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Arianna, 24 años, senadora académica, sobre los desplazamientos de estudiantes: "Tomé un vuelo de Bolonia a Catania. En total, gasté 300 euros"

Arianna, 24 años, senadora académica, sobre los desplazamientos de estudiantes: "Tomé un vuelo de Bolonia a Catania. En total, gasté 300 euros"

Es el debate de todos los años para las personas -principalmente los jóvenes- que viven fuera de sus ciudades y quieren regresar por Navidad.

Aeropuerto de Bolonia
Aeropuerto de BoloniaUCG/Universal Images Group via G

Cada mes de diciembre, la misma duda se instala en la cabeza de miles de jóvenes que estudian o trabajan lejos de su lugar de origen, en este caso, italianos: ¿merece la pena volver a casa por Navidad o es mejor quedarse donde uno está? La respuesta rara vez depende solo de la nostalgia. El precio de trenes y aviones se ha convertido en un factor decisivo que, para muchos, inclina la balanza en contra del reencuentro familiar.

Bolonia no es una excepción. Bajo las Dos Torres, ciudad universitaria por excelencia, el debate es recurrente y cada año más áspero. Para Arianna Castronovo, de 24 años, estudiante y miembro del senado académico de la Universidad de Bolonia, el problema ya no puede tratarse como una incomodidad estacional. “Ha llegado el momento de que la política se tome esto en serio”, sostiene. A su juicio, la posibilidad de desplazarse no es un lujo: "Regresar a casa forma parte del derecho a la educación, y hoy ese derecho no está garantizado".

Volver o no volver: una decisión económica

Castronovo conoce bien la situación. Su familia vive en Siracusa, en el sur de Sicilia, a más de mil kilómetros de Bolonia. Este año sí viajará por Navidad, aunque no sin hacer cuentas. "Puedo permitirme cierta flexibilidad porque estudio", explica. "Evité los días más complicados, como Nochebuena, Navidad y San Esteban, y adelanté el regreso al viernes 19 de diciembre".

Esa maniobra, sin embargo, no está al alcance de todo el mundo. Muchos jóvenes que ya han entrado en el mercado laboral no pueden elegir fechas alternativas y se ven obligados a pagar tarifas disparadas. "Tengo amigos que trabajan y no han tenido más remedio que comprar billetes a precios desorbitados", señala.

En su caso, el trayecto incluyó un vuelo entre Bolonia y Catania y el posterior desplazamiento hasta Siracusa. El coste total rondó los 300 euros. "No es una cantidad menor, y estamos hablando de la semana previa a Navidad, no de los días centrales", matiza. Para numerosos estudiantes con presupuestos ajustados, cifras así suponen un obstáculo difícil de salvar.

Un problema estructural que se repite cada año

El encarecimiento de los billetes durante los periodos festivos no es una novedad. Ocurre cada verano, cada Navidad y en los grandes puentes. La diferencia, según Castronovo, es que ahora el impacto resulta mucho más severo. "Siempre ha sido un gasto importante para las familias, pero el riesgo es que, con el paso del tiempo, volver a casa se convierta en algo reservado a quien pueda permitírselo".

A la subida constante de los precios del transporte se suma el aumento general del coste de la vida. Alquileres elevados, alimentos más caros y becas que no siempre cubren lo básico dejan poco margen para asumir gastos extraordinarios. "No me cuesta imaginar un futuro cercano en el que muchos estudiantes decidan no regresar por una cuestión puramente económica", advierte.

Esa renuncia no es solo simbólica. Para quienes viven lejos, especialmente en un país alargado como Italia, el viaje de vuelta es también una forma de mantener vínculos afectivos y redes de apoyo. "No se trata solo de pasar unas fiestas en familia, sino de no sentirse excluido por razones económicas", añade.

Transporte y derecho a estudiar

Desde su posición en el senado académico, Castronovo defiende que el debate debe ir más allá de las quejas puntuales. A su entender, garantizar precios accesibles en trenes y aviones durante los periodos clave debería formar parte de las políticas educativas. “Si aceptamos que estudiar implica movilidad, entonces el transporte no puede quedar al margen”, argumenta.

Algunas propuestas ya circulan entre asociaciones estudiantiles: tarifas reguladas en fechas sensibles, refuerzo de la oferta ferroviaria o ayudas específicas para quienes cursan estudios fuera de su región. Sin embargo, las respuestas institucionales siguen siendo limitadas y, a menudo, temporales.

“La sensación es que cada año hablamos de lo mismo y cada año todo sigue igual”, lamenta. Mientras tanto, miles de jóvenes revisan comparadores de precios y calculan si podrán permitirse el viaje de regreso.

Para Castronovo, el debate encierra una cuestión de fondo: qué modelo de universidad y de país se quiere construir. "Si solo quienes tienen recursos pueden moverse, estamos aceptando una desigualdad de partida", afirma. En ese contexto, el billete de tren o avión deja de ser un simple medio de transporte para convertirse en un filtro social.

A pocos días de las fiestas, ella hará las maletas y volverá a Sicilia. Sabe que no todos podrán hacerlo. Por eso insiste en que el problema no es individual, sino colectivo. "Viajar no debería ser un privilegio. Para muchos estudiantes, es una condición necesaria para ejercer plenamente su derecho a formarse".