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Esta cala es el secreto mejor guardado de los que huyen de la masificación turística: un rincón de Marte en una isla de ensueño

Esta cala es el secreto mejor guardado de los que huyen de la masificación turística: un rincón de Marte en una isla de ensueño

La cobertura móvil es escasa, lo que refuerza la sensación de aislamiento y autenticidad.

Cala Pilar, Menorca

En una isla donde cada rincón parece sacado de una postal, aún existen lugares que escapan al radar del turismo convencional. Menorca, declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO, esconde entre sus calas más recónditas un paraje que parece no pertenecer a este mundo. No es solo una playa, es una experiencia geológica, un viaje visual a otro planeta. Y quienes la descubren, rara vez la olvidan.

Lejos de las rutas más transitadas y de las playas de postal que llenan Instagram cada verano, Cala Pilar se alza como un refugio para los que buscan algo más que arena y mar. Este rincón del norte menorquín no solo ofrece tranquilidad, sino un espectáculo natural que parece sacado de Marte: acantilados de arcilla roja, vegetación agreste y un entorno virgen que desafía la lógica del turismo de masas.

El acceso a Cala Pilar no es sencillo, y ahí radica parte de su encanto. Para llegar, hay que recorrer un sendero de unos 2,5 kilómetros a pie desde el aparcamiento más cercano, atravesando un bosque mediterráneo que huele a pino y romero. El camino, aunque exigente en pleno verano, actúa como filtro natural: solo los verdaderos buscadores de belleza salvaje llegan hasta el final. Y la recompensa es mayúscula.

Lo primero que sorprende al llegar es el color. La arena, de un tono dorado rojizo, contrasta con el azul profundo del mar y con los acantilados de arcilla que la rodean. La erosión ha esculpido formas caprichosas en las paredes rocosas, creando un paisaje que recuerda a los cañones del suroeste estadounidense o a las planicies del planeta rojo. No es casual que muchos la describan como “una cala marciana”.

A diferencia de otras playas menorquinas, donde los servicios turísticos han ganado terreno, en Cala Pilar no hay chiringuitos, ni hamacas, ni música. Solo el sonido del viento, el rumor del mar y el crujido de las pisadas sobre la tierra seca. Es un lugar para desconectar, para leer, para contemplar. Para estar, simplemente. La cobertura móvil es escasa, lo que refuerza la sensación de aislamiento y autenticidad.

La cala forma parte del Área Natural de Especial Interés (ANEI) de la costa norte de Menorca, una zona protegida que ha escapado al urbanismo gracias a su difícil acceso y a la conciencia ecológica de la isla. Aquí, la naturaleza impone sus reglas: no se permite acampar, ni encender fuego, ni dejar residuos. Y los visitantes, en su mayoría senderistas y amantes del silencio, lo respetan.