La visibilidad de lo que hacen los políticos

La visibilidad de lo que hacen los políticos

Cada nuevo medio de comunicación colectiva ha ido cambiando la configuración del espacio público y, por lo tanto, la visibilidad del poder. La visibilidad de la política se multiplica con Internet. Al momento, cualquier atisbo de escándalo corre como la pólvora. Incluso es más fácil que llegue antes a miles de tuits que a los responsables de los partidos políticos o instituciones. Los políticos, en general, parece que no se han dado cuenta de que queda registro de todo lo que hacen.

Desde hace varios años, la actividad política goza de una opinión negativa. Seguramente en España haya alcanzado los peores niveles del mundo democrático, que es donde de forma periódica se suele evaluar lo que los ciudadanos piensan de sus representantes y, por lo tanto, la situación del vínculo de la representación. Pero tampoco están en otros sitios como para tirar cohetes. Las movilizaciones sociales, desde Nueva York a Sidney, pasando por París o Madrid, se suceden con un elevado grado de crítica a lo que hacen los respectivos políticos.

Son varias las explicaciones que pueden darse de tal deterioro de la imagen que actualmente experimenta la actividad política profesional. Por supuesto, la crisis económica, con sus miedos e incertidumbres, y la incapacidad para que, desde la política, se ofrezcan expectativas de futuro, tiene mucho que ver. Las circunstancias parecen haber enterrado los programas, y, así, nuestro presidente de Gobierno no siente ningún tipo de vergüenza al decir que ha incumplido el programa, con el que accedió al poder, para cumplir con lo que él cree que es "su deber". Más allá de la cuestión de que el principal deber de un político tal vez sea cumplir con el contrato que ha suscrito con los ciudadanos que le votaron, a partir de un programa electoral, la facilidad con que se manifiesta tal distancia de lo incumplido es más que sintomático.

Es verdad que el peso de la crisis económica es importante; pero me temo que es acudir a una explicación coyuntural, cuando el fenómeno requiere explicaciones estructurales. Para ello, situémonos en el origen de casi toda nuestra forma de existencia como sociedad, en los primeros pasos de la Modernidad. La imprenta, como proponen autores como John B. Thompson, transforma radicalmente el espacio público, que es donde se ve a los políticos. A través de este medio de comunicación, se puede difundir el poder de forma escrita, y hasta se le puede contestar. No hace falta estar cara a cara frente al rey o quien ejerciera el poder y éste se hace visible a través de la palabra escrita. Por lo tanto, el control que tiene el propio poder sobre su visibilidad, sobre lo que enseña y lo que oculta, es casi absoluto. El poder tiene la propiedad de la imprenta. Y quienes se opongan al poder deberán, al menos, tener acceso a tal propiedad de la imprenta. Aún así, durante mucho tiempo, el poder se reservó el instrumento de la censura para controlar a quienes habían accedido a la capacidad de imprimir.

Por ello, las democracias liberales tuvieron en las libertades de expresión y de prensa uno de sus principales pilares. Era otra forma de visibilizar al poder. Se podía dar otra cara del mismo. Aún así, los sectores que podían llegar a tener voz, a través del acceso a la imprenta, eran reducidos. Por eso, la visibilidad de lo que hacían los gobernantes era muy escasa. Lo hemos podido revivir gracias a películas de trasfondo histórico, como la de Lincoln, donde su decisión de alargar la guerra civil, cuando ya tenía la victoria militar, para, así, obtener la abolición de la esclavitud, apenas fue seguida por muy pocos conciudadanos. De hecho, uno de los detalles más interesantes de la película es ver cómo juega con los tiempos desde que algo ocurre -por ejemplo, una reunión del presidente unionista con los representantes confederados- hasta que recorre como noticia los escaños de las élites ilustradas de la oposición demócrata.

Cada nuevo medio de comunicación colectiva ha ido cambiando la configuración del espacio público y, por lo tanto, la visibilidad del poder y los políticos. La radio puso voz a los políticos. Algunos la utilizaron con gran maestría. Cabe recordar los Discursos Dirigidos a la Nación de Eisenhower. También Hitler. Pero la lógica del poder apenas cambió. De hecho, se concebía que la radio era al siglo XX, lo que la prensa fue al siglo XIX. La visibilidad del poder estaba aún muy controlada por éste.

Con la televisión, la visibilidad de lo que hacían los políticos cambió. El trabajo de representación del poder se modificó sustancialmente. Los políticos y la política eran literalmente visibles en las casas de los ciudadanos y, en muchas sociedades, votantes. Aún así, el acceso a la propiedad de una cadena de televisión no es económicamente fácil. Tampoco el acceso ciudadano a las cadenas públicas de televisión lo ha solido ser. Sin embargo, poco a poco, la multiplicación de cadenas y la necesidad económica de gustar a la audiencia hizo que se colaran visiones del poder y los políticos distintas a las oficiales. Lo que hacen los políticos se hizo más visible y, al menos, tenían que dar explicaciones de lo que hacían, en entrevistas o debates. La democracia se fue convirtiendo, como dicen algunos, en democracia de audiencias.

La visibilidad de la política se multiplica con Internet. Al momento, cualquier atisbo de escándalo corre como la pólvora. Incluso es más fácil que llegue antes a miles de tuits que a los responsables de los partidos políticos o instituciones. Allí donde estén, pueden ser grabados, tanto su voz como su imagen, y aparecer los registros en la red a los pocos minutos. Apenas pueden controlar ya la producción de sus representaciones porque el espacio público, en el que se da la representación del poder, se extiende hasta los rincones de su vida cotidiana. Y ser sublime sin interrupción está al alcance de muy pocos. Mantener algo en secreto es cada vez más difícil. Si no, miren lo que le está pasando al PP: cada vez que contestan con encubrimiento a alguna cuestión, a las pocas horas salen informaciones que desmienten lo dicho. Alguien, en algún lugar, tiene alguna información que contradice lo dicho y, lo más importante, lo puede hacer llegar a los medios de comunicación institucionalizados, los que certifican como noticia la infinitud de rumores que recorre Internet. Los políticos, en general, parece que no se han dado cuenta de que queda registro de todo lo que hacen. Bueno, de casi todo: "Menos alguna cosa", como dice Rajoy.