Andrea encuentra su gran negocio en la cola en el supermercado y abandona su trabajo de 12 horas diarias: "Facturación duplicada"
“Trabajaba 12 horas al día y tardaba casi una hora en ir y volver. Prácticamente nunca estaba en casa”,

Hay decisiones que llegan sin avisar y lo cambian todo. No nacen de un plan elaborado, sino de una intuición repentina que, cuando aparece, resulta imposible ignorar. Algo así le ocurrió a Andrea Fadioni, un romano que durante años llevó una vida estable pero agotadora y que hoy es conocido por haber convertido el tiramisú en el centro absoluto de su trabajo. La historia la recoge el diario italiano La Repubblica, dentro de su serie dedicada a quienes un día decidieron reinventarse.
Durante más de una década, Andrea trabajó en un supermercado de Roma. Empezó en la sección de frutas y verduras, pasó por la caja y terminó como subgerente. El puesto era seguro, pero exigente. “Trabajaba 12 horas al día y tardaba casi una hora en ir y volver. Prácticamente nunca estaba en casa”, recuerda. A los 43 años, con esposa y dos hijos, sentía que algo esencial se le escapaba. “Era un trabajo que me gustaba, pero se había vuelto mecánico. La rutina me estaba matando. Me faltaba creatividad”.
La chispa surgió una tarde cualquiera, paseando con su mujer Isabella por el centro de la ciudad. Ambos se toparon con una larga cola de turistas esperando para comprar tiramisú en una pequeña pastelería. Isabella lo miró y lanzó la pregunta decisiva: “¿Por qué no?”. Andrea lo entendió al instante. “Fue un momento. Supe que esa era la idea correcta”. El plan era sencillo y, a la vez, arriesgado: abrir una tienda dedicada casi en exclusiva al postre italiano más famoso del mundo.
Así nació What If, un local diminuto en el barrio de Conca d’Oro, al noreste de Roma, con solo tres mesas y un laboratorio. Allí Andrea elabora tiramisú clásico, de pistacho, fresa, Nutella o caramelo salado, pero también utiliza la crema para reinventar otros dulces tradicionales. Cannoli sicilianos, babà, tartas, maritozzi o profiteroles se rellenan con mascarpone y café. Como resume uno de sus clientes: “La crema de Andrea está buena incluso con lechuga”.
El inicio fue prometedor, aunque no exento de dificultades. “Empezamos con buen pie, la respuesta fue inmediata, pero el verano fue duro. Con el calor, los fines de semana se vacían y para mí son clave”, explica. Aun así, perseveró. Un año después, la facturación se había duplicado. Parte del éxito se debe al boca a boca y a una pequeña inversión en publicidad online.
Para algunos productos, Andrea colabora con pastelerías históricas, como Scaturchio en Nápoles, pero la esencia del proyecto sigue siendo artesanal. Hoy trabaja a cinco minutos de casa y ve a menudo a sus hijos pasar por la tienda. “No quiero hacerme rico. Quiero un trabajo que me haga feliz”, afirma. El nombre del local lo resume todo. What if significa “¿y si…?”. En su caso, la pregunta tuvo respuesta.
