Nuevas masculinidades y abolición de la prostitución

Nuevas masculinidades y abolición de la prostitución

El HuffPost

El comisario cloaca (Villarejo) confesando a la ministra de justicia que tenía un prostíbulo, la ministra relatando que se encontró a unos colegas (jueces y fiscales) en un club con unas menores... El gasto de 32.000 euros de dinero público en clubes de alterne del responsable de una fundación de la Junta de Andalucía. El libro de David Trueba que me estoy leyendo, Saber perder, en donde describe una trastienda del mundo del fútbol asfixiantemente putera... El chiste que me llega el otro día ("saben aquel que diu que estaban un comisario, un juez y una fiscal hablando de putas y en eso que viene un astronauta..."). El género masculino no puede ser así de deprimente; no puede quedar descrito por esto...

Según un reciente estudio realizado por Carmen Meneses, Antonio Rúa y Jorge Uroz, en España un 15% de hombres (entre 18 y 70 años) ha pagado por servicios sexuales en el último año, y un 20,3% alguna vez en su vida. Como estos datos provienen de una encuesta telefónica sobre un tema delicado y por tanto sujeto a un alto grado de sesgo de corrección política, está claro que estos porcentajes subestiman las verdaderas cifras, que han de situarse bastantes puntos porcentuales por encima.

La existencia de estos aproximadamente 2,5 millones de hombres (3 o 4 millones, o más, si consideramos la subestimación de esta cifra) que compran servicios sexuales se podría considerar como el resultado del mantenimiento de dos cosas: un tradicional tabú en torno a la prostitución y la persistencia (todavía entre muchos hombres) de la denominada "masculinidad hegemónica", por no decir de una masculinidad tradicional, sexista y rancia.

La prostitución, en mayor o menor grado, aparece en todas las culturas, a menudo con la forma de doble moral, de aspecto "inevitable" que no se mira de frente ni del cual es necesario hablar. Resulta llamativo, por ejemplo, que incluso a lo largo de la primavera de 2018, período esencial en el movimiento de empoderamiento de la mujer y de toma de conciencia feminista (tanto dentro como fuera de España), este aspecto no haya sido uno de los grandes temas tratados.

Esta masculinidad tensa, ansiosa, agobiante y sexista es la fachada que muchos hombres se ven compelidos a mantener frente a sus pares, para mantener su estatus de hombría

Como el resto de normas o roles de género, la masculinidad es una construcción social. Las masculinidades son socialmente producidas, fluidas y contingentes. Las masculinidades tratan sobre la cuestión de qué consideramos que significa ser hombre en diferentes culturas, en diferentes momentos del ciclo vital y dentro de diferentes grupos sociales, y qué consecuencias sobre los propios hombres tienen esas experiencias.

La masculinidad tradicional, de referencia en los países occidentales, es la denominada "masculinidad hegemónica". Para el sociólogo estadounidense Michael Kimmel, ser un macho, o un "hombre de verdad", se identifica con el rechazo (pavor) a ser identificados con lo femenino o con la homosexualidad (sexismo y homofobia), con la obsesión por el dinero y el poder (dominar, controlar...), con el mantenimiento de una actitud estoica en todo momento (no mostrar nunca debilidad ni vulnerabilidad...) y con "vivir peligrosamente" (hacer cosas temerarias, mostrar un desmedido amor por el riesgo, etc.). Esta es la masculinidad que hay que mostrar frente a los otros hombres; uno tiene que probar constantemente que es un "verdadero hombre". Esta masculinidad tensa, ansiosa, agobiante y sexista es la fachada que muchos hombres se ven compelidos a mantener frente a sus pares, para mantener su estatus de hombría. En realidad, cualquiera de ellos sabe, íntimamente, que el ideal de auténtico hombre, auténtica mujer, auténtica persona, es otra cosa. Es ser una persona íntegra, noble, sensible... Sin embargo, estos valores universales son muchas veces sacrificados o mantenidos ocultos en aras de mantener el estatus de hombría. Casi todos los hombres recuerdan situaciones de esto último. Por ejemplo, en el colegio, seguirle la corriente (por miedo) a un acosador cuando éste hacía bullying a un compañero de clase; reírse ante un chiste machista y rancio, cuando realmente te incomoda la situación, etc. O, cómo no, reírle las gracias y las fanfarronadas sexistas a cualquier Villarejo en una sobremesa de tres horas...

El hecho de vivir en estos esquemas de doble registro o doble moral puede servirle al putero para no sentirse incómodo como demandante de servicios sexuales a cambio de dinero. Además, puede facilitar la costumbre de mirar para otro lado. Por ejemplo, en su estudio, Carmen Meneses y compañía señalan que "a los hombres que pagan por sexo les cuesta asumir las consecuencias reales de sus acciones, les cuesta verse reflejados tal y como son en realidad. Consideran que las mujeres obligadas a prostituirse, las mujeres víctimas de trata, son siempre las otras, no aquellas que ellos ven".

¿Qué es la prostitución? A veces la mejor manera de definir algo es aludiendo a lo que no es:

La prostitución no es el glamour, la alegría, la libertad, con que a menudo ésta se retrata en la cultura y en el cine (véase este ensayo de Pilar Aguilar). Piénsese, por ejemplo, en una peli del oeste. El vaquero, después de seis semanas en el páramo conduciendo vacas, matando indios, o matando forajidos, llega al polvoriento pueblo en donde lo único colorido que encuentra son las alegres chicas del burdel que hay en la parte de arriba de la taberna. La realidad es muy diferente...

Los ejemplos que con frecuencia se invocan de mujeres que consienten libre y "felizmente" en vivir de la prostitución son excepciones que confirman la regla

Pagar por servicios sexuales no es la manera se satisfacer un derecho a tener sexo (con otra persona) de quienes, por la razón que sea, tienen dificultades para conseguirlo "libremente". El acceder a tener sexo con otra persona no es un derecho, es un deseo. Y quien intenta satisfacer ese legítimo deseo tiene que hacerlo respetando las restricciones que pueda haber al logro de ese objetivo (por ejemplo, no deshumanizar o cosificar a la otra persona, no aprovecharse de su situación de vulnerabilidad). Además, este falso derecho al acceso al sexo tiene un sesgo intensamente machista, ya que éste tradicionalmente se asocia solo con los hombres, no con las mujeres.

En el mundo de la prostitución no está tan claro que predomine el "principio del consentimiento" por parte de las mujeres que ofrecen su cuerpo en el mercado del sexo. Si las mujeres que venden su cuerpo consienten en hacerlo –afirmarían los puteros- no debería haber problemas morales ni legales en dicha venta. Sin embargo, la argumentación basada en el consentimiento resulta bastante más compleja que esto último. David Hume, en su ensayo Del contrato original, ponía el siguiente ejemplo sobre los problemas que pueden surgir si abusamos del principio del libre consentimiento, sin tener en cuenta las condiciones de partida: "sería como si afirmásemos que, pues sigue en el barco, un hombre consiente libremente en obedecer a su capitán, aunque lo llevaron a bordo mientras dormía y para dejar el navío tendría que saltar al mar y perecer". En el caso de la prostitución las condiciones de partida abrumadoramente dominantes (pobreza, exclusión, falta de oportunidades, drogodependencias, abuso, trata de personas, etc.) convierten, a menudo, al "libre consentimiento" en un argumento bastante endeble con el que se intenta justificar dicha actividad. Los ejemplos que con frecuencia se invocan de mujeres que consienten libre y "felizmente" en vivir de la prostitución son excepciones que confirman la regla (e incluso uno tiene la sensación de que casi todos ellos son leyendas urbanas...). Además, y como pone de manifiesto Laura Freixas (citando a Françoise Héritier), "decir que las mujeres tienen derecho a venderse es ocultar que los hombres tienen derecho a comprarlas".

La prostitución no es una actividad realizada y controlada por mujeres. Como también señala Laura Freixas, se trata de un negocio para hombres organizado por hombres proxenetas y dueños de clubes de alterne en el que las mujeres son la mercancía. En España, según algunas fuentes, podría haber unas 100.000 mujeres dedicadas a la prostitución, siendo una fracción relevante de las mismas víctimas de trata y muchas de las cuales son menores de edad. Además se calcula que existen más de 1.600 locales de alterne (la Policía Nacional contabilizó 1.693 burdeles en 2013). Según Havocscope España es uno de los países en donde más recursos mueve el sector de la prostitución. Según fuentes policiales, en España en 2016 fueron identificadas 14.000 víctimas de trata, apenas la tercera parte de las mujeres que se considera que fueron captadas en sus países de origen por las organizaciones criminales. En definitiva, parece que España está entre los países en donde la prostitución tiene una alta incidencia y una cierta aceptación social.

Estar en contra de la prostitución desde una perspectiva feminista no es antiliberal ni tampoco una forma de nuevo puritanismo

Aquello de que "también hay hombres que ejercen la prostitución", aunque obviamente cierto, no vale de excusa ni rebaja el hecho de que la prostitución, ante todo, es una manifestación extrema de machismo, subordinación de la mujer y cosificación de su cuerpo. Aunque entre las personas que venden su cuerpo hay una pequeña minoría de hombres, sus clientes siguen siendo hombres y el negocio sigue estando controlado por hombres. (Teniendo en cuenta que en este negocio la gran mayoría de la mercancía son mujeres, me tomo la libertad de simplificar y hablar en este artículo de las mujeres que ejercen la prostitución y no tanto de las personas que ejercen la misma).

La prostitución no es "un trabajo duro más, que alguien tiene que realizar" como, por ejemplo, el trabajo en la mina o la limpieza de habitaciones de hotel (las kellys). Las mujeres que trabajan en la prostitución (sea ésta legal, o no) están estigmatizadas, las que trabajan en cualquier otro sector, por duro que sea el trabajo, no lo están.

Estar en contra de la prostitución desde una perspectiva feminista no es antiliberal ni tampoco una forma de nuevo puritanismo. A veces el estar a favor de regular el libre ejercicio de la prostitución suena liberal, mientras que estar en contra suena moralista y puritano. El feminismo anti prostitución se confundiría con el puritanismo. No es así. En el puritanismo religioso se ve al demandante de prostitución como una persona inicialmente virtuosa que se contamina al ir con prostitutas (que encarnan el vicio). En el feminismo anti prostitución el usuario es concebido como un ser inmoral y sin empatía que se aprovecha de la situación de vulnerabilidad de las mujeres que ejercen la prostitución. En el puritanismo no hay que ir con prostitutas porque es pecado; en el feminismo no hay que comerciar con el cuerpo de las mujeres por imperativo moral, porque es injusto cosificar a las personas y aprovecharse de una situación de desigualdad estructural y de vulnerabilidad. Según el liberalismo de la "libertad positiva", las personas avanzan en libertad cuando expanden su capacidad de elección (capacidad de agencia). Las personas que venden su cuerpo a cambio de dinero lo hacen porque previamente han tenido una libertad de elección prácticamente nula. Revertir esta situación, ofrecerles oportunidades fuera de la prostitución es ampliar libertades. O, dicho de otra manera, desde buena parte del feminismo se considera que el hecho de tener que vender el propio cuerpo a los hombres (obligada o por necesidad) es un acto de violencia de género y eliminar esa violencia en avanzar en libertades.

En la actualidad, en España, en donde la prostitución no está regulada pero sí tolerada, empieza a extenderse la idea de que hay que hacer algo. Además, estamos en un tiempo en el que ha bajado considerablemente la tolerancia hacia la desigualdad y la violencia de género, y con la prostitución debería estar pasando lo mismo.

Esta falta de postura pone de manifiesto que sobre esta cuestión no hay un consenso absoluto en el mundo feminista

Existen básicamente cuatro modelos frente a la prostitución: el "alegal-tolerante" (España, Italia,...); el "abolicionista", o ilegal que castiga a los clientes (Suecia, Noruega, Islandia, Canadá, Francia, Irlanda); el "legal", que legaliza la prostitución y los prostíbulos (Países Bajos, Alemania,...); y el ilegal que castiga a las prostitutas (Rusia, Ucrania...).

El primero de los modelos es el que queremos abandonar. El último es simplemente intolerable. Así que el debate se centra entre el modelo abolicionista y el legal. Veamos qué ventajas e inconvenientes pueden tener cada uno de ellos.

Ventajas del modelo abolicionista: prohíbe la demanda de servicios de prostitución. Penaliza legalmente al cliente de servicios sexuales, a través de multas o incluso penalmente. Es decir, castiga a los demandantes y no a las mujeres que ejercen la prostitución. Además, y esto es muy importante, la ley ejemplariza, de manera que esta prohibición contribuye a crear una norma social que censura más intensamente la demanda de servicios sexuales a cambio de dinero (los puteros tendrían una mayor sensación de estar haciendo algo que está mal; se avergonzarían en mayor medida que ahora si los demás averiguan lo que hacen; incluso algunos quizás no se sentirían cómodos al mirarse al espejo...). Esta censura social a la instrumentalización del cuerpo de las mujeres (además del castigo legal) contribuye a reducir la demanda de servicios sexuales, con lo cual se reduce el tamaño de este mercado.

Inconveniente del modelo abolicionista: este modelo ilegaliza la demanda de prostitución, lo cual reduce el número de mujeres que se dedican a la misma; sin embargo, es muy difícil que la prostitución desaparezca totalmente. La que subsista es posible que se realice de manera más clandestina, lo que puede ser muy perjudicial para las mujeres que se sigan dedicando a esta actividad, la cual sería realizada de una manera más oculta, precaria y más vulnerable al abuso. Precisamente, para evitar este grave problema, se supone que la reforma abolicionista va acompañada de un conjunto de medidas específicas para apoyar a las mujeres que quieran abandonar esta actividad (atención psicológica, programas de reinserción laboral, etc.), así como de medidas para proteger a las que permanezcan en ella.

En mi opinión, hay que hacer algo ya, y creo que habría que hacerlo adoptando el modelo abolicionista

Ventajas del modelo que legaliza la prostitución y los prostíbulos: normaliza y reconoce los derechos laborales y de seguridad social de las personas que se dedican a la actividad de ofrecer servicios sexuales (por lo menos de quienes ejercen la prostitución de una manera voluntaria...; difícilmente, por ejemplo, de quienes son víctima de la trata de personas), mejora los controles sanitarios del ejercicio de esta actividad, etc. La mayoría de las mujeres que están ahora ejerciendo las prostitución (véase por ejemplo, el Colectivo Hetaira) apoyan esta reforma.

Inconveniente del modelo legal: al normalizar y legalizar la prostitución se fomentaría la demanda de servicios de prostitución (como ha pasado, por ejemplo, en Alemania). La norma social que censura la prostitución se relajaría (los puteros ya no tendrían la sensación de estar haciendo algo que no está bien). Aumentaría el número de jóvenes y de hombres que "se animarían a pasarse por los macroprostíbulos". Aumentaría el número de mujeres dedicadas a la prostitución, muchas de las cuales, en un entorno de gran competencia, seguirían haciendo esta actividad en condiciones irregulares y desprotegidas. Sobrecoge pensar en un mundo en el que las niñas tengan también, como un posible referente laboral futuro, el vender su cuerpo en escaparates luminosos... (Cómo puede haber algo tan agresivamente degradante y sexista en sociedades avanzadas como los Países Bajos...).

Parece que la reforma que está diseñando el PSOE plantea la adopción del modelo abolicionista. Sin embargo, Pablo Iglesias, en la entrevista en El Objetivo del día 30 de septiembre de 2018, cuando Ana Pastor le instó a que se pronunciara acerca de qué reforma defendían en Podemos, la abolicionista o la que legaliza, evitó pronunciarse. Contestó que "estaremos a lo que diga el movimiento feminista".

Esta falta de postura pone de manifiesto que sobre esta cuestión no hay un consenso absoluto en el mundo feminista (el consenso absoluto es algo muy raro y da más bien miedo...). Mi percepción es que la mayoría del feminismo está claramente a favor de la reforma abolicionista. Para confirmar esta hipótesis he consultado estos días con cinco intelectuales feministas de reconocido prestigio: Cecilia Castaño, María Pazos, Teresa Jurado, Isabel Tajahuerce y Cristina Castellanos. Todas ellas apoyan el modelo abolicionista. Sin embargo, algunas reconocidas filósofas del feminismo queer, como Judith Burtler, parece que apoyan el modelo de la legalización. Asimismo, en un par de comidas con colegas del mundo académico -una con economistas, otra con sociólogos- he lanzado la misma pregunta, y las opiniones han sido diversas...

La prostitución es un negocio destinado a hombres, controlado por hombres, cuya superación es también es una cuestión, en última instancia, de hombres

En mi opinión, hay que hacer algo ya, y creo que habría que hacerlo adoptando el modelo abolicionista, porque esta opción parte del imperativo moral de que el comercio con el cuerpo de las mujeres es una forma de violencia de género. Además, esta opción es la que entronca directamente con los ideales de la ilustración (de la que el feminismo es una derivación): libertad, progreso, emancipación, igualdad de oportunidades... Ahora bien, esta opción debe ir acompañada de una campaña permanente, contundente y bien dotada económicamente, que permita que las mujeres que se dedican a la prostitución tengan una verdadera oportunidad de salir de ella (y que las que sigan en ella no empeoren sus condiciones y mejoren su protección y sus derechos). Además, hay que estudiar bien las experiencias en países como Suecia o Francia, y subsanar todos los inconvenientes que la opción abolicionista haya podido generar.

La prostitución es un negocio destinado a hombres, controlado por hombres, cuya superación es también es una cuestión, en última instancia, de hombres. En los últimos tiempos parece que está tomando fuerza una nueva "masculinidad inclusiva", menos obsesionada con la hombría, no homófoba, más abierta, sensible y rica; más orientada al cuidado de los otros y más igualitaria en términos de género (y mucho más interesante). Este tipo de masculinidad resulta bastante incompatible con la compra deshumanizada y sexista de servicios sexuales proporcionados por mujeres. La expansión de este tipo de masculinidad tiene que conducir, por fuerza, a la reducción de la demanda de servicios de prostitución. Así será si no lo impiden Vox, la Liga Norte, Trump, Bolsonaro, Orbán y todos los demás reaccionarios que amenazan a las sociedades europeas y americanas. Pero, como buenos progresistas, confiaremos en que, al final, siempre triunfan los ideales de avance, progreso y emancipación de la humanidad...

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