Pide ayuda tras descubrir que su madre de 82 años se une a los estafadores: "Hago lo que quiero con mi dinero"
La desesperación se ha apoderado de este hombre.

"Mamá, me da igual todo. Te quiero. Solo quiero que vuelvas". Así fue una de las últimas llamadas entre Xavier, de 61 años, y su madre Marie-José, de 82, antes de que ella colgara. Desde septiembre, vive en Abiyán, Costa de Marfil, junto a un joven de 28 años que conoció por internet.
Xavier asegura que no es amor, sino abuso emocional. Que su madre —viuda, frágil, con problemas de salud y movilidad— cayó en las redes de un estafador. Ha presentado denuncias, alertado a la justicia, informado a la embajada… pero nada parece moverse.
Todo empezó el pasado junio. Marie-José, abatida por la pérdida de un amigo y la eutanasia de su perro, llamó a su hijo en busca de consuelo. Cuando él llegó a su casa en Normandía, algo no encajaba: su madre estaba distante, atrapada en su tableta. Pocos días después, le presentó por videollamada a “Christ”, un joven marfileño que, según ella, la hacía feliz.
Xavier lo vio claro: era un estafador. Lo dijo, lo advirtió, lo intentó todo. Pero su madre, “hipnotizada”, cortó el contacto. Sin avisar a nadie, tomó un vuelo a África.
Desde entonces, ha enviado fotos: aparece sonriente, aunque con las piernas hinchadas y visiblemente desorientada. En un mensaje, relató cómo se desmayó y despertó sin saber dónde estaba. “Pensé que me habían secuestrado”, dijo, aunque luego “recordó” estar en casa de su joven pareja.
Su pensión —unos 3.000 euros mensuales— desaparece en cuestión de días. Ya se han evaporado más de 100.000 euros en transferencias, retiros y compras. “No creo que sea consciente del dinero que ha perdido”, lamenta Xavier. Ella, por su parte, repite una frase como escudo: "Estoy enamorada, soy adulta, tengo derecho a ser feliz".
La justicia francesa apenas ha respondido. Dos investigaciones fueron archivadas. La embajada los recibió, pero sin resultados claros. Según Xavier, le dijeron que cuando se acabe el dinero, su madre acabará sola, en la puerta de la embajada.
Mientras tanto, él sigue esperando una señal. Su madre no estuvo en la boda de su nieta, ni manda noticias por Navidad. “Ni una flor, ni una llamada”, dice con dolor. “Ella no se ha ido sola. Le han robado la cabeza y la vida. Y nadie hace nada”.
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