Morir en el Olimpo
Y de repente, un buen día te das cuenta de que ya no eres el mejor. Te das cuenta que en donde antes veías ese milimétrico espacio ahora ves una nube de piernas, te das cuenta de que ya no llegas a ese balón al que antes llegabas y de que ahora tus piernas te pesan más de lo normal.
Y de repente, un buen día te das cuenta de que ya no eres el mejor. Te das cuenta que en donde antes veías ese milimétrico espacio ahora ves una nube de piernas, te das cuenta de que ya no llegas a ese balón al que antes llegabas y de que ahora tus piernas te pesan más de lo normal. Te das cuenta de que el tiro que antes metías, ahora lo fallas y de que el balón que antes parabas ahora ya no lo paras. Ese día sientes que todo ha acabado y con cara de tonto y la mirada perdida te consuelas en recordar que algún día fuiste el mejor y te resistes a pensar que irrevocablemente tus días de gloria ya pasaron. Miras a tu izquierda y ves a los mismos compañeros que hace seis años lucharon para ondear con orgullo la bandera española en los Alpes y que ahora mueren contigo en un paisaje tan antagónico como el brasileño. Qué hermoso lugar para morir, debieron pensar los jugadores españoles entrando en aquel templo llamado Maracaná sin saber entonces que sus pensamientos serían órdenes para el destino como ya le pasó a Félix Rodríguez de la Fuente en uno sus intrépidos viajes. Los grandes imperios siempre cayeron de la forma más estrepitosa y nosotros no íbamos a ser menos por el mero hecho de ser españoles.
Si hay algo más típico en España que la siesta y la tortilla es buscar cabezas de turco, responsables con los que pagar toda la ira y frustración que siente el español medio al ver a su selección eliminada a las primeras de cambio. Quizás Vicente sea el culpable por convocar una lista de jugadores demasiado experimentada, quizás lo sea Casillas por sus terribles fallos o quizás lo sean Piqué, Xavi o Iniesta que acusaron una nefasta temporada. Pero realmente el problema va mucho más allá de todo eso y se resume en las declaraciones de Del Bosque en las que decía que sus jugadores ya no tenían las mismas ganas de ganar, y que Xabi Alonso corroboró en el post-partido ante Chile. Es una cuestión de actitud frente al rival, de fragilidad psicológica en momentos clave como el empate de Holanda. En cierta medida es hasta normal que les pase, llevan seis años regalando éxitos y victorias a un nivel excepcional, acostumbrándonos a caviar del bueno, cuando ya sabe medio mundo que nosotros siempre hemos sido de manjares más sencillos, como la tortilla.
No había mejor lugar para morir, para poner punto y final a un gran ciclo que ha hecho sonreír a cuarenta y siete millones de personas que habitamos en este país, que acusa la mayor crisis de su historia empañada en cierta medida por los éxitos de estos 23 jugadores. Maracaná, ese mítico estadio que fue privilegiado espectador de la mayor sorpresa del fútbol mundial y de otras tantas victorias de la mejor selección de la historia. Esta generación ha terminado y debemos mirar hacia el futuro y comenzar una regeneración comandada por esta gran camada de futbolistas que se nos avecina.
Ellos pasarán a la historia como los campeones y su recuerdo se hará imborrable en la eternidad, y cuando las generaciones venideras nos pregunten qué quiénes eran esos y cómo jugaban, nosotros con una mezcla de nostalgia y orgullo les narraremos cómo Iniesta hizo volar Johannesburgo o cómo el mundo se detuvo en aquella milagrosa parada de Casillas. Miremos atrás y demos gracias a este grupo que tantas veces nos hizo saltar del sofá y abrazarnos con nuestros seres queridos. Ahora es tiempo de cambiar y de formar un grupo nuevo con hambre, ganas y ambición que nos vuelva a guiar por la senda de la victoria. Paralelismo obvio e inevitable con la nueva y esperanzadora etapa de Felipe VI, que en sus manos está modernizar una monarquía desgastada e impopular debido a los numerosos escándalos de los últimos años. Ya lo decía Unamuno, renovarse o morir.