El espíritu de las islas Lofoten

El espíritu de las islas Lofoten

Sus ciudadanos lograron que el Gobierno diese un paso atrás en su proyecto de prospecciones petrolíferas en el mar. Creemos que existen razones más que suficientes que justifican nuestra oposición a que Canarias y Baleares sean el escenario de la búsqueda de una fuente de energía antigua.

Michael Haferkamp/Wikipedia

En la tierra en la que el Sol no siempre se pone emergen las islas Lofoten, en el Círculo Polar Ártico. Un archipiélago situado cerca de la costa noruega de una extraordinaria belleza. En este paraíso para los amantes de la naturaleza, sus ciudadanos lograron que el Gobierno diese un paso atrás en su proyecto de realizar prospecciones petrolíferas en un mar de tonos azulados, verdes y turquesas en cuya superficie habita la colonia de aves marinas más importante de la Europa continental y se esconde el caladero de bacalao más grande del mundo y el mayor arrecife de coral de aguas frías.

El Gobierno conformado en octubre de 2013, tras las elecciones celebradas un mes antes, optó por paralizar los planes y proyectos de perforación de petróleo y gas en dichas islas y en otras zonas cercanas ante la fuerte presión social e internacional. La decisión del Ejecutivo ha sido celebrada como una gran victoria de la sociedad civil dado que su fuerza ha sido ampliamente superior a quienes aspiraban a acceder a una reserva rica en petróleo.

La suspensión de este proyecto en uno de los principales productores mundiales de petróleo y gas se ha debido a la oposición ciudadana, pero también al creciente debate que existe en Noruega para avanzar en la transición de los combustibles fósiles a las energías renovables. Es decir, el debate a la inversa que ha abierto el Ministerio de Industria en España por su avariciosa campaña para realizar prospecciones en dos Archipiélagos cuya biodiversidad constituye uno de los tesoros naturales más preciados que existen en nuestro país.

El caso de las islas Lofoten y otros similares en los que los ciudadanos han logrado frenar la exploración de hidrocarburos, como la victoria de los inuit en Lancaster Sound (Canadá) o los sondeos sísmicos denegados en California, aparecen reflejados en los informes elaborados por distintas organizaciones e instituciones públicas canarias y baleares para enfatizar que existen razones para la esperanza frente a la codicia del Gobierno del Estado, que ha optado en esta partida por defender a las petroleras multinacionales y despreciar la inmensa oposición de la ciudadanía de ambos territorios insulares.

Quienes consideramos que hay que mirar con confianza al futuro para encontrar respuestas que ya no se hallan en el pasado, creemos que existen razones más que suficientes que justifican nuestra oposición a que Canarias y Baleares sean el escenario de la búsqueda de una fuente de energía antigua cuyo impacto podría afectar seriamente a nuestro delicado ecosistema.

Recuerdo aquellas palabras pronunciadas por el diputado del Partido Popular, Esteban González Pons, en las que reprochaba al Gobierno socialista de entonces que autorizase la realización de prospecciones petrolíferas en el Mediterráneo y, además, en una intervención muy poética, se refiriese al petróleo como "una energía sucia a extinguir" y subrayase que "no estamos en el tiempo del oro negro sino del oro verde". Palabras que hoy repiten todos sus compañeros en todo el arco mediterráneo, encabezados por el presidente de Baleares que, en una reciente entrevista, llegó a decir que "jamás de los jamases" permitirá que se autoricen prospecciones en su territorio. Palabras que, en cambio, no comparten sus compañeros del PP de Canarias, que abanderan la búsqueda en nuestras Islas del petróleo que se niegan a explorar en el Mediterráneo.

El Gobierno del Estado, carente de ideas para encarar un futuro que requiere soluciones que pasan por invertir en capital humano y apostar decididamente por la economía del conocimiento y la innovación, pretende dar la espalda a la modernidad y emprender un viaje a ninguna parte con unas exploraciones que podrían derivar en un modelo económico con consecuencias funestas.

Tras la década de la burbuja inmobiliaria, cuyas consecuencias han sido nefastas para nuestra economía, para nuestra credibilidad institucional y, sobre todo, para millones de familias, el Ministerio de Industria nos propone como alternativa que nos embarquemos, sin rechistar, en una aventura con la que pretende reproducir una nueva burbuja en ambos Archipiélagos, pero en esta ocasión con la extracción de petróleo, seas cuales sean las consecuencias.

La riqueza de Canarias es su paisaje, el entorno privilegiado que representa su mar, la diversidad de especies que habitan en las aguas que nos rodean. Un espacio tan sobresaliente que solo aquellos que, cegados por la avaricia del dinero fácil, son incapaces de ver que la solución que nos permitirá retornar a la senda del crecimiento no se encuentra en el subsuelo sino en la superficie.

Las nuevas ideas que nos ayudarán a construir un futuro consistente, ajeno a los intereses de la industria petrolera, pasan por el impulso de las energías limpias. Energías más baratas, que generan más puestos de trabajo y de mucha más calidad. Nuestro futuro pasa por extrapolar al resto de las Islas la experiencia de la isla de El Hierro y convertir el Archipiélago en un laboratorio mundial para el estudio y el desarrollo de proyectos innovadores que podamos exportar a otros países, especialmente al continente africano.

Tras el desenfreno urbanístico, cuyas huellas son imborrables en nuestro litoral, no podemos volver a cometer el mismo error poniendo en riesgo nuestro medio ambiente marino. El Gobierno no puede obligarnos a ser rehenes de un proyecto que se está fraguando en despachos cerrados del Paseo de la Castellana, cuyo expediente es un secreto que transita sin transparencia entre los Ministerios de Industria y Medio Ambiente y la petrolera Repsol. Su huida hacia adelante en ambos Archipiélagos no puede ser un proyecto cortoplacista que pondrá en riesgo dos territorios excepcionales que estamos obligados a entregar impoluto a aquellas generaciones a las que ya hemos condenado de antemano a pagar la deuda de nuestros errores. No lo tiremos todo por la borda lanzándonos a lo desconocido.