Una nueva política contra incendios
"Cada vez tienen menos argumentos los negacionistas que no reconocen un cambio climático creciente"
Con ocasión de la DANA del 29 de octubre del año pasado, un terrible suceso que costó más de doscientas vidas, tuvimos ocasión de comprobar en carne propia dos evidencias referentes a la gestión de lo público que latían subterráneamente pero que todavía no se habían impuesto con la realidad incontestable con que lo hicieron aquel día: de un lado, el cambio climático está agravando los fenómenos meteorológicos, que adquieren una gravedad y una capacidad destructiva creciente. De otro lado, el cuidado de la seguridad está las más de las veces en manos de perfectos ineptos, políticos de talla discreta que a menudo recalan en estas ocupaciones porque no sirven para ninguna más y que ni siquiera tienen la iniciativa de buscar expertos que los asesoren con fundamento. En la comunidad valenciana, la consejera del ramo, competente en asuntos de seguridad y protección civil, ni siquiera sabía de la existencia de un sistema de avisos móviles para prevenir a la población de posibles amenazas.
En el caso de la oleada de incendios que estalló durante la recién concluida ola de calor —una de las más serias de las que hay registros—, aquellas dos evidencias se han hecho todavía más llamativas y visibles.
Por una parte, varios de los incendios han sido esta vez de una magnitud insólita, desaforada, casi sin precedentes, porque las circunstancias en que se han desenvuelto también se han agravado extraordinariamente. Algunos especialistas (pocos) han salido a la palestra a explicar lo ocurrido, y algún político lo ha apuntado tímidamente: los incendios más agresivos en Galicia, Castilla-León y Extremadura, que algunos medios han llamado “incendios de sexta generación”, han alcanzado una energía extraordinaria, inabordable. Ha habido una conjunción perfecta de varios factores: a).-la existencia en las zonas rurales de una gran masa vegetal con monte bajo debida a las grandes lluvias de primavera, la extensión incontrolada de la masa forestal y el abandono de la agricultura con la consiguiente formación de nuevos pastos. b).-La ola de calor con temperaturas asombrosamente altas y humedad bajísima durante todo el día que ha obrado acumulativamente durante 16 jornadas, resecando el potencial combustible, y c).-los vientos derivados de la misma situación meteorológica, que han oxigenado los fuegos y los han extendido.
En esta situación extrema, ha tenido toda la razón la ministra de Defensa, Margarita Robles, cuando ha sugerido tímidamente que el combate contra estos fuegos no es una cuestión de medios: cuando un incendio alcanza determinado umbral energético, no hay modo de enfrentarse a él. El incendio sólo se detendrá si cambian las circunstancias meteorológicas —bajan las temperaturas y se moderan los vientos—, o si le falta combustible… En caso contrario, los efectivos contra incendios solo pueden tratar de proteger las construcciones, desviando el siniestro.
Dicho lo cual, las estrategias de futuro son bien claras, y desde luego no pueden limitarse a la acumulación de efectivos materiales y humanos, como parecen haber entendido algunos de los ínclitos responsables que nos tutelan.
A largo plazo, cada vez tienen menos argumentos los negacionistas que no reconocen un cambio climático creciente, que se volverá todavía más agresivo si no hacemos algo para evitar el recalentamiento global. La actitud de VOX —y de sus correligionarios en Europa y en el mundo— negando la evidencia es pueril e irritante, y el Partido Popular ya ha visto las consecuencias de permitir que la extrema derecha le contamine.
Por otra parte, y puesto que no podemos controlar el clima a corto plazo, tendremos que actuar sobre los combustibles que alimentan los fuegos. Parece claro que las grandes masas arbóreas asalvajadas, sin una limpieza a fondo del monte bajo, merecen una reconsideración y una gestión inteligente. Además, habrá que dotar al territorio de cortafuegos suficientes y la de accesos adecuados, depósitos de agua, etc. Asimismo, los terrenos urbanizados deben mantener en todo su perímetro una zona de seguridad libre de vegetación. En España todavía hay urbanizaciones integradas en el interior de frondosos pinares, lo cual es un disparate, obviamente.
En resumen, la verdadera política contra incendios he de realizarse todo el tiempo mediante una sabia y efectiva ordenación del territorio, con lo que tenían razón quienes afirmaban desde hace tiempo los fuegos de verano se combaten en invierno. Por cierto, conviene que dejen de hablar los políticos de pirómanos: el problema no es este en absoluto.
Los tan cacareados ‘efectivos’ —bomberos, medios aéreos, etc.—son necesarios, sin duda, para atacar cualquier conato. Pero la verdadera política ha de hacerse antes, ha de estar a cargo de especialistas cualificados y han de llevarla a cabo equipos potentes y resolutivos. Cualquier otro planteamiento es, a estas alturas, completamente absurdo.