Jóvenes: trabajad la resiliencia y buscad la gratitud

Jóvenes: trabajad la resiliencia y buscad la gratitud

Cuando os azote la tragedia o la decepción, sed conscientes de que tenéis la capacidad de superar cualquier cosa. Somos más vulnerables de lo que pensamos, pero más fuertes de lo que imaginamos. Cuando la vida te hace tocar fondo, puedes aprovechar para coger impulso, salir a la superficie y volver a respirar.

BERLIN, GERMANY - JANUARY 18: Chief Operating Officer at Facebook Sheryl Sandberg on January 18, 2016 in Berlin, Germany. (Photo by Thomas Trutschel/Photothek via Getty Images)Thomas Trutschel via Getty Images

Este post es una adaptación de la autora del discurso de graduación de la Universidad de California en Berkeley del 14 de mayo de 2016.

Gracias, Marie. Y gracias a los estimados miembros de la facultad, a los padres orgullosos, a los amigos devotos y a los hermanos inquietos.

Felicidades a todos... ¡especialmente a la promoción que se gradúa este 2016!

Es un privilegio estar aquí en la Universidad de Berkeley, de la que han salido tantas ganadoras del Premio Nobel o del Premio Turing, miembros del Congreso de Estados Unidos, medallistas olímpicas... y todo eso contando solo a las mujeres.

Berkeley siempre ha ido un paso por delante. En los sesenta, lideró el movimiento de libertad de expresión. En aquellos años, como todo el mundo llevaba el pelo largo, la gente solía preguntarse cómo se podía distinguir a un hombre de una mujer. Ahora sabemos la respuesta: gracias a los moños que llevan los hipsters.

Desde el principio, Berkeley le abrió las puertas a todo el mundo. Cuando el campus abrió en 1873, la primera promoción estaba formada por 167 hombres y 222 mujeres. Mi alma máter tardó otros 90 años en conceder un título a una mujer.

Una de las mujeres que vinieron aquí en busca de una oportunidad fue Rosalind Nuss. Había crecido fregando los suelos de la pensión de Brooklyn en la que vivía. Sus padres la sacaron del instituto para que ayudara económicamente a la familia. Uno de sus profesores insistió a sus padres para que la dejaran volver al colegio; y en 1937 estuvo sentada donde estáis vosotros ahora y se graduó. Rosalind era mi abuela. Fue toda una inspiración para mí y estoy muy agradecida por que Berkeley supiera ver su potencial. Quiero felicitar de forma especial a aquellos que representan a la primera generación de graduados universitarios de sus familias. Es un logro extraordinario.

Hoy es un día para celebrar. Un día para celebrar todo el esfuerzo que os ha llevado hasta este momento.

Hoy es un día para dar las gracias. Un día para dar las gracias a los que os han ayudado a llegar hasta aquí, a los que os han educado, enseñado, animado y secado las lágrimas. O, al menos, a los que no se dedicaron a pintaros la cara con un rotulador cuando os quedabais dormidos en una fiesta.

No estoy aquí para contaros todo lo que he aprendido de la vida. Hoy os voy a contar lo que he aprendido de la muerte.

Hoy es un día para reflexionar. Porque hoy marca el final de una etapa de vuestras vidas y el comienzo de algo nuevo.

Un discurso de graduación está concebido para ser un baile entre la juventud y la sabiduría. Vosotros tenéis la juventud. Alguien ha venido para ser la voz de la sabiduría; y se supone que ese alguien soy yo. Me pongo de pie aquí y os cuento un par de cosas que he aprendido de la vida, vosotros lanzáis los birretes al aire, vuestros familiares os hacen un millón de fotos -no olvidéis subirlas a Instagram- y todo el mundo se va a casa contento.

Hoy va a ser diferente. Vais a seguir lanzando los birretes y seguirá habiendo fotos. Pero no estoy aquí para contaros todo lo que he aprendido de la vida. Hoy os voy a contar lo que he aprendido de la muerte.

Nunca había hablado de esto en público. Es duro. Pero haré lo posible por no tener que sonarme la nariz con esta preciosa toga de Berkeley.

Hace un año y 13 días, perdí a mi marido, Dave. Su muerte fue repentina e inesperada. Estábamos en México, celebrando el cincuenta cumpleaños de un amigo. Yo me eché la siesta. Dave se fue a hacer ejercicio. Y después vino lo impensable: encontrarlo tirado en el suelo de camino al gimnasio, coger un avión a casa para decirles a mis hijos que su padre ya no estaba con nosotros, ver cómo su ataúd se adentraba en la tierra.

Durante varios meses, me envolvió una niebla de dolor -a la que yo identificaba como el vacío-, una sensación de vacío que me llenaba el corazón y los pulmones, que me impedía pensar e incluso respirar.

La muerte de Dave me ha cambiado a niveles muy profundos. He aprendido sobre la profundidad de la tristeza y la brutalidad de la pérdida. Pero también he aprendido que, cuando la vida te hace tocar fondo, puedes aprovechar para coger impulso, salir a la superficie y volver a respirar. He aprendido que ante el vacío -o ante cualquier dificultad- puedes elegir el camino de la alegría y del sentido.

Comparto esta historia con vosotros con la esperanza de que hoy, que vais a dar un nuevo paso en vuestras vidas, podáis aprender las lecciones que yo solo aprendí de la muerte. Lecciones de esperanza, de fuerza y de la luz de nuestro interior que no se extinguirá nunca.

Queríais un sobresaliente, pero sacasteis un notable. Solicitasteis unas prácticas en Facebook, pero solo os han cogido en Google. Encontrasteis al amor de vuestra vida, pero os rechazó en Tinder.

Todos los que habéis pasado por la universidad habéis experimentado algún tipo de decepción. Queríais un sobresaliente, pero sacasteis un notable. Bueno, seamos sinceros: sacasteis un sobresaliente, pero seguís estando enfadados. Solicitasteis unas prácticas en Facebook, pero solo os han cogido en Google. Encontrasteis al amor de vuestra vida, pero os rechazó en Tinder. Juego de Tronos se ha separado demasiado de los libros, después de que os molestarais en leeros 4352 páginas.

Casi con total seguridad, cada vez os enfrentaréis a más adversidades y cada vez serán más complicadas. Como la pérdida de oportunidades: ese trabajo que al final no sale, o esa enfermedad o ese accidente que lo cambian todo en un instante. O la pérdida de dignidad: y los prejuicios que conlleva. O la pérdida del amor: esas relaciones rotas que no se pueden arreglar. Y, a veces, también hay que enfrentarse a la pérdida de la vida en sí misma.

Algunos de vosotros ya habréis experimentado ese tipo de tragedia que deja una marca permanente. El año pasado, Radhika, la ganadora de la Medalla de la Universidad, habló de la repentina pérdida de su madre.

La cuestión no es si esas cosas os pasarán o no. Porque os pasarán. Hoy quiero hablar de lo que pasará después. De las cosas que podéis hacer para superar las adversidades, independientemente de la forma en la que se os presenten. Los días fáciles que tenéis por delante serán sencillos. Serán los días duros -los días que os supongan un desafío en lo más profundo de vuestro ser- los que determinen quiénes sois. No os definen únicamente los logros que conseguís, sino también vuestra manera de sobrevivir.

Unas semanas después de que muriera Dave, estaba hablando con mi amigo Phil sobre una actividad para padres e hijos a la que mi marido ya no podía asistir. Planeamos que Phil sustituyera a Dave. "Pero yo quiero a Dave", le grité. Y Phil me rodeó con el brazo y me dijo: "La opción A no está disponible. Así que vamos a tener que apañarnos con la opción B".

En algún momento de nuestras vidas, todos tenemos que tirar de la opción B. La cuestión es: ¿entonces qué hacemos?

Como representante de Silicon Valley, para mí es un placer contaros que hay muchos datos de los que aprender. Después de pasar años estudiando cómo lidia la gente con los contratiempos, el psicólogo Martin Seligman descubrió que hay tres pes -personalización, permeabilidad y permanencia- que son cruciales en nuestra manera de afrontar las dificultades. Las semillas de la resiliencia se plantan dependiendo de cómo procesemos los acontecimientos negativos de nuestras vidas.

La primera pe es de "personalización": la creencia de que tenemos la culpa. No es lo mismo que asumir la responsabilidad de nuestros actos, algo que siempre deberíamos hacer. Lo que nos enseña es que no todo lo que nos pasa sucede por nuestra culpa.

Cuando Dave murió, reaccioné de una forma muy común, que fue sentirme culpable. Murió en cuestión de segundos por una arritmia cardiaca. Repasé sus informes médicos preguntándome qué podía -o qué debería- haber hecho. Y hasta que no aprendí la lección de las tres pes no acepté que no podía haber hecho nada para evitar su muerte. Los médicos no habían identificado la cardiopatía isquémica. Yo me especialicé en economía, ¿cómo podría haberlo evitado?

Existen estudios que demuestran que superar la personalización puede hacerte más fuerte. Los profesores que sabían que podían mejorar después de que los alumnos suspendieran ajustaban sus métodos y observaban que las siguientes clases iban mucho mejor. Los nadadores que no rendían al máximo pero creían que eran capaces de nadar más rápido conseguían hacerlo. No tomarnos los fracasos como algo personal nos permite recuperarnos, e incluso progresar.

La segunda pe es de "permeabilidad": la creencia de que un suceso afectará a todas las áreas de nuestra vida. ¿Habéis oído esa canción de La Lego película que dice "todo es fabuloso"? Pues la banda sonora de la permeabilidad sería lo opuesto: "Todo es asqueroso". Es imposible esconderse o escapar de la tristeza que lo consume todo.

Los psicólogos infantiles con los que hablé me animaron a que hiciera que mis hijos volvieran a la rutina lo antes posible. Así que diez días después de que Dave muriera, volvieron al colegio y yo volví al trabajo. Recuerdo reunirme con mis compañeros de Facebook como sumida en una espesa niebla. Lo único que podía pensar era: "¿De qué está hablando todo el mundo y a quién le importa?". Pero entonces me metí en la discusión y, durante un segundo -durante un breve instante- me olvidé de la muerte.

Ese segundo me ayudó a ver que había cosas en mi vida que no eran horribles. Mis hijos y yo estábamos sanos. Mis amigos y familiares nos estaban dando todo su cariño y eran un apoyo para nosotros; a veces, incluso literalmente.

Poco a poco, mis hijos empezaron a dormir del tirón por las noches, a llorar menos y a jugar más.

La pérdida de una pareja suele acarrear consecuencias económicas negativas, especialmente para las mujeres. Muchas madres solteras -y también padres- luchan para llegar a fin de mes o tienen trabajos que no les permiten tener el tiempo necesario para cuidar de sus hijos. Yo tenía estabilidad económica, la posibilidad de tomarme los días libres que necesitara y un trabajo en el que, aunque no me lo creyera, estaba bien visto pasarse la jornada entera en Facebook. Gradualmente, mis hijos empezaron a dormir del tirón por las noches, a llorar menos y a jugar más.

La tercera pe es de "permanencia": la creencia de que la tristeza durará para siempre. Durante meses, hiciera lo que hiciera, sentía que el dolor siempre estaría ahí.

Solemos proyectar nuestros sentimientos de manera indefinida y experimentar lo que yo concibo como la segunda derivada de esos sentimientos. Sentimos ansiedad; y, entonces, sentimos ansiedad por sentir ansiedad. Estamos tristes; y nos sentimos tristes por el hecho de estar tristes. En vez de eso, deberíamos aceptar nuestros sentimientos y reconocer que no van a durar para siempre. Un rabino me dijo que el tiempo lo curaría todo, pero que por el momento tenía que "dejarme llevar por la tristeza". Fue un buen consejo, pero no es exactamente lo que yo entiendo por "dejarse llevar".

Y no necesitáis que os explique la cuarta pe que, por supuesto, es de "pizza".

Ojalá hubiera sabido de las tres pes a vuestra edad. Esas lecciones me habrían ayudado en muchas ocasiones.

Ojalá hubiera sabido lo que era la permanencia cuando rompí con mis novios.

En mi primer día de trabajo nada más salir de la universidad, mi jefe se dio cuenta de que yo no sabía introducir datos en Lotus 1-2-3 (es un programa de hojas de cálculo, preguntad a vuestros padres). Con la boca abierta de la sorpresa, me dijo: "No me puedo creer que hayas conseguido este puesto sin saber hacer esto" y acto seguido se fue de la sala. Me fui a casa convencida de que me iban a despedir. Pensé que todo se me daba mal... pero resulta que solo era una negada para las hojas de cálculo. Si hubiera entendido el concepto de permeabilidad antes, me habría ahorrado un montón de ansiedad esa semana.

Ojalá hubiera sabido lo que era la permanencia cuando rompí con mis novios. Habría sido reconfortante saber que ese sentimiento no iba a durarme para siempre y, si era sincera conmigo misma... esas relaciones, tampoco.

Y ojalá hubiera entendido la personalización cuando mis novios rompían conmigo. A veces eso de "no eres tú, soy yo" es cierto. De verdad, uno de ellos no se duchaba.

Y esas tres pes se aliaron en mi contra después de que mi primer matrimonio acabara en divorcio. Hubo una época en la que pensaba que, lograra lo que lograra, era un fracaso absoluto de persona.

Estas tres pes son reacciones emocionales comunes a muchas de las cosas que nos suceden: en el ámbito profesional, en el personal y en nuestras relaciones con los demás. Probablemente estéis experimentando alguna de ellas en algún aspecto de vuestras vidas. Pero, si reconocéis que estáis cayendo en la trampa, os podéis salvar. De la misma forma que el cuerpo tiene un sistema inmunológico fisiológico, el cerebro tiene un sistema inmunológico psicológico; y hay ciertas cosas que podéis hacer para ponerlo en marcha.

Un día, mi amigo Adam Grant, que es psicólogo, me sugirió que pensara en que todo podría haber salido peor. Era completamente contraintuitivo; parecía que la manera de recuperarse era intentar encontrar pensamientos positivos. "¿Peor?", le contesté. "¿Me lo dices en serio? ¿Cómo podría haber sido peor?". Su respuesta me cayó encima como un jarro de agua fría: "Dave podría haber tenido esa arritmia mientras llevaba a los niños en el coche". En cuanto lo dijo, empecé a sentirme sobrecogedoramente agradecida por que el resto de mi familia estuviera viva y sana. Y, en parte, esa gratitud superó al dolor.

Mi propósito de Año Nuevo de este año es escribir cada noche antes de irme a dormir tres momentos alegres. Este hábito tan simple me ha cambiado la vida. Probadlo.

La gratitud y el aprecio son claves para la resiliencia. Las personas que hacen listas de cosas por las que están agradecidas son más felices y gozan de mejor salud. Resulta que ponerse a contar las cosas buenas que tienes en la vida puede hacer que estas aumenten. Mi propósito de Año Nuevo de este año es escribir cada noche antes de irme a dormir tres momentos alegres. Este hábito tan simple me ha cambiado la vida. Probadlo. Empezad hoy mismo, que tendréis muchos momentos que poner en la lista; aunque os recomiendo que los anotéis antes de salir a celebrar que os habéis graduado, mientras todavía los recordéis.

El mes pasado, 11 días antes del aniversario de la muerte de Dave, me eché a llorar con un amigo. Estábamos sentados en el suelo del baño. "Once días. Hace un año, le quedaban once días de vida. Y no teníamos ni idea", dije yo. Nos miramos con los ojos llenos de lágrimas y nos preguntamos cómo viviríamos si supiéramos que nos quedan once días de vida.

Ahora que os graduáis, podéis preguntaros cómo viviríais si os quedaran 11 días de vida. Y no me refiero a tirar la casa por la ventana y estar de fiesta constantemente; lo de hoy es una excepción. Me refiero a vivir habiendo entendido lo valioso que puede ser cada día. Lo valioso que es cada día, de hecho.

Hace unos años, mi madre aplazó su partida. Cuando era más joven, no sentía dolor al caminar. Pero cuando la cadera se le desintegró cada paso le resultaba doloroso. Ahora, diez años después de que la operaran, da las gracias por cada paso que da sin dolor; algo que llevaba mucho tiempo sin experimentar.

Ahora que estoy aquí, un año después del peor día de mi vida, sé que hay dos cosas que son ciertas: tengo una reserva de tristeza que siempre me acompaña, está aquí, es tangible y no sabía que podía llorar tanto o tan a menudo.

Pero también soy consciente de que camino sin dolor. Por primera vez, doy las gracias por cada bocanada de aire, por la vida en sí misma. Antes solía celebrar mi cumpleaños cada cinco años y los de mis amigos, a veces. Ahora lo celebro siempre. Antes solía acostarme pensando en las cosas que habían salido mal a lo largo del día (y la lista era bastante larga, creedme). Ahora intento centrarme en los momentos de alegría de cada día.

Tenéis muchos momentos de alegría por delante. Ese viaje que siempre habíais querido hacer. Ese primer beso con una persona que os guste muchísimo.

Resulta irónico que perder a mi marido me haya ayudado a sentir más gratitud; gratitud por la amabilidad de mis amigos, el cariño de mi familia o la risa de mis hijos. Espero que todos vosotros podáis encontrar esa gratitud; y no solo en los días buenos, como hoy, sino en los difíciles, cuando la necesitéis de verdad.

Tenéis muchos momentos de alegría por delante. Ese viaje que siempre habíais querido hacer. Ese primer beso con una persona que os guste muchísimo. Ese día en el que consigáis un trabajo que os motive de verdad. Todas esas cosas os pasarán. Disfrutad todas y cada una de ellas.

Espero que viváis vuestras vidas -que viváis cada valioso día de ellas- con alegría y sentido. Espero que caminéis sin dolor y que deis las gracias por cada paso.

Y cuando vengan las dificultades, espero que recordéis que dentro de vosotros está la capacidad para aprender y crecer. No habéis nacido con una cantidad fija de resiliencia. Igual que un músculo, se puede ejercitar y se puede tirar de ella cuando sea necesario. Durante este proceso descubriréis quiénes sois en realidad y os convertireis en la mejor versión de vosotros mismos.

Promoción del 2016, ahora que dejáis Berkeley, trabajad la resiliencia.

Trabajad la resiliencia. Cuando os azote la tragedia o la decepción, sed conscientes de que tenéis la capacidad para superar absolutamente cualquier cosa. Os lo prometo. Como se dice en estos casos, somos más vulnerables de lo que pensamos, pero más fuertes de lo que imaginamos.

Construid organizaciones resilientes. Si alguien puede hacerlo, vosotros también podéis, porque Berkeley está llena de gente que quiere hacer del mundo un lugar mejor. Nunca dejéis de esforzaros por ello; ya sea porque la sala de juntas no sea representativa o porque el campus no sea seguro. Hablad, especialmente en instituciones como esta, a la que tenéis tanto cariño. Mi póster favorito del trabajo reza "En Facebook, nada es problema de otro". Cuando veáis que algo no funciona, arregladlo.

Construid comunidades resilientes. Encontramos la humanidad -igual que nuestra voluntad para vivir y nuestra capacidad de amar- en las relaciones con los demás. Estad ahí para vuestros familiares y amigos. En persona. No solo con mensajes de textos y emojis de corazón.

Apoyaos los unos en los otros, ayudaos a apañároslas con la opción B y celebrad todos y cada uno de los momentos de alegría.

Tenéis el mundo entero por delante. Estoy deseando ver qué hacéis con él.

¡Felicidades!

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.