El extraño paisaje después del debate
El debate deja tras de sí un presidente que ha salvado la cita parlamentaria más importante del año gracias a la debilidad de su principal oponente. En el PP respiran aliviados, pero saben que en la calle la contestación popular sigue siendo la misma que ayer.
No se cumplió el guión que muchos habían anticipado. El debate sobre el estado de la nación no fue como esperaba gran parte de la opinión pública ni los medios de comunicación y se cerró con un resultado muy diferente al que se había vaticinado. Muchos creían que era una oportunidad única para fortalecer la figura del líder socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, frente a un presidente acorralado y achantado desde que se desató el caso Bárcenas. Pero no fue así.
Con un discurso poco ordenado y nada estructurado, Rubalcaba dejó escapar -ante la incredulidad de sus propios compañeros- un debate en el que no fue capaz de hilar una narrativa consistente con propuestas alternativas ni con la firmeza necesaria para exigir al Gobierno una respuesta más contundente ante la corrupción.
A Rubalcaba le faltó garra y contundencia pero, sobre todo, no estuvo hábil en su réplica a la propuesta de Rajoy de firmar un gran pacto para frenar las corruptelas en el seno de las formaciones políticas. Su discurso deshilvanado le impidió urdir una respuesta con alternativas concretas a las recetas expuestas por Rajoy.
Sinceramente, si en las horas más bajas de un presidente herido por la dramática situación de la economía y el empleo y tocado por el caso Bárcenas, Rubalcaba no consigue mejorar su imagen, su valoración ni la intención de voto de su partido, creo que el PSOE está abocado a una profunda reflexión interna sobre el futuro de su liderazgo y el contenido de su discurso como principal partido de la oposición.
Rubalcaba pecó quizá de excesiva confianza, mientras que Rajoy, consciente de la importancia de este debate, especialmente para reforzar su papel en el seno de su propio partido, afrontó este debate de manera minuciosa. Articuló un discurso muy bien estructurado y con un hilo argumental muy definido: la herencia recibida le obligó a enterrar su programa y aplicar medidas impopulares para eludir el rescate (otro término que no existe en el vocabulario del PP). Y supo enrocarse en este esquema tan básico para salir airoso en una batalla que todos daban por perdida antes del inicio del debate.
Rajoy reconoció que no va a cumplir el objetivo del déficit del 6,3% y, pese a tratarse de un incumplimiento más, trató de disfrazar un dato negativo como éste con un discurso en el que enfatizó su supuesta capacidad de diálogo e influencia en la Unión Europea. Realizó un guiño a los jóvenes, los más desencantados y críticos con su gestión, con un plan de empleo cuyo recorrido habrá que ver. Y, por último, sacó de la chistera la conveniencia de la reforma constitucional en el caso de que haya consenso político. Pero no lo hizo como una promesa suya sino que puso, con un discurso muy medido, la pelota en el tejado del PSOE y de las fuerzas nacionalistas.
Veintidós veces fue aplaudido Rajoy por los diputados del Partido Popular, pese a que ni sus anuncios ni el contenido de su discurso invitan al optimismo. Esperaban tan poco, que cualquier anuncio era celebrado con un entusiasmo infinito en la bancada del PP.
Rajoy se creció tras su rifirrafe con Rubalcaba y, a partir de ahí, su discurso en sus réplicas a los nacionalistas y el resto de las fuerzas políticas se tornó más agresivo y altanero e, incluso, pecó de falta de cortesía parlamentaria.
Los ciudadanos esperaban más de este debate. El presidente sigue sin rendir cuentas ante la ciudadanía y las fuerzas políticas sobre los escándalos de corrupción que azotan a su partido. La única vez que lo hizo fue a puerta cerrada en la calle Génova y se dirigió a través del canal interno a sus compañeros, pero no a los ciudadanos, pese a que la trama afecta incluso a algunos miembros de su Gobierno. Demostró también en el debate que sigue sin ser consciente de que este país necesita incentivos reales para reactivar la economía y que las pequeñas y medianas empresas, que soportan el mayor peso específico de nuestra economía, no pueden estar pendientes del voluntarismo de la banca cuando recurren a las líneas de crédito ni de las promesas que el Gobierno anuncia, pero que no cumple.
Los anuncios realizados por Rajoy y aplaudidos con entusiasmo por los diputados del PP son una reproducción de sus compromisos en el debate de investidura, pero con una notable diferencia: ha pasado un año, no ha cumplido ninguno de ellos y su credibilidad es nula.
El debate deja tras de sí un extraño paisaje político: un presidente que ha salvado la cita parlamentaria más importante del año gracias a la debilidad de su principal oponente. En el PP respiran aliviados, pero saben que en la calle la contestación popular sigue siendo la misma que ayer. Rubalcaba se enfrenta irremediablemente a un debate interno más agrio que el que ha vivido hasta ahora. Y, por último, las distancias marcadas por Rajoy con respecto al resto de los grupos, a los que nos ha tratado en ocasiones en un tono faltón, dejan muy claro que el diálogo con las fuerzas políticas no forma parte de su agenda.