Pasé mi primer aniversario de boda dando a luz y no recuerdo el parto

Pasé mi primer aniversario de boda dando a luz y no recuerdo el parto

Ojalá hubiera estado consciente cuando nació mi hija, pero no lo estuve. Esa parte de su nacimiento es un completo misterio para mí y me resulta una laguna extraña. Recuerdo que una madre dijo que había dado a luz durante una tormenta eléctrica y me pareció una imagen tremendamente poderosa. Mi historia es muy distinta. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. ¿Dos horas? ¿Tres, quizás? Después de que naciera Leela, no dejó de venir gente para preguntarme cómo me sentía, porque había pasado por un calvario verdaderamente traumático, pero no tenía ni idea de cómo me encontraba.

No hay nada predecible en un parto, pero ni mi marido ni yo imaginamos que fuera a llegar a ese punto. Tuve un embarazo supersencillo, sin rastro de esas náuseas matutinas que hacen que muchas embarazadas pierdan la cabeza, e hice yoga hasta el final. Mi tripa tampoco era demasiado grande e inmanejable, pero ese resultó ser el problema.

El día anterior al parto, tuve una consulta rutinaria y la matrona consideró que mi tripa era demasiado pequeña. Lo que pasó después fue que me llevaron rápido al hospital, reservaron hora para inducirme el parto a la mañana siguiente y me pasé el aniversario de mi boda intentando dar a luz.

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Pensarás que para cuando llegó el día del parto, ya me habría percatado de que mi tripa era pequeña, pero no le di demasiada importancia y tampoco nadie lo hizo. Ahora, cuando miro las fotos en las que salgo con mis amigos de la unidad de cuidado de recién nacidos, lo veo. Nadie me había dicho nada. Nadie mencionó que quizás fuera un problema. Se me veía embarazada, sí, pero no tenía la clase de tripa enorme que se podría esperar al noveno mes.

La consulta rutinaria no fue con mi matrona habitual. Fue con otra matrona que estaba de servicio, de modo que cuando me dijo que estaba preocupada por el tamaño de mi tripa, no la creí al principio. Era una nota demasiado discordante después de haber pasado nueve meses con un embarazo tan sencillo. Al día siguiente me hicieron otra revisión para decidir si me tenían que inducir el parto, como así sucedió a la mañana siguiente.

Ese día, nuestro primer aniversario de boda, mi marido y yo fuimos al hospital. Me tomé un comprimido y esperé a que se iniciara el parto. No pasó nada. Nos aburrimos esperando.

Me animaron a dar un paseo para tratar de poner el proceso en marcha, así que pasamos un día extrañamente agradable y terminamos en una terraza en el paseo marítimo comiendo brownies y pensando en cómo iban a cambiar nuestras vidas. Se podría decir que fue la calma que precede a la tempestad.

Esa noche, tras tomarme un segundo comprimido, el parto comenzó en cuestión de minutos. No tuve esas crecientes contracciones de las que habla la gente: de repente empecé a sentir terribles dolores. Conseguí que acudiera mi doula, pero los consejos que me dio, como darme un baño de agua caliente, no me calmaron el dolor.

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Pedí la epidural: "Vale, vamos a probar", me dijeron, y aceptaron, pero el hospital estaba tan ajetreado que llamaron a mi anestesista para una emergencia justo cuando me clavó la aguja en la espalda. Sí, tuve que permanecer encorvada y lo más quieta posible durante 10 minutos hasta que regresó. Mi marido me hablaba para distraerme y mantenerme quieta. Cuando volvió la anestesista y terminó el trabajo, no me calmó todo lo que debería, de modo que tuvieron que administrarme gas analgésico.

A Leela la estaban intentando sacar con los medicamentos, pero ella no parecía muy por la labor. Las cosas, simplemente, no estaban saliendo bien y detectaron mediante una prueba de rascado que el bebé se estaba estresando. De repente, me llevaron corriendo al quirófano para hacerme la cesárea. Ese fue el momento en el que mi marido preguntó si iba a salir todo bien. La respuesta que le dieron ("estamos haciendo todo lo posible") no le inspiró toda la seguridad que necesitaba.

La situación había pasado repentinamente de ser un parto a ser una emergencia. Sentí miedo, pero como me fueron explicando todo, no tuve la sensación de perder los nervios. Tuvieron que ponerme anestesia general y recuerdo perfectamente que dije mientras lo hacían: "¡Todavía no me he dormido, no empecéis!". Me daba pánico que empezaran a cortar cuando aún estaba despierta.

Desperté en la sala de recuperación. No había nadie... al principio. Y entonces: "¿Quiere conocer a su hija?". Me sentí aliviada, mi hija estaba bien. Leela estaba delgadísima y era pequeñita, pero estaba sana, y yo, enamorada.

Mi consejo:

Habrá cosas que no puedas controlar y no pasa nada; nos dan un montón de opciones, pero hay asuntos que no dependen de ti y es importante que hagas las paces contigo misma por ello. Es crucial que recuerdes que tu parto no va mal si no sale según lo planeado.

Escrito según le fue narrado a Amy Packham.

Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.