al gobierno la reparación de agravios.
Ayer, lunes, cientos de personalidades del cine, entre los que se encontraban legendarias estrellas de Hollywood, se unieron a la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU) para defender el derecho a la libertad de expresión en Estados Unidos, a raíz de la suspensión del programa de Kimmel. Muchos manifestantes en innumerables ciudades, recordaron con asco al senador MacCarthy de la década de 1950, quien lanzó una sobrecogedora caza de brujas, que costó embridar. Y felizmente, ayer, el contencioso cedió sin más resistencia: Disney, propietaria de ABC, anunciaba que el programa Jimmy Kimmel Live! volverá a emitirse esta misma noche, una semana después de las amenazas del presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC).
Cuando nadie lo esperaba, Disney manifestó que tras mantener conversaciones con Kimmel, el presentador del programa nocturno de la cadena ABC, "hemos llegado a la decisión de reanudar el programa el martes". Un portavoz de Disney explicó sin ganas que la cadena decidió suspender la producción del popular programa "para evitar agravar aún más" la situación que atravesaba el país tras la muerte de Kirk.
Esta súbita relajación del chantaje, que no borra los términos en que se ha expresado Trump sobre este asunto, resta tensión la momento político pero no garantiza que el multimillonario no vuelva a ciscarse en las sutileza constitucionales que son la base irrenunciable del sistema democrático USA.
La paradoja se suscita, en fin, cuando los republicanos, que han criticado hasta la náusea el puritanismo “woke” de la izquierda —el ensalzamiento de minorías victimizadas cuyos derechos deberían prevalecer sobre los de la mayoría— caen en las mismas derivas que los demócratas radicales. En USA se ha reemplazado, en fin, una política de cancelación socialdemócrata por otra liberal. Y dado que Trump disfruta hozando en estas controversias, la sociedad civil americana debería poner pie en pared para detener el frenesí trumpista, que como mínimo desestabiliza a su país y al sistema de relaciones internacionales que ha de sufrir el vértigo de tales cambios y presiones.
En España, estos debates no son fantasmas lejanos que no pasarán del horizonte. Aquí, la pérdida paulatina de la institucionalidad, las dudas malsanas que se enuncian sobre la legitimidad de un gobierno que viene de las urnas, abre un círculo vicioso muy decepcionante. Porque es bien evidente que la actual oposición, cuando sea poder, sufrirá en carne propia las males artes que previamente ha aplicado al actual gobierno.