Las tres cosas que Maquiavelo no dijo sobre la política de oficina

Las tres cosas que Maquiavelo no dijo sobre la política de oficina

Siempre que más de dos personas compartan recursos y objetivos surgirán fenómenos como las tensiones, las rivalidades o los conflictos. En ese momento, conocer en profundidad cuál es el mejor modo de evitarlos o gestionarlos no solo es necesario para llevar cualquier organización a buen puerto. En un mundo cada vez más complejo, comienza a ser una de las habilidades auténticamente esenciales para estimular la colaboración y lograr el bien común.

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Hace aproximadamente 500 años un florentino apellidado Maquiavelo escribió El Príncipe, uno de sus tratados más célebres. Tal vez porque en ese texto nos dejó perlas como que a los hombres "hay que ganarlos con beneficios o destruirles", o que hay que saber "entrar en el mal si es necesario", apareció el adjetivo maquiavélico para referirnos a aquellas personas que actúan con intriga y engaño para conseguir sus fines.

Fuera Maquiavelo o no el promotor de las peores prácticas en los grupos humanos, lo cierto es que (junto con Sun Tzu y algún otro) puso sobre la mesa algunas de las bases de la política moderna, y desde luego nos enseñó algo clave: que cada vez que hay más de dos personas en un entorno en el que se lucha por algo, sea dinero, amor o vacaciones, existen tensiones dinámicas que mueven a las personas a recorrer arriba y abajo el largo camino que separa el bien común del bien individual.

Por ese motivo no solo existe la política de las naciones y las regiones, sino que también existe la política de oficina, que recoge las tensiones de ese tipo que se dan en las organizaciones y empresas. E incluso las instituciones educativas tienen su propia versión de la micropolítica, que explica las luchas de poder, los conflictos y las dinámicas ideológicas en estos contextos.

Sin embargo, hablar de política de oficina es para muchas personas un tema tabú. Es como si al mencionarlo se empañaran los nobles ideales que mueven a las personas o que animan la misión y visión de las organizaciones. Nada más lejos de la realidad: la política existe desde que existen los grupos humanos, es decir, desde Adán y Eva en adelante. Por eso, con independencia de si Maquiavelo animaba o no a las personas a ser perversas, hay tres cosas que no nos dijo en El Príncipe, o al menos no de una manera tan clara:

  • La mayoría de nosotros tenemos sueños y aspiraciones, y pensamos que si las cosas se hicieran de otra manera en nuestra organización, todo iría mejor. Pues bien: el sendero que va de esas preclaras ideas a su ejecución pasa por que seamos capaces de gestionar adecuadamente elementos como la información, la presencia, la influencia o las alianzas. Algo dicho a quien no se debía, o no dicho a quien se debía, puede arruinar cualquier iniciativa, por buena que sea.
  • En el natural ascenso de cualquier profesional, tras el nivel técnico y el directivo, el siguiente escalón es dominar el nivel político. Ignorar ese hecho es ignorar la naturaleza humana, porque las dinámicas de poder y afecto que gobiernan las relaciones en el entorno de trabajo son, sobre todo, eso: humanas. El trabajo bien hecho es una aspiración sana y deseable. Pero si se desea conseguir grandes cosas, solo es el primer escalón.
  • No es el conocimiento y aplicación de los distintos métodos que se pueden utilizar para tener éxito en el proceloso mar de los grupos humanos lo que es malo en sí mismo. Como en muchos otros casos, lo que es éticamente reprochable es utilizarlo de manera egoísta, fraudulenta o ruin.

Siempre que más de dos personas compartan recursos y objetivos surgirán fenómenos como las tensiones, las rivalidades o los conflictos. En ese momento, conocer en profundidad cuál es el mejor modo de evitarlos o gestionarlos no solo es necesario para llevar cualquier organización a buen puerto. En un mundo cada vez más complejo, comienza a ser una de las habilidades auténticamente esenciales para estimular la colaboración y lograr el bien común. Quizá después de todo, aunque con una mirada limpia, tengamos que volver a leer a Maquiavelo.