Tener que aclarar que no eres gilipollas

Tener que aclarar que no eres gilipollas

La señora Martín se vio en la obligación de aclarar que a pesar de tener 91 años no era gilipollas. Jordi Évole ejemplifica las dificultades de comprensión de la humanidad con una madre. ¿Por qué las mujeres tienen que verbalizar que son inteligentes a pesar de demostrarlo cada día?

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El sábado 14 de enero, la señora Paquita Martín en el marco de un programa de la Sexta dijo algo tan sensato y justo como esto: «¿Por qué las mujeres tienen que tener las pensiones más bajas que los hombres?».

Y aunque estas palabras evidenciaban sabiduría, sin solución de continuidad añadió: «Tengo 91 años, pero no soy gilipollas».

¿Por qué una mujer inteligente se ve en la obligación de declarar que no es boba a pesar de su edad? ¿Por edadismo (prejuicios contra la gente mayor)? Seguro. ¿Pero sólo por los años o también a causa de su sexo? Ya que es poco probable que un viejo de 91 años tenga que disculparse por ser mayor. Al contrario, respecto a los hombres a menudo se considera que cuanto más edad tienen, más experiencia y conocimiento acumulan.

Llueve sobre mojado. A finales del año pasado y en la misma cadena de televisión, Jordi Évole entrevistó a Juan Luis Cebrián. Muy pronto Évole pidió al entrevistado que respondiera de manera tal que su madre (la de Évole) pudiera entender de lo que hablaban. En definitiva, le pidió que la respuesta estuviera al alcance de mentes especialmente obtusas.

(En un momento de la película Philadelphia (1993), el personaje de Denzel Washington le pide al personaje de Tom Hanks que le explique su caso como si tuviera que entenderlo una criatura de tres años. Lógico: hay cosas que las criaturas de tres años no comprenden, pero crecen, dejan de ser menores de edad y acaban por entenderlas. Ser madre, en cambio, es para siempre y sin acceso a un estadio «superior».)

La científica y madre Rubin no pudo ir a la universidad de Princeton porque, en un alarde furibundo y continuado de inteligencia, dicha universidad impidió que las mujeres estudiaran Astronomía.

Volvamos al caso. Con esta petición, Évole mostraba que considera que las madres son lelas y tienen dificultades de comprensión. Teoría que parte de la base de que todas son iguales, lo que es muy curioso, y que son unidimensionales.

No sé si Évole cree que hubiera tenido que tomar especiales precauciones para que le entendiera la astrónoma y multidoctora descubridora de un 25% del Universo Vera Cooper Rubin, muerta recientemente (1928-2016), por citar tan sólo a una madre de, por cierto, cuatro criaturas.

A pesar de que las mujeres y las madres tienen poquísima presencia en los medios de comunicación y en la lengua, Évole se decantó para ejemplificar la idiotez por una madre y no por un padre. No es casualidad. Hagamos la prueba de la inversión. Una demanda como «Conteste de forma que (incluso) mi padre pueda entenderle» se habría considerado muy vejatoria para un padre, para un hombre (para los hombres), puesto que, en efecto, los presenta como medio memos.

Por otra parte, Évole eligió a una madre y no, por ejemplo, a una hermana o una tía. Es decir, que la frase de Évole lo tiene todo: sexismo pero también edadismo y, en cierto modo, una madrefobia consistente en desvirtuar a las madres, viéndolas como madres y nada más, que delata una incapacidad manifiesta para poder percibir y comprender cualquier otra característica, atributo, dedicación, etc. Las hay pescaderas, profesoras, médicas, abogadas, capitanas, limpiadoras, aviadoras..., incluso periodistas. Es raro que Évole no conozca a ninguna. Por otro lado, vas al cine y están llenos a rebosar de madres; vas al teatro, un concierto, una exposición, una tertulia literaria, una librería..., y las encuentras a raudales. Quizás deberíamos preguntarnos por qué, en cambio, hay proporcionalmente tan pocos padres en estos lugares. Évole debe opinar que es porque ya lo saben todo.

También deberíamos preguntarnos, no tan sólo si hay estereotipos que perpetúen el sexismo, sino qué hacer para eliminarlos. Clichés trasnochados y reaccionarios como los de Évole no hacen más que sostenerlo y prolongarlo, y explican por qué la señora Martín tuvo que aclarar redundantemente que no era idiota, que era «normal».

La científica y madre Rubin no pudo ir a la universidad de Princeton porque en un alarde furibundo y continuado de inteligencia dicha universidad impidió que las mujeres estudiaran Astronomía hasta hace dos días, hasta 1975. Seguro que no lo prohibió una panda de ancianas.