Manuel, jubilado de un pueblo de Granada, amante de la agricultura: "Mientras pueda, acudiré al campo todos los días"
Lleva desde los ocho años trabajando la tierra.

El amor al campo es una pasión que no se apaga con los años. Para quienes lo sienten, trabajar la tierra no es solo cultivar alimentos, sino respirar libertad, recordar lo aprendido de los mayores y encontrar en cada tarea una forma de vida. Esa conexión con la naturaleza convierte cada día en el campo en un refugio y en una celebración de lo esencial, siendo para muchos la mejor de las medicinas.
Este es el caso de Manuel Villena Gámez, un jubilado de 64 años natural de Padul que sigue recorriendo cada mañana las parcelas que cuida con sus propias manos. Nacido y criado en este municipio de la vega granadina, el hombre aprendió a trabajar la tierra desde niño, cuando a los ocho años ayudaba a su familia escardando y aclarando matas de maíz. Desde entonces, no ha parado de dedicar tiempo a los cultivos.
Manuel recuerda con nostalgia las cosechas de patata que su familia plantaba en una zona próxima a Dúrcal que, según quienes conocen el Valle del Lecrín, mantiene una larga tradición con ese tubérculo. “Mientras pueda acudiré al campo todos los días porque me encanta y me fortalece. Me da la vida”, asegura con orgullo el agricultor en declaraciones recogidas por Ideal, convencido de que esa rutina diaria es lo que mantiene viva su energía.

Una vida de lo más rural
Manuel estudió con maestros de pueblo, pero también alternó la agricultura con trabajos en la construcción porque pagaban mejor. Hizo el servicio militar en Granada, en Ingenieros; más tarde formó una familia y hoy es abuelo de tres nietos y una nieta. Un accidente laboral le dejó secuelas en los brazos, pero eso no le ha impedido seguir cultivando sus cuatro marjales, dotados de agua de un nacimiento propio.
En estos terrenos siembra desde ajos y cebollas hasta parras, melones, sandías y hortalizas varias. El cultivo de hortalizas y frutas es una tradición con peso en la vega y en los sistemas de producción protegida de Andalucía. Además, Manuel mantiene métodos y aprendizajes transmitidos por vecinos: fue un vecino de Dúrcal apodado Juan ‘Bocao’ quien le enseñó a arar con mulos e injertar frutales.
A su vez, hoy cría conejos y pollos para autoconsumo y cuida frutales de todo tipo en la finca que dice está en el paraje conocido como la ruta de los Quinientos, un entorno que conecta con el humedal y los caminos tradicionales de Padul. En un tiempo en que muchos campos de la vega sufren abandono o cambios de uso, la rutina diaria de personas como Manuel recuerda que la agricultura a pequeña escala sigue siendo un sostén cultural que mantiene vivos paisajes, saberes y comunidades.
