Hablan las niñeras de los millonarios: "Renuncié a mi propia familia para criar a los hijos de otros, me siento fatal"
Lamenta que las condiciones y los acuerdos laborales son deficientes, y asegura arrepentirse de no haberse dedicado a mejorar su vida por hacerlo con la de otras.

Criar a los hijos de otros puede convertirse en una forma de vida. Y también, en una renuncia silenciosa. Quienes trabajan como niñeras de familias millonarias conocen bien ese coste emocional que no aparece en los contratos -cuando los hay- ni se compensa con sueldos elevados. Detrás de villas, aviones privados y colegios internacionales, hay mujeres que han pasado décadas cuidando niños ajenos mientras dejaban en pausa la posibilidad de construir una familia propia.
Roberta, de 59 años, lo resume con una frase demoledora: en más de tres décadas de profesión ha sido “madre” de unos treinta niños, pero nunca de uno suyo. Originaria de Emilia y reacia a dar su apellido para no cerrar puertas laborales, empezó casi por casualidad. Tras una separación, durante unas vacaciones conoció a una periodista con dos hijos pequeños.
Comenzó ayudándola de manera informal y acabó mudándose con la familia a Milán. Fue la única vez que permaneció cuatro años seguidos en un mismo hogar. Después, optó por especializarse en el cuidado intensivo de recién nacidos durante los primeros seis meses de vida.
Jornadas sin horario y sueldos en la sombra
Ese trabajo, idealizado desde fuera, tiene poco de idílico. Seis meses de disponibilidad absoluta, sin horarios definidos, con noches en vela y tareas que van mucho más allá del cuidado del bebé: limpiar, lavar, planchar, cocinar. Los descansos son mínimos -un fin de semana cada dos semanas, como máximo- y los desplazamientos constantes. Si la familia decide cenar en una estación alpina o viajar al extranjero, la niñera hace la maleta.
Todo ello por unos 4.000 euros mensuales que, en muchos casos, se pagan sin contrato. Incluso cuando se trata de familias multimillonarias. Para los empleadores, el beneficio es claro: se ahorran cotizaciones. Para las trabajadoras, menos impuestos a corto plazo, pero un riesgo enorme si ocurre un accidente o surge un conflicto legal. Como explica una exniñera reconvertida en empresaria del sector, el problema de fondo es que en Italia todavía cuesta reconocer este trabajo como una profesión cualificada y regulada.
El precio invisible: la vida personal
Ahí está el gran conflicto. Cuanta más formación y experiencia tiene una niñera, menos dispuesta suele estar a trabajar noches, fines de semana y a viajar sin límite. Algunas familias optan por soluciones híbridas, como turnos rotativos entre dos profesionales, para garantizar cobertura total sin quemarlas. Aun así, el desgaste emocional es enorme.
Quienes han vivido durante años acompañando a familias por el mundo hablan de experiencias extraordinarias mezcladas con una profunda soledad. Mansiones, yates, tarjetas sin límite… y noches interminables sin una vida propia que las espere al final del día.
Roberta lo tiene claro. Para protegerse, intenta no encariñarse demasiado: evita los diminutivos, limita el contacto físico. Pero es inútil. Tras seis meses de convivencia casi total, la separación siempre duele. La noche antes de marcharse no duerme. Los niños lloran, ella también. A veces se reencuentran años después, pero ya no es lo mismo. Se reconocen, se miran con cierta distancia, como si algo se hubiera roto. Es el peaje silencioso de un trabajo que permite criar a los hijos de otros mientras deja en suspenso la propia vida.
