A quién benefician las crisis y los discursos catastrofistas

A quién benefician las crisis y los discursos catastrofistas

Pandemia, guerra, inflación y emergencia climática se concatenan provocando congoja entre la población. Sin embargo, también hay sectores que aprovechan esto.

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“Yo no quiero hablar de recesión porque las palabras también ayudan a hundir la economía; es mejor no diseñar un escenario catastrofista”. Aunque parezca sorprendente, la frase la pronunció un dirigente del Partido Popular el pasado 21 de julio. En concreto, fue Juan Manuel Moreno Bonilla, entonces presidente en funciones de Andalucía, durante su sesión de investidura.  

El razonamiento del andaluz no es nuevo; lo raro es que viniera de un líder del partido de oposición al Gobierno central. Precisamente el presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, ha pedido esta semana en una entrevista en Cadena SER lo siguiente: “Sin entrar en la euforia, tampoco podemos caer en el catastrofismo”. 

Muchos españoles se fueron este verano de vacaciones acompañados de un runrún persistente: el otoño va a ser duro. La guerra, la inflación, la crisis energética, el precio de los combustibles… Antes incluso de que llegara septiembre, las predicciones parecían cumplirse, e iban sumándose otros elementos apocalípticos, desde la inaudita sequía hasta las crisis en sectores alimentarios como el lácteo o el del aceite.

Por si aún cupiera duda, todos los expertos consultados por El HuffPost reconocen que la situación –económica y de recursos– “es delicada”, pero en ese diagnóstico caben muchos matices. Empezando por el contexto. “La economía [española] tiene ahora mismo una serie de problemas importantes, pero no podemos negar que la mayoría son por causas externas”, explica Yolanda Fernández Jurado, profesora de Economía de Comillas ICADE. 

La crisis actual no es un problema sólo de España, sino un problema internacional que a España también le afecta
Yolanda Fernández Jurado, economista

Fernández Jurado incide en que “la crisis actual no es un problema sólo de España”, sino “un problema internacional que a España también le afecta”. “Yo preguntaría: ¿somos los únicos, o hay más como nosotros? Si somos los únicos, es porque algo estaremos haciendo mal, pero si hay más, lo que hay que preguntarse es cómo se puede solucionar esto”, plantea la economista. 

En realidad, al hablar de discursos catastrofistas hay que hacer referencia a al menos cuatro ámbitos –economía, política, medios de comunicación y sociedad–, que de algún modo se conectan entre sí y que dan lugar a distintas conclusiones. Entre otras, que la sensación de miedo e incertidumbre tiende a frenar el consumo y en general influye negativamente en la economía, que en tales circunstancias en política suelen salir beneficiados los partidos de oposición y/o populistas, que a los medios les suelen gustar las malas noticias –venden más– y que en la población se pueden generar reacciones que van desde la resignación y la indefensión hasta las ganas de quemarlo todo.

La importancia de “dar los mensajes con contexto”

“Evidentemente, la situación es mala, no se trata de engañar, pero hay noticias o afirmaciones que no son tan negativas como se exponen”, opina Cristian Castillo, profesor de Empresa en la UOC y experto en logística. Yolanda Fernández Jurado pone un ejemplo reciente, de esta misma semana, para resaltar “la importancia de dar los mensajes con contexto”. “No es lo mismo decir que el PIB de España ha crecido un 1,1%, muy por encima de la media de la OCDE, que decir que España está en recesión porque no ha crecido lo previsto”, compara la economista. Y prosigue: “Cuando anuncian que en España ha subido la luz y se va a poner a 400 euros por megavatio hora, ¿cuántos dicen que hay países europeos que llevan tiempo pagándola a más de 500 y 600? El mensaje es muy distinto, porque se da a entender que no ha servido de nada poner en marcha la excepción ibérica”.  

Varios de los expertos consultados por El HuffPost entienden que, en esta crisis –como en casi cualquier otra–, los intereses políticos se están interponiendo más de lo que deberían, y que la falta de consensos puede acabar resultando perjudicial en un momento tan complejo. Tanto el ‘todo va mal’ como el ‘todo va bien’ son susceptibles de caer en el populismo, advierten. “Hay quienes dan mensajes de catástrofe porque quieren aparecer como grandes salvadores”, opina Fernández Jurado.

Hay quienes dan mensajes de catástrofe porque quieren aparecer como grandes salvadores

En todo caso, hay que distinguir entre hechos negativos, los cuales son indiscutibles –hay una inflación disparada, una guerra a las puertas de Europa–, y malos augurios, que van más destinados a calentar el ánimo sin tener necesariamente una base sólida –va a haber desabastecimiento de alimentos, van a cortar el gas–. 

Quiénes son los beneficiados

Tomás Gómez Franco, profesor del Grado en Administración y Dirección de Empresas de la Universidad Internacional de Valencia (VIU), hace un repaso de los sectores que pueden verse beneficiados en épocas de crisis o ante malas noticias en general. Considera que los economistas se crecen ante las crisis, así como los medios de comunicación. “¿Cuándo vende más un informativo? Cuando las noticias son negativas”, replica. “Se dice que un divorcio vende más que una boda, y muchas veces los medios magnifican, o se pone el acento en la parte negativa de las noticias”, añade Gómez Franco. 

Pero también determinados países, o determinadas empresas, pueden salir ganando de los momentos difíciles. Así, Gómez Franco pone el ejemplo de Estados Unidos como actor “claramente” beneficiado de la Segunda Guerra Mundial. “Tras los acuerdos de Bretton Woods, se convirtió en un actor principal, el dólar se hizo moneda hegemónica, y el país se convirtió en el centro del universo por una mala noticia”, ilustra. 

Un divorcio vende más que una boda, y muchas veces los medios magnifican, o se pone el acento en la parte negativa de las noticias
Tomás Gómez Franco, ADE

Llevándolo a terreno patrio, Gómez Franco describe el caso de la empresa El Corte Inglés como “emblema de lo que en economía llamamos contraintuitivo”. Cuenta que El Corte Inglés abrió su primera tienda en la madrileña calle Preciados en 1939, justo al terminar la Guerra Civil. “En ese momento sólo hacían trajes a medida, y montaron todo un imperio a partir de una crisis, porque vieron una oportunidad de negocio”, explica el profesor. 

“Con las malas noticias siempre gana alguien, y suele ser quien más tiene”

Acercándonos aún más a nuestra época, tenemos el ejemplo de la pandemia, y de cómo ciertas empresas y sectores vieron un buen filón a esta crisis, desde las farmacéuticas hasta las plataformas de streaming o de distribución. Pasado ese hito, está el de la guerra de Ucrania, que no sólo ha impulsado el sector armamentístico, sino que ha reportado grandes beneficios a las empresas energéticas. En el primer semestre de este año, el grupo Iberdrola ganó 2.075 millones de euros, un 35,5% más que en el mismo periodo de 2021. “Con las malas noticias, siempre gana alguien, y suelen ser los que más tienen”, resume Gómez Franco.  

Las noticias catastrofistas pueden llegar a provocar que acabe sucediendo aquello que se decía que iba a pasar
Cristian Castillo, profesor de Empresa

A veces, anticipar con ahínco una crisis ya tiene de por sí consecuencias. “Las noticias más negativas, en algunos casos catastrofistas, pueden llegar incluso a provocar que acabe sucediendo aquello que se decía que iba a pasar”, plantea Cristian Castillo, profesor de Empresa en la UOC. En su ámbito, el de la logística, sabe que el hecho de que la población escuche en televisión o lea en la prensa sobre un posible desabastecimiento de un producto –sea papel higiénico, harina, aceite de girasol o hielo– puede acabar generando ese desabastecimiento.

“La noticia provoca incertidumbre y miedo en la ciudadanía, que se lanza a la compra masiva de esa mercancía, provocando precisamente esa rotura de stock de la que se hablaba”, explica Castillo. Si, a posteriori, se muestran imágenes de estantes vacíos, ese “efecto acopio” crece, y “va a más, como una bola de nieve que se retroalimenta”.

  Crisis del papel higiénico en un supermercado holandés al comienzo de la pandemia, en marzo de 2020.Sjoerd van der Wal/Getty Images

Castillo señala que, desde la pandemia, la población arrastra noticias negativas y “tiene la sensación de que viene algo gordo”. “Ese miedo continuado hace que la razón se deje a un lado, por mucho que se insista en que no hay problemas de desabastecimiento”, y es “muy difícil de controlar”, un “círculo vicioso”, reconoce el experto.

La profecía autocumplida

Es lo que también se conoce como profecía autocumplida. La economista Yolanda Fernández Jurado da más ejemplos. “Si te dicen que va a haber una recesión, te entra miedo, si se dinamita esa confianza, al final los consumidores no consumen porque no saben lo que va a pasar, y los empresarios dejan de invertir, con la expectativa de que no van a vender”, explica. “Crear una expectativa negativa acaba perjudicando el comportamiento del consumidor o del inversor y, al final, tienen ventajas unos cuantos, pero la mayoría se ve negativamente afectado”, advierte la economista. 

Si te dicen que va a haber una recesión, los consumidores dejan de consumir y los empresarios de invertir

A escala global, afirma Castillo, “los que más se benefician de la situación actual siempre son aquellos productos que tienen una demanda inelástica –que a priori no tienen sustituto real–, como el petróleo o la energía”. “Las grandes petroleras controlan la producción, eligen cuándo liberan producción o cuándo la paralizan, de modo que provocan aumentos de demanda, reducción de la oferta y encarecimiento de precios”, ilustra. 

Y en política, ¿qué?

¿Qué ocurre en el ámbito político en estos contextos? Lluís Orriols, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Carlos III de Madrid, lo resume así: “Cuando los ciudadanos perciben que la situación económica o que el país va mal, suelen salir penalizados los gobernantes”. Salvo contadas excepciones –ahí está la victoria electoral del alemán Schröder por su respuesta a unas inundaciones–, las crisis suelen ser “trituradoras de Gobiernos”, sobre todo si estos se ven incapaces de tomar medidas amortiguadoras, ya sea por decisión propia... o por los mandatos de Europa. 

Lo peor para los gobernantes no no son tanto las noticias catastrofistas sobre lo que va a pasar, sino lo que realmente acabe pasando
Lluís Orriols, politólogo

Las noticias catastrofistas pueden “generar un estado de ánimo que anticipe el desgaste del Gobierno”, apunta Orriols, que añade un matiz importante: al final, lo peor para los gobernantes no no son tanto las noticias catastrofistas sobre lo que va a pasar, “sino lo que realmente acabe pasando”. 

Aunque el desgaste sea casi inevitable, el Gobierno tiene maneras de sortearlo mejor, asumiendo en primer lugar la magnitud del impacto (sin apelar a los famosos “brotes verdes”), y tratando de amortiguarlo. Algo así como decir “se viene el tsunami, pero estamos aquí, al pie del cañón”; esto eso, poniendo en marcha “políticas compensatorias”, como ya se hizo durante la pandemia (ERTEs, subida del SMI, ingreso mínimo vital), cuando, según el politólogo, el Gobierno de Pedro Sánchez “consiguió convencer a la opinión pública”. 

El riesgo de “mitificar el pasado”

Las crisis también pueden ser un buen momento para los populismos, sobre todo cuando se juntan “una crisis económica con una crisis política de representación”, aclara Orriols. Es decir: cuando “los políticos ‘tradicionales’ y el sistema en general se ven incapaces de responder a las demandas ciudadanas”, es posible que afloren los populismos, como tras la crisis de 2010. 

Luis Enrique Otero, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense, ahonda algo más en esta cuestión. Sostiene que la crisis actual viene de lejos, y que una parte de la población lleva tiempo arrastrando una sensación de “incertidumbre, inseguridad sobre el futuro y crisis de la identidad tanto personal como colectiva”, acompañada de una pérdida de ingresos y, en general, de un “cambio radical de las formas de organización de la sociedad, de la economía –ahora globalizada– y de las relaciones”.

La incertidumbre puede producir una mitificación del pasado, concebido como una época que se enaltece y añora
Luis Enrique Otero, historiador

De alguna manera, plantea el historiador, el pequeño “mundo de ayer ha desaparecido, pero el mundo de mañana todavía no está completamente construido”, de modo que en esa transición incierta se producen grietas. “Esto puede producir una mitificación del pasado, concebido como una época que se enaltece y añora”, avanza Otero. ¿El peligro? Que, en esa tesitura, el individuo es “presa fácil de discursos simplificadores que prometen la Arcadia feliz” apelando a un pasado que no era necesariamente feliz. Para Otero, un ejemplo paradigmático de ello son los eslóganes que llevaron a Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, que podrían traducirse por ‘América primero’ y ‘Hacer grande a América de nuevo’; o el discurso que ha encumbrado al Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia. 

La emergencia climática, esa crisis de la que usted me habla

Cuando define la crisis mundial actual, Otero va más allá, e incide en la emergencia de la que advierten los ecologistas desde hace décadas: el planeta se queda sin recursos. Teniendo en cuenta que la población humana aumenta y cada vez consume más, las cuentas no salen, y falla el sistema.  

Los propios divulgadores científicos llevan tiempo debatiendo cuál es la mejor manera de hacer llegar este mensaje a la población. De algún modo, con el tiempo se ha pasado de transmitir la idea de ‘el planeta está fatal’ a matizar: ’El planeta está muy mal, pero aún estamos a tiempo de hacer algo’. Se trata de no generar parálisis en la sociedad, de no caer en el derrotismo pensando que no queda más remedio.  

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Resignación, negacionismo o lucha

Ferran Giménez, sociólogo y profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, considera que “el discurso del colapso” que desde hace un tiempo acostumbramos a escuchar tiende a “generar un grado de indefensión colectiva o resignación”, mandando un mensaje de que “no hay más alternativa que el mundo capitalista neoliberal, que no hay que pensar más allá”, dice, sin plantear necesariamente “quiénes son los responsables” o qué es lo que falla del sistema. Es una manera de frenar “cualquier tipo de movilización”, señala.

“Se habla de ‘preparaos, que viene la gran catástrofe, habrá cortes de luz, habrá gente que no podrá poner la calefacción’, pero se niega, o se omite, la responsabilidad de las grandes compañías energéticas o petroleras”, afirma Giménez. También se deja pasar el hecho de que ya hay mucha gente viviendo con pobreza energética desde hace tiempo, recuerda el sociólogo.

Se habla de ‘preparaos, que viene la gran catástrofe, habrá cortes de luz y gente que no podrá poner la calefacción’, pero se niega, o se omite, la responsabilidad de las grandes energéticas y petroleras
Ferran Giménez, sociólogo

Ante un panorama en general sombrío, Ferran Giménez distingue entre tres posibles reacciones de la sociedad: “Caer en el discurso mediático catastrofista del miedo y la resignación; recurrir al negacionismo de la crisis y que la orquesta siga tocando; o la búsqueda de alternativas sostenibles”. 

Giménez no comparte que la responsabilidad del problema recaiga sobre los ciudadanos (“hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, “es el fin de la era de la abundancia”), pero sí considera que la población “ha de ser exigente con los gobiernos”, y que estos tienen que asumir que se requieren cambios. “Podemos aprender a vivir con menos gasto energético, pero esto se debe hacer de manera equitativa y democrática, así que quizás hay que hablar de nacionalizar energéticas, de redistribución de la riqueza, de impuestos a grandes fortunas”, propone el sociólogo.     

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Marina Velasco Serrano es traductora de formación y periodista de vocación. En 2014 empezó a trabajar en 'El HuffPost' como traductora de inglés y francés en Madrid, y actualmente combina esta faceta con la elaboración de artículos, entrevistas y reportajes de sociedad, salud, feminismo y cuestiones internacionales. En 2015 obtuvo una beca de traducción en el Parlamento Europeo y en 2019 recibió el II Premio de Periodismo Ciudades Iberoamericanas de Paz por su reportaje 'Cómo un Estado quiso acabar con una población esterilizando a sus mujeres', sobre las esterilizaciones forzadas en Perú. Puedes contactar con ella escribiendo a marina.velasco@huffpost.es