'Próximo', la Red como lugar de encuentro

'Próximo', la Red como lugar de encuentro

Dos personas se conectan. Una está en España y otra está en Australia. Se embroman. Flirtean. Se cuentan quiénes son y quiénes fueron.

Lautaro Perotti y Santi Marín en 'Próximo'.

Desde que Claudio Tolcachir asombrara con La omisión de la familia Coleman, el público va a ver sus obras religiosamente. Esta vez la peregrinación es para ver Próximo en el Teatro de la Abadía, donde se estrenó dentro del Festival de Otoño 2019. Allí llegan los feligreses que se han ido creando con el tiempo y la experiencia, y los que estos han conseguido reclutar para la causa. Reclutamiento que seguramente se debe a que Tolcachir ofrece teatro-teatro. Es decir, un texto, que muchas veces también es suyo o lo ha intervenido, y unos actores puestos sobre un escenario bajo su atenta mirada, la atenta mirada de un director. Mostrando y demostrando que lo que habitualmente se entiende por teatro sigue sirviendo para contar una historia que concierna y haga disfrutar a los espectadores de hoy en día.

En este sentido, Próximo es una simple historia de amor que se teje gracias a Internet, Skype, smartphones, Instagram, WhatsApp o cualquier aplicación o aparato de telecomunicaciones o informático que se ha desarrollado desde que Internet irrumpió en nuestras vidas. Sí, instrumentos del demonio, según muchas personas, pero, también, instrumentos que podrían servir para conseguir esa igualdad perseguida por el ser humano desde que es ser humano. Siempre y cuando se iguale el acceso a una conexión fiable. Es decir, que no deje tirado al usuario a la primera de cambio y que permita usar cuanta app o páginas web existan. Que permitan alcanzar a alguien al otro lado. Porque al otro lado hay alguien, siempre hay alguien, esperando(te).

En esta obra, gracias a todo eso, dos personas se conectan por la Red. Una está en España y otra está en Australia. Se embroman. Flirtean. Se van conociendo. Se cuentan quiénes son y quiénes fueron. Conocen a sus familias. Llegan a crear desde sus cuartos o sus lugares de trabajo una intimidad. Un solo espacio virtual. Un espacio propio en el que crean algo más que una simple amistad. En el que el deseo, el deseo de estar juntos, de acompañar al otro, de animarle a ser lo que pueden ser, y de serlo con otro, se amasa, se cuece y crece como un pastel en el horno.

Para todo eso Tolcachir crea un espacio sencillo en el que las casas, mas bien los objetos que las ocupan a miles de kilómetros, en las antípodas la una de la otra, se mezclan. Sin embargo, no se confunden. Porque tiene dos actores magníficos que saben marcar el territorio de sus personajes con las indicaciones del director y un mínimo de atrezzo. Lo que resulta cuasi milagroso, aunque desde la butaca se vive como si hacer esto fuera lo normal, sencillo, simple. De tal forma que sus conversaciones se experimentan como diálogos en una misma habitación o en un mismo espacio, aunque los actores ni se miran a los ojos. Solo miran a la pantalla o hablan como esas personas que van por la calle con la mirada perdida o hacia dentro.

Desde esa puesta en escena, que tiene algo de coreográfico, los dos actores son capaces de crear una energía entre sus dos personajes mostrando que la proximidad poco tiene que ver con la distancia física. Casi como si fuera una de esas paradojas cuánticas que no se entienden, pues entre ellos hay más de un tipo de distancia. Está la social. La que se encuentra entre un inmigrante ilegal que sobrevive y malvive con trabajos precarios y el hijo de un político presidenciable formado en los mejores colegios. La que hay entre el español de Argentina y español de España. La que hay entre quien duerme en camas calientes y huele a las patatas que fríe cada día en el bar y el que puede rechazar perfumarse con la colonia que anuncia, porque la vende pero no le gusta. Distancias que se desenvuelven en un mundo pop compartido de canciones de musical o dibujo animado.

Y así, con una historia sencilla de dos tipos que se hablan a miles de kilómetros de distancia, van saliendo temas de los que se debate en nuestra sociedad y sobre los que el autor se posiciona. La inmigración. La injusticia social. El servir y el ser servido. El reparto de la riqueza y de la educación en las sociedades modernas. La corrupción política. La ficción televisiva y su impacto en los individuos, como condiciona, por ejemplo, sus horarios y rutinas. La vejez y su necesidad de asistencia. La soledad y sus causas. Construido a base de pinceladas. Una frase aquí y otra allí. Un gesto. Un movimiento. Una escena. Una palabra, sí, una palabra o dos. Con todo ello, en vez de hacer discursos, Tolcachir cuenta la vida desde lo vivido y sentido.

Con una historia sencilla de dos tipos que se hablan a miles de kilómetros de distancia, van saliendo temas de los que se debate en nuestra sociedad.

Aunque la palabra más importante, y la que no se dice en esta obra, la conversación oculta, es el amor. El amor entendido como necesidad del otro. Un otro que satisface esa necesidad como nadie es capaz de hacerlo. Una necesidad satisfecha que salta barreras ya sean de clase, de educación o de distancia. Salta malentendidos y confusiones. Una necesidad que acompaña. Una necesidad que hace sentir al otro próximo, muy próximo, por muy distinto que sea. Una necesidad que en esa diferencia, en esa diversidad, permite ver a un igual, que no significa verse a uno mismo.

Una necesidad que se produce entre dos hombres. Y, que como en las películas románticas, les sirve para superar las barreras que les separan, la primera la propia. Una necesidad de otro muy humana, muy reconocible por el espectador, independientemente de su género u orientación sexual. Motivo por el que probablemente conmueve al público, le toca la fibra sensible, y también le entusiasma. Ese tipo de entusiasmo que recorre la sala y le hace preguntarse con mucho interés, porque le concierne ¿qué pasa con estos personajes después de la función? ¿Qué será de ellos? ¿Dónde irán? Tal vez, las mismas preguntas que se hace el espectador sobre sí mismo porque piensa que siempre habrá un mañana y que mañana sale el sol.

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