Arden las pérdidas

Arden las pérdidas

Para no tratarse de un ser vivo, el COVID es un buscavidas que nos hace más trampas que un trilero

Arden las pérdidas.Carlos Alejándrez "Otto"

La India, siempre lo supimos, es más grande que el mundo.

Recuerdo algunos relatos de terror imaginados por Kipling en un despacho de Bombay, asfixiantes y lejanos. Y recuerdo El hombre en el umbral, aquel fragmento de la respiración de Borges donde basta con doblar la esquina de un callejón para sentir el vértigo.

La India me ha procurado maravillosas páginas (las de Rushdie, sin ir más lejos) y sonidos antiguos de raga en los que encuentro el mismo rajo que en una adolorida soleá de Agujetas, pero nunca he logrado entender la fascinación que ha provocado en muchos occidentales, asqueados, dicen, por una sociedad que oculta su vacío tras el dinero y los objetos acumulados y cuyo pensamiento no les ha entregado ninguna respuesta.

El vacío, nos advierte Machado, está más bien en la cabeza.

Bueno es meditar acerca del engaño de los sentidos o de la futilidad de la vida; pero hacerlo en medio de la pobreza extrema, de los que agonizan en la calle, de los cadáveres que arrastra el Ganges, o entre los espectros de trabajadores esclavizados que doblan el espinazo sin ningún derecho y aún menos recompensa, me parece, cuando menos, hipócrita.

Sobre todo, si se tiene a buen recaudo el billete de vuelta.

El sufrimiento no otorga insignias. Ni siquiera la canonizada Teresa de Calcuta lo entendió.

Quizás mi visión peque de parcialidad, de imágenes vistas en la televisión, del testimonio de unos cuantos amigos y del de mi hijo Alex, que, sin más equipaje que su sitar, ha viajado hasta allí.

Puedo decir que los que fueron por turismo volvieron asqueados, y los iluminados con cara de circunstancias.

Al fin y al cabo, la India es una potencia económica, tecnológica y nuclear, y no parece que le falten medios para paliar las desdichas de su población. Pero ahora resulta que es más importante profanar el espacio que fabricar oxígeno (el “indio” César Vallejo lo intuyó:

Un paria duerme con el pie a la espalda

¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Quizás por eso me sobrecogen, me duelen las fotografías de las piras funerarias que masivamente arden en el campo en Nueva Delhi. Hogueras esparcidas por la llanura como señales de impotencia ante el vigor del virus.

Los textos que acompañan las imágenes hablan de centenares de miles de contagiados al día, de muertos por millares, de falta de oxígeno terapéutico… también de una ciudadanía que no tiene acceso a la vacuna y que difícilmente puede aislarse por prevención cuando los billetes que pagan la comida no están asegurados ni siquiera en mejores tiempos.

Con una población de 1.300 millones de personas, no es de extrañar que la desbocada reproducción del virus haya conseguido ya una mutación efectiva, que lo ha vuelto más obstinado en el contagio y más resistente a su enemigo.

Para no tratarse de un ser vivo, el covid es un buscavidas que nos hace más trampas que un trilero.

El covid es un buscavidas que nos hace más trampas que un trilero

El Gobierno indio, por lo que se ve, confió en que el descenso de los casos tras la terrible primera oleada supusiera un primer atisbo de la inmunidad de rebaño (¿no había otro nombre?) y optó por dejarlo estar, no se fueran a quedar las tiendas de ropa europeas sin género por culpa de un confinamiento que, por otra parte, en el caos callejero y chabolista del país no es sencillo de llevar a cabo.

Mientras, por estos lares, la nueva variante ha originado un clamor, otro más, exigiendo el cierre de fronteras. Y no deja de tener su gracia que los grandes beneficiados de la globalización no hayan aprendido todavía que es imposible cerrar una frontera. Ni controles en los aeropuertos, ni vallas con cuchillas, ni tricornios ni caqui, pueden aislar un país. Si no es la desesperación de los pobres, será el dinero de los negociantes, pero unos y otros sabrán hallar el resquicio de una puerta.

Más eficaz que el enclaustramiento, con el consiguiente olvido de lo que ocurre más allá del torno, sería la colaboración. Bellas y lógicas palabras, que no son mías, tan inútiles como un rosario o un molinillo de oraciones. Al fin y al cabo, una estrategia mundial de vacunación y auxilio no haría frotarse las manos a los gerifaltes tal y como se las frotan ahora, al comprobar que el miedo sube los precios y perdona los incumplimientos de contrato.

No se ataca el fraude de ley, nos dicen, porque hacerlo crearía una sensación de inseguridad jurídica a las grandes compañías.

Da igual; si los paisanos de Gandhi han decidido ser pobres, exóticos y místicos, es su problema. Y a nuestro vacío espiritual parece venirle bien el atraso de un país rico. No en vano sabemos sacar las tajadas hasta de los países pobres de solemnidad.

Pero va siendo hora, o será demasiado tarde, de que descubramos que la India, y cualquier otro lugar, es más grande que el mundo.