'Memorias I': Palabra de Aznar

'Memorias I': Palabra de Aznar

El primer tomo de la autobiografía de José María Aznar, Memorias I, cumple a rajatabla las máximas que han definido al expresidente del Gobierno: previsibles, anodinas, insulsas y con poca chicha. Muy poca chicha.

El volumen, que la editorial Planeta publicará el 27 de noviembre y al que ya ha tenido acceso El Huffington Post, consta de 383 páginas —310 sin el anexo y el índice alfabético— escritas a letra de buen tamaño, sin notas al pie y con el correspondiente álbum fotográfico —Aznar el día de su primera comunión; Aznar con su equipo de fútbol; Aznar con sus colegas en el viaje de fin de carrera; Aznar con Ana Botella (abundantísimas) y Aznar con los principales líderes mundiales: Felipe González, Margaret Tatcher, Jacques Chirac, Bill Clinton...— tan egocéntrico y obligatorio como en cualquier otro libro de memorias.

Por ahí nada nuevo bajo el sol.

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Sin embargo sí existen matices entre las obras de otros expresidentes, exministros, ex primeros ministros y otros 'ex' con este de José María Aznar: en Memorias I apenas se aportan novedades, no desvela grandes secretos y no cae en la anécdota ni siquiera cuando lo más difícil es, precisamente, eludirla. Un ejemplo: de la mañana en la que llegó por primera vez a La Moncloa, Aznar se limita a rememorar el momento en el que le dirigieron a la bodega del complejo:

Pregunté: ¿Cómo andamos de vino?

Me dijeron: “Bien de Rioja, pero falta Ribera del Duero”

Se me ocurrió replicar: “Pues eso habrá que equilibrarlo”

Y así todo.

DESAPASIONAMIENTO

La evocación del día de su primer triunfo electoral, el momento de mayor gloria para cualquier político, el expresidente del Gobierno la despacha anotando que “era una noche típica de primeros de marzo en Madrid y todos acabamos tiritando”. Incluso la trágica jornada en la que ETA mató a Miguel Ángel Blanco la revive con absoluto desapasionamiento: “Le ingresaron en el hospital de San Sebastián. Unas horas después murió”, escribe.

No hay recuerdo de lágrimas, de infinita tristeza. Ni de rabia. Si acaso, la que sintieron los demás. No él. “El asesinato de Miguel Ángel Blanco causó una profunda conmoción política y social en España, y provocó reacciones en el resto del mundo”, relata. Su frialdad en cuestiones políticas las traslada también al ámbito personal. En la página 34 evoca el momento en el que pidió matrimonio a Ana Botella. Lo hace como un médico que coge el escalpelo con manos frías:

“Lo nuestro fue lo que cualquiera llamaría un flechazo: nos conocimos en el vuelo de Estambul a Atenas, y en Atenas nos hicimos inseparables. Dos días después, ya de regreso en Madrid, le propuse que se casara conmigo. Me dijo que sí. Tardé sólo dos días en pedírselo y siempre he pensado que con un día habría bastado”.

Y, por supuesto, cuenta sólo lo que quiere y le conviene contar. Presume de los artículos que escribió en 1979 para el diario La Nueva Rioja, y extracta las frases que considera más memorables (casi todas referentes a la “práctica autonómica delirante”), pero elude los varios artículos en los que cuestionaba la Constitución que, años después, defendió con tanto ardor (Una Constitución demasiado ambigua), o criticaba la eliminación de calles con nombres franquistas por parte de aquellos que pretendían “borrar la historia” (en Vientos que destruyen).

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UN JOVEN EJEMPLAR

El perfil que dibuja Aznar de su juventud es amable, de chico tenaz, estudioso y responsable, que pasaba los días delantes de libros para sacar adelante la plaza de inspector de Hacienda y sólo salía a dar “un paseo” o “tomar algo” con Ana Botella al caer la noche. Salidas siempre breves porque “al volver a casa repasaba hasta las doce de la noche". "A la mañana siguiente, otra vez la misma rutina”, recuerda con más orgullo que hastío.

Fue una juventud sin descanso, dejándose los codos en mesas y la vista en páginas interminables. Y cuando terminó la etapa de estudiante/opositor, la vocación por la política volvió a devorar sus horas. Aznar ha vivido, sin duda, una vida entregada.

“Creo que las oposiciones son bastante útiles para la vida y para la política: te enseñan que no hay atajos y que con vaivenes no se llega; que primero tienes que saber lo que quieres, luego proponértelo con total decisión y, por último, trabajar muy duro. Tus deberes tienes que hacerlos tú y no puede hacerlos nadie más que tú”.

Palabra de Aznar.

Memorias I es un repaso lineal y desapasionado que sólo se permite sortear la cronología vital en el prólogo, titulado de forma gráfica Mi decisión más difícil. Son sin duda las páginas más sabrosas del libro, las únicas que van más allá de lo ya conocido. La narración está contada en El Huffington Post: cómo informó a Rajoy de que él era el elegido para sucederle (o dicho de otra forma, cómo era su nombre el que figuraba en el mítico cuaderno azul), cómo esta decisión truncó quizás para siempre su relación con Rodrigo Rato y cómo el tercero en discordia, Jaime Mayor Oreja, acató el ‘dedazo’ con admirable lealtad.

Es difícil hallar el reconocimiento de un error entre las más de 300 páginas del libro. Pero existen. Aznar se lamenta, por ejemplo, de cómo afrontó el segundo debate electoral con Felipe González al adoptar una actitud defensiva en vez de una ofensiva, como hizo en el primer 'cara a cara'. Fue “un profundo error del que no me percaté hasta que ya era demasiado tarde”, asume.

Y pese a que cometió más errores colosales, Aznar los niega, los minimiza o los refuta. En 1998 el presidente del Gobierno anunció públicamente que había autorizado contactos con el Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV). Una frase que aun hoy se le critica. La culpa de elegir esas palabras, sostiene, no es suya.

“Algunos interpretaron esa mención al MLNV como una rendición dialéctica, cuando ésa es la denominación que recibe el complejo político social dirigido por ETA. Al utilizar esas siglas, yo estaba haciendo público que el Gobierno se iba a reunir con ETA y también con representantes de su partido político”, escribe.

En otras ocasiones prefiere repartir las culpas ante la adopción de determinadas medidas, que hoy todavía le persiguen, como los acercamientos de etarras que luego, ya fuera del poder, ha criticado con tanto ahínco.

“La presión para que hiciéramos cambios en la política penitenciaria fue en aumento. Todos los grupos políticos, también los socialistas, reclamaban al Gobierno que acercara presos terroristas al País Vasco”.

Lo escribe la misma persona que dedica páginas y páginas a presumir de tomar decisiones con el viento en contra y pese al rechazo de todo el Consejo de Ministros.

MAYOR OREJA QUISO SER NEGOCIADOR

La cuestión de ETA ocupa la parte final del primer tomo de las Memorias de Aznar y revela poco, más que la determinación por no pagar un precio político a cambio de la paz y la firmeza en sus decisiones. En este sentido sí hay que reconocerle al expresidente coherencia hasta el final. Pero aporta pocos detalles, pocas sorpresas. Apenas que Jaime Mayor Oreja, entonces ministro del Interior, le propuso ser negociador del Gobierno con ETA en los encuentros de Suiza.

"En un primer momento, Jaime quiso formar parte del grupo que acudió a Velvey, la ciudad suiza donde tuvo lugar la reunión con los etarras. Le dije que no porque él era el ministro del Interior y que era mejor que fuese su secretario de Estado (Ricardo Martí Fluxá, que sí estuvo en la delegación)".

Y, sobre todo, la narración del atentado que sufrió el 19 de junio de 1995, siendo jefe de la oposición, del que salió ileso gracias al blindaje del vehículo en el que viajaba. Es en este contexto cuando Aznar aprovecha para sacar la parte de héroe, el que no teme, el que no se asusta, el que mantiene el control en todo momento y tiene que ser él quien calme a los demás.

“Salí del coche por mi propio pie y pregunté inmediatamente por mis escoltas. Estaban en la calle, aturdidos y chamuscados, pero enteros, pistola en mano. Les dije “Guarden eso: los que han hecho esto ya no están por aquí”.

Y Más

“Ana esta muy impresionada y lloraba. Le dije que estaba bien y le pedí que se ocupara de los niños”.

O ya en el hospital:

“Recuerdo ver llegar a Ana. Estaban haciéndome una de las muchas pruebas a las que me sometieron y la vi detrás del cristal de la habitación. Le dije: “No te preocupes, creo que envejeceremos juntos”.

Es Aznar en estado puro. Un expresidente que escribe con frialdad, sin pasión. Que más que narrar recita una lección. Memorias I es probablemente el libro más cómodo de los que conformarán su corpus biográfico. En este que llega a las librerías la próxima semana —que, con todo, es de necesaria lectura para cualquiera que sienta una mínima inquietud hacia la política— la narración se frena en 1999, la época más elogiada de sus dos mandatos.

En el segundo abordará su mayoría absoluta, su abrazo incondicional hacia las políticas belicistas de George W. Bush en Irak y, sobre todo, su gestión de los atentados del 11-M. Es probable, y deseable, que le eche mucho más corazón.