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El error que cometemos al hacer café que le da un sabor raro, incluso en las cafeteras caras

El error que cometemos al hacer café que le da un sabor raro, incluso en las cafeteras caras

El problema no está en la máquina de 800 euros, sino en lo que hacemos con el molinillo: “demasiado fino y amargo”.

Café servido en taza roja desde cafetera italiana.
Un café recién hecho servido en taza, con todo su aroma… aunque el molido puede arruinarlo.Stefania Pelfini la Waziya

Lo de culpar a la cafetera es un clásico. El espresso sale con sabor raro, el café parece alquitrán con pretensiones y, claro, la culpa va directa a esa máquina italiana que te costó medio sueldo. Pues no: según publica el portal checo Dedracek.cz, el problema casi nunca está en el aparato, sino en nuestras manos y, más concretamente, en el molido.

La primera metedura de pata tiene nombre: moler demasiado fino. Cuando los granos de café se convierten en un polvo microscópico, lo que sucede es que se transforma en un muro de Berlín que el agua no logra atravesar. Resultado: sobreextracción, un palabro que básicamente significa que en tu taza no hay equilibrio entre azúcares, aceites y ácidos, sino un festival de taninos y amargor.

“Cuando el agua se queda demasiado tiempo atrapada en la tableta comprimida, empieza a extraer compuestos de la semilla que no queremos, sobre todo amargor”, explica el medio. Vamos, que ni George Clooney te arregla ese espresso.

Y la cosa no termina ahí. La humedad y la temperatura también juegan en tu contra: en días pesados, las partículas se apelmazan y el resultado es casi idéntico a moler demasiado fino. Encima, con el tiempo las cuchillas del molinillo se desafilan, dejan de cortar y se dedican a triturar las semillas, creando ese polvillo extra que amarga la fiesta.

¿Solución? Un poco de ciencia casera. Usar los dedos como oráculo: el café molido debe parecer arena fina, pero no polvo de talco. Si la molienda se apelmaza o forma grumos, algo va mal. Y ojo con la limpieza: los restos de aceites rancios del café anterior se mezclan con el nuevo y convierten el resultado en un brebaje digno de bar de polígono.

La clave, dicen, está en “experimentar de manera constante con el grosor del molido”. Ajustar un punto arriba o abajo puede ser la diferencia entre un espresso decente y un caldo de alquitrán. En resumen: no es la máquina, eres tú.