Sonia y Amina
La escritora Clara Sánchez.Carlos Ruiz / Planeta

En algún momento de mi novela Infierno en el paraíso la narradora, Sonia, confiesa que hasta ahora no se había dado cuenta de que llevaba dentro una pequeña Amina. Amina es una princesa de 17 años, que en verano llega a Marbella formando parte de la familia real saudí. La ciudad entera ansía esta visita como agua de mayo. Y su entrada, tanto en la novela como en la vida real, resulta espectacular, no solo por el exotismo de sus mujeres tapadas de arriba abajo, sino por el lujo que se intuye bajo los ropajes, los cientos de Mercedes, Rolls Royces, yates atracados en el puerto a la espera de rutilantes fiestas, consumo astronómico, propinas desmesuradas, un soñado derroche para Marbella y empleos a manos llenas. Sonia asiste asombrada a este despliegue de riqueza, pero es la princesa Amina la que sufre un shock al descubrir un mundo desconocido en que chicas de su edad van en bikini, pantalón corto y se besan con chicos en la calle. Es casi inevitable que en su cabeza comience a darle vueltas a la idea de querer ser normal, una chica cualquiera como Sonia, una simple camarera de hotel, por muchos peligros que entrañe la ejecución de este deseo.

Comprendemos que Amina necesite despojarse de telas e impotencia porque  esta terrible época de pandemia nos ha enseñado que lo único realmente imprescindible en esta vida es respirar, tener oxígeno, lo demás viene después. Y ansiamos poder quitarnos las mascarillas, salir al campo, a la playa y abrir los pulmones sin miedo. Eso sí, también hemos aprendido a reconocernos por los ojos. Nunca las miradas han sido tan intensas, como si por la calle fuésemos enamorándonos unos de otros. ¿Será así como se enamoran esas mujeres árabes que vemos en los documentales y en los aeropuertos cubiertas con un velo integral que solo deja al aire los ojos? ¿Respirarán con las mismas nauseas que nosotros con las dichosas mascarillas? Con la diferencia de que su pandemia es permanente. Y cargan a cuestas su confinamiento, igual que un caracol su casa, donde quiera que vayan: abayas, hiyabs, nicabs, burkas con diferentes variantes y nombres que significan lo mismo: encerramiento, prisión.

Su virus se llama absoluta falta de libertad y su manera de vacunarse consiste en huir de sus maridos, padres, hermanos e incluso hijos arriesgando la vida en aventuras rocambolescas como la que nos ha contado Latifa, hija del emir de Dubai, en un vídeo que se ha hecho viral por su espectacular entramado. Fuga que ya intentó en el año 2000 junto con su hermana Shamsa y que me llamó tanto la atención que con el tiempo ha ido dando forma física y vital a la princesa Amina de mi novela Infierno en el paraíso. También la Amina de la novela suspira por un mundo en que la simple libertad de movimientos y sentimientos es el mayor de los lujos.

La Latifa de la vida real aún está desaparecida. Otras princesas tuvieron más suerte, por poner un ejemplo reciente, la esposa de este mismo emir de Dubai, Haya, que consiguió refugiarse en Londres, amparada quizá por su hermano, el rey Abdalá de Jordania. Sin embargo las desafortunadas son mayoría con casos tan clamorosos como el de Alanoud Al-Fayez, exesposa del ya fallecido rey Abdalá de Arabia Saudí, que rogó a Obama que intercediera por sus hijas retenidas en palacio en condiciones lamentables. Con más fortuna, otras dos saudíes, Ana y Dalal Khalid, pudieron llegar a Turquía.

Por su parte Rahaf Mohammed, hija del gobernador de Arabia saudí, declaró a la prensa cuando se encontró libre en Canadá que “las mujeres saudíes son tratadas como esclavas”. Y así podríamos seguir relatando más y más casos en que tampoco faltan mujeres fuera de la realeza, del tipo de la emiratí Hind Al Balooki, que desesperada por el trato de su marido, un empresario, se escapó por la ventana de un baño.

En occidente estamos acostumbrados a que la gente huya de la pobreza, no de la riqueza. Lo llamativo es que estamos hablando de princesas, de mujeres endiamantadas, perfumadas, masajeadas y mimadas hasta la extenuación y nos preguntamos qué han sentido, qué ha sido más fuerte que una vida de divanes forrados de seda, cojines adormecedores, acariciadoras alfombras, oro, joyas y todo lo que una pueda imaginar, para salir corriendo a exponerse a los peligros de un mundo desconocido. Estas son las emociones, carencias y deseos que he querido explorar en Infierno en el paraíso de la mano de una chica normal y corriente, Sonia, que casi por casualidad se ve atrapada en el mismo mundo de la princesa Amina y comprende que hasta ahora no le había dado valor a la simple posibilidad de “poder decidir”. Qué maravilla viajar sin custodia, abrir una cuenta en el banco sin permiso, mostrar el cuerpo alegremente. Solo cuando Sonia se encuentra al borde del abismo empieza a ver la vida con más potencia y se da cuenta de que hay mujeres que llevan velo por fuera y otras que se resignan a llevarlo por dentro, y tiene muy claro que no va a ser una de ellas.

  La portada del libro 'Infierno en el paraíso', de Clara Sánchez.Planeta

Infierno en el paraíso (Planeta), de Clara Sánchez.