Lo del aborto no es una broma
"El problema no es, o no solo, que sus planteamientos sean retrógrados, misóginos y regresivos. El problema es que destrozan vidas".

Llevan unas cuantas semanas asomando la patita, contándonos en qué quieren convertir España si llegan a gobernarla. Las diferentes sucursales de la derecha lo tienen claro: tras amenazar con persecuciones racistas y deportaciones masivas, es el turno de las mujeres y sus derechos sexuales y reproductivos.
Primero, Almeida pactando con VOX. Obligando a las mujeres que van a abortar a escuchar una sarta de tonterías y dogmas contrarios a la ciencia empaquetados y presentados como síntomas del ficticio e irreal “síndrome del posaborto”. Están a un tris de intentar hacer realidad el Génesis 3:16.
Luego Ayuso, negándose a cumplir la ley y crear el registro de objetores de conciencia de la interrupción voluntaria del embarazo. Se ve que no le parece suficiente con hacer imposible abortar en la sanidad pública. Hasta ahora ha conseguido que en la Comunidad de Madrid el 99.6% de las interrupciones voluntarias de embarazo se tengan que realizar en clínicas privadas. Con la consiguiente exposición a grupos fundamentalistas católicos que acosan a las mujeres a las puertas de dichas clínicas.
Y mientras tanto, Feijóo, sin el poder y la valentía suficientes para desautorizar a los suyos, pero negándose a consagrar el derecho al aborto en la Constitución.
El problema no es, o no solo, que sus planteamientos sean retrógrados, misóginos y regresivos. El problema es que destrozan vidas. Cuando su sectarismo se convierte en ley las mujeres son menos libres, al no poder decidir sobre sus cuerpos y están menos seguras, al tener que recurrir a abortos clandestinos sin las garantías sanitarias mínimas. Pero el peligro va más allá: la prohibición del aborto también mata bebés. Así lo demuestra la evidencia empírica. En Texas, donde Ayuso ha viajado para aprender desde el terreno la más furibunda política antiabortista, la mortalidad infantil aumentó un 12.9% tras impedir el aborto tras la quinta semana de gestación. Del mismo modo, la mortalidad de neonatos atribuibles a anomalías congénitas se incrementó un 22.9%. Pese a que se disfrazan de provida, sus propuestas generan todo lo contrario.
Hay muchos motivos por los que una mujer puede querer realizar una interrupción voluntaria del embarazo. Y cualquiera es más válido e importante que los dogmas religiosos o el ansia de control de algunos sobre la vida de las mujeres. Pretender lo contrario implica encerrar a las mujeres en una minoría de edad que las incapacitaría para poder decidir sobre sus vidas.
Decía Simone de Beauvoir que basta una crisis para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados, que no deben darse por irreversibles y que hay que permanecer vigilantes. Por eso mismo hay que tener claro que su empeño con el aborto no se trata de la enésima batallita cultural para conseguir titulares. No. Es algo más profundo. Con consecuencias directas. Nos encontramos ante una ofensiva integral contra la autonomía e independencia de las mujeres. Supone la materialización de su frustración por las conquistas de las últimas décadas, su manera de responder al mantra de que “el feminismo ha llegado demasiado lejos”. Y esto es, también, no lo olvidemos, un ataque frontal al modelo de sociedad al que aspiramos los que creemos, como Rosa Luxemburgo, que hombres y mujeres podemos ser socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.
