Trump, un fallo del sistema
"El sátrapa actúa como un despreciable dictador cuando lleva la arbitrariedad al conjunto de las relaciones internacionales"

Resultaría muy arduo investigar cómo ha podido ser que los Estados Unidos, la gran potencia que ha colmado el capitalismo democrático, que posee la mayor fuerza militar del mundo, está a la cabeza de la tecnología, que ha desempeñado un papel relevante en la historia de las dos últimas centurias —incluida su participación benéfica en dos guerras mundiales— hayan reelegido a Trump por segunda vez como jefe Estado.
El asunto tiene evidentemente una notoria carga ideológica, y Trump exhibe maneras clásicas de populista ultraconservador, pero hay razones objetivas, potentes, que deberían haber disuadido a buena parte de su clientela política natural. La primera y más resonante fue el intento de golpe de Estado que auspició claramente Trump mediante el asalto al Congreso por la muchedumbre para tratar de impedir que Biden tomara posesión de la presidencia tras haber ganado con limpieza las elecciones de 2020. Incomprensiblemente, el cuatrienio del expresidente Biden no bastó para exigir responsabilidades políticas y penales a Trump por aquel desmán, y ya puede darse por hecho que Trump no habrá de responder ante la justicia por el mayor delito político que puede cometer un ciudadano en democracia.
Asimismo, no hay modo de entender cómo la opinión económica de Norteamérica, un país que posee varias de las mejores universidades del mundo, no ha conseguido desmontar ante la sociedad informada las falsedades que el gobierno Trump utiliza para justificar sus políticas erróneas. Trump, por ejemplo, embauca a su ciudadanía diciéndole que los nuevos aranceles enriquecerán a los norteamericanos cuando incluso los alumnos de los primeros cursos de las carreras económicas saben que esta presunción es falsa. Las tasas a las importaciones generarán inevitablemente inflación en USA y en casi todas partes, entorpecerán el crecimiento económico global y es muy dudoso que puedan mitigar el exorbitante déficit exterior de los Estados Unidos.
Este embaucamiento está en línea con el que fraguaron los promotores del Brexit en el Reino Unido, también recurriendo a ardides populistas. En la actual etapa británica laborista, el premier Starmer ha conseguido un arancel del 10%, inferior al 15% que ha logrado la Unión Europea, lo que ha servido a los demagogos que forjaron la ruptura para vanagloriarse de su buen hacer. Parco logro sería obtener apenas un 5% de ventaja en los aranceles de las importaciones de USA si ese fuera el único botín de los ‘brexiters’; cuando según los analistas independientes del Tesoro británico, la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria, abandonar la UE está reduciendo la productividad a largo plazo del Reino Unido hasta el 4 por ciento, mientras tanto las exportaciones como las importaciones serán aproximadamente un 15 por ciento menores que si el Reino Unido hubiera permanecido dentro del bloque comunitario. Flaco negocio hicieron los británicos, digan lo que digan ahora los populistas de Nigel Farage y de su partido ultra, Reform UK, que mantiene actualmente un 8% de ventaja sobre los laboristas. La pasión de los anglosajones por la recesión moral y por el populismo predemocrático es hoy uno de los misterios inextricables de la humanidad.
Aunque el fracaso de von der Leyen en la negociación de la política comercial con Washington es inapelable (y no solo por la escasa ambición que ha mostrado sino por la falta de legitimidad de unas posiciones derrotistas que no habían sido siquiera debatidas por los 27), su argumento esencial no es desechable del todo: se ha optado por no irritar al sátrapa para evitar una etapa de letal inestabilidad. Sin embargo, esta inestabilidad puede llegar por otras vías en cualquier momento. En materia de política exterior, Trump está dando peligrosos tumbos, con una desorientación inquietante. Tras alardear de su capacidad de contener a Putin y poner fin a la guerra de Ucrania, su diplomacia sui generis ha dado paso a varios ultimátums y al despliegue de dos submarinos nucleares. La gestión de este conflicto europeo tenía un único límite infranqueable: dejar el arsenal nuclear fuera del debate, y el sátrapa no ha sabido mantenerlo.
Por otra parte, el conflicto del Próximo Oriente no solo no ha menguado ni se ha encauzado con Trump sino que desde la llegada del tirano se ha convertido en un brutal y descarnado genocidio que transgrede todo el Derecho que había sido acopiado por la comunidad internacional tras las lecciones de las guerras mundiales. Y el sátrapa actúa como un despreciable dictador cuando lleva la arbitrariedad al conjunto de las relaciones internacionales: el maltrato a Brasil, sometido a aranceles del 50% porque Lula está permitiendo con todo derecho que la justicia actúe contra su predecesor Bolsonaro precisamente por haber intentado un golpe de Estado, no tiene nombre.
Estamos, en definitiva, en manos de un indeseable que no cree en la democracia, que no siente respeto por los códigos modernos de derechos humanos, que no entiende que todos los ciudadanos del mundo tenemos deberes colectivos en pro de una sociedad mejor, más equilibrada y justa. No parece que la comunidad internacional tenga modo de librarse de este sujeto imprevisible que es peor que una pandemia y que puede llevarnos a la perdición o al desastre. Es una lástima, en todo caso, que Europa no vea la manera de lanzar y afirmar sus clásicas tesis civilizatorias, después de que los Estados Unidos, que nacieron del Viejo Continente, se hayan descarriado hasta estos inquietantes extremos.
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