Los armeros españoles con un papel inesperado en la Primera Guerra Mundial al fabricar el arma clave
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Los armeros españoles con un papel inesperado en la Primera Guerra Mundial al fabricar el arma clave

Sin que España disparara un solo tiro cambió el destino de miles de soldados.

Los armeros españoles con un papel inesperado en la Primera Guerra Mundial al fabricar el arma clave

Sin que España disparara un solo tiro cambió el destino de miles de soldados.

Los armeros españoles con un papel inesperado en la Primera Guerra Mundial al fabricar el arma clave

Sin que España disparara un solo tiro cambió el destino de miles de soldados.

Los armeros españoles con un papel inesperado en la Primera Guerra Mundial al fabricar el arma clave

Sin que España disparara un solo tiro cambió el destino de miles de soldados.

Los armeros españoles con un papel inesperado en la Primera Guerra Mundial al fabricar el arma clave

Sin que España disparara un solo tiro cambió el destino de miles de soldados.

Una pistola y balas.Getty Images

Aunque España se mantuvo neutral durante la Primera Guerra Mundial, una pequeña región del norte del país jugó un papel mucho más determinante de lo que podría pensarse. Lejos de las trincheras, las fábricas vascas se convirtieron en el mayor exportador de armas cortas de toda la contienda, y sus revólveres acabaron en manos de soldados franceses, británicos, italianos y hasta rumanos.

La industria armera vasca, con epicentro en localidades como Eibar o Elgoibar, vivió entre 1914 y 1918 su auténtica Edad de Oro. Cuando estalló la guerra, el sector llevaba años en decadencia, ahogado por restricciones legales y una caída del mercado civil. Pero el estallido del conflicto mundial lo cambió todo. La guerra no solo se peleaba en las trincheras, también en las fábricas, y ahí, los armeros españoles supieron responder con velocidad, ingenio y eficacia.

De escopetas de caza al frente de batalla

Durante el siglo XIX, las Vascongadas ya se habían consolidado como un referente en la producción artesanal de armas de fuego. La tradición se mantenía viva a principios del siglo XX, pero orientada sobre todo al mercado civil. Eso cambió en abril de 1915, cuando Francia comenzó a importar masivamente revólveres y pistolas desde el País Vasco para equipar a su ejército.

En plena revolución tecnológica bélica, con la llegada de aviones, tanques y gases letales, una herramienta mucho más modesta fue clave en el combate: el revólver. Especialmente útil en el feroz cuerpo a cuerpo de las trincheras, se convirtió en un arma imprescindible para los soldados. Y ahí fue donde los fabricantes vascos encontraron su nicho.

Las armas estrella

Dos modelos sobresalieron entre los millones de unidades exportadas desde España:

  • La pistola Ruby: Una copia no autorizada de la Browning estadounidense, era semiautomática, fácil de recargar y con buena cadencia de tiro. Aunque su potencia no era la más alta, fue la preferida por el Ejército francés .
  • El revólver .38 Eibar: De seis disparos, tuvo una gran acogida en el ejército británico. Aunque de diseño clásico, su robustez y confiabilidad lo hicieron muy popular.

Eso sí, la calidad no era siempre uniforme. Algunas fábricas ofrecían productos impecables; otras, en su afán por satisfacer la insaciable demanda aliada, producían armas con estándares más laxos. Aun así, la necesidad era tal que todo se vendía.

El final de un boom

En total, más de dos millones de armas cortas salieron de España rumbo al frente . Pero cuando el conflicto terminó de forma arrepentida en noviembre de 1918, el auge se transformó en ruina. Los encargos fueron cancelados de un día para otro, miles de pistolas quedaron sin comprador, y el mercado colapsó bajo el peso del armamento excedente que los ejércitos aliados vendieron a bajo precio.

Las fábricas que habían florecido durante la guerra comenzaron a cerrar en los años 20. Lo que había sido una alegría sin precedentes para la economía vasca se tornó en una lenta decadencia.

Aunque España se mantuvo neutral durante la Primera Guerra Mundial, una pequeña región del norte del país jugó un papel mucho más determinante de lo que podría pensarse. Lejos de las trincheras, las fábricas vascas se convirtieron en el mayor exportador de armas cortas de toda la contienda, y sus revólveres acabaron en manos de soldados franceses, británicos, italianos y hasta rumanos.

La industria armera vasca, con epicentro en localidades como Eibar o Elgoibar, vivió entre 1914 y 1918 su auténtica Edad de Oro. Cuando estalló la guerra, el sector llevaba años en decadencia, ahogado por restricciones legales y una caída del mercado civil. Pero el estallido del conflicto mundial lo cambió todo. La guerra no solo se peleaba en las trincheras, también en las fábricas, y ahí, los armeros españoles supieron responder con velocidad, ingenio y eficacia.

De escopetas de caza al frente de batalla

Durante el siglo XIX, las Vascongadas ya se habían consolidado como un referente en la producción artesanal de armas de fuego. La tradición se mantenía viva a principios del siglo XX, pero orientada sobre todo al mercado civil. Eso cambió en abril de 1915, cuando Francia comenzó a importar masivamente revólveres y pistolas desde el País Vasco para equipar a su ejército.

En plena revolución tecnológica bélica, con la llegada de aviones, tanques y gases letales, una herramienta mucho más modesta fue clave en el combate: el revólver. Especialmente útil en el feroz cuerpo a cuerpo de las trincheras, se convirtió en un arma imprescindible para los soldados. Y ahí fue donde los fabricantes vascos encontraron su nicho.

Las armas estrella

Dos modelos sobresalieron entre los millones de unidades exportadas desde España:

  • La pistola Ruby: Una copia no autorizada de la Browning estadounidense, era semiautomática, fácil de recargar y con buena cadencia de tiro. Aunque su potencia no era la más alta, fue la preferida por el Ejército francés .
  • El revólver .38 Eibar: De seis disparos, tuvo una gran acogida en el ejército británico. Aunque de diseño clásico, su robustez y confiabilidad lo hicieron muy popular.

Eso sí, la calidad no era siempre uniforme. Algunas fábricas ofrecían productos impecables; otras, en su afán por satisfacer la insaciable demanda aliada, producían armas con estándares más laxos. Aun así, la necesidad era tal que todo se vendía.

El final de un boom

En total, más de dos millones de armas cortas salieron de España rumbo al frente . Pero cuando el conflicto terminó de forma arrepentida en noviembre de 1918, el auge se transformó en ruina. Los encargos fueron cancelados de un día para otro, miles de pistolas quedaron sin comprador, y el mercado colapsó bajo el peso del armamento excedente que los ejércitos aliados vendieron a bajo precio.

Las fábricas que habían florecido durante la guerra comenzaron a cerrar en los años 20. Lo que había sido una alegría sin precedentes para la economía vasca se tornó en una lenta decadencia.

Aunque España se mantuvo neutral durante la Primera Guerra Mundial, una pequeña región del norte del país jugó un papel mucho más determinante de lo que podría pensarse. Lejos de las trincheras, las fábricas vascas se convirtieron en el mayor exportador de armas cortas de toda la contienda, y sus revólveres acabaron en manos de soldados franceses, británicos, italianos y hasta rumanos.

La industria armera vasca, con epicentro en localidades como Eibar o Elgoibar, vivió entre 1914 y 1918 su auténtica Edad de Oro. Cuando estalló la guerra, el sector llevaba años en decadencia, ahogado por restricciones legales y una caída del mercado civil. Pero el estallido del conflicto mundial lo cambió todo. La guerra no solo se peleaba en las trincheras, también en las fábricas, y ahí, los armeros españoles supieron responder con velocidad, ingenio y eficacia.

De escopetas de caza al frente de batalla

Durante el siglo XIX, las Vascongadas ya se habían consolidado como un referente en la producción artesanal de armas de fuego. La tradición se mantenía viva a principios del siglo XX, pero orientada sobre todo al mercado civil. Eso cambió en abril de 1915, cuando Francia comenzó a importar masivamente revólveres y pistolas desde el País Vasco para equipar a su ejército.

En plena revolución tecnológica bélica, con la llegada de aviones, tanques y gases letales, una herramienta mucho más modesta fue clave en el combate: el revólver. Especialmente útil en el feroz cuerpo a cuerpo de las trincheras, se convirtió en un arma imprescindible para los soldados. Y ahí fue donde los fabricantes vascos encontraron su nicho.

Las armas estrella

Dos modelos sobresalieron entre los millones de unidades exportadas desde España:

  • La pistola Ruby: Una copia no autorizada de la Browning estadounidense, era semiautomática, fácil de recargar y con buena cadencia de tiro. Aunque su potencia no era la más alta, fue la preferida por el Ejército francés .
  • El revólver .38 Eibar: De seis disparos, tuvo una gran acogida en el ejército británico. Aunque de diseño clásico, su robustez y confiabilidad lo hicieron muy popular.

Eso sí, la calidad no era siempre uniforme. Algunas fábricas ofrecían productos impecables; otras, en su afán por satisfacer la insaciable demanda aliada, producían armas con estándares más laxos. Aun así, la necesidad era tal que todo se vendía.

El final de un boom

En total, más de dos millones de armas cortas salieron de España rumbo al frente . Pero cuando el conflicto terminó de forma arrepentida en noviembre de 1918, el auge se transformó en ruina. Los encargos fueron cancelados de un día para otro, miles de pistolas quedaron sin comprador, y el mercado colapsó bajo el peso del armamento excedente que los ejércitos aliados vendieron a bajo precio.

Las fábricas que habían florecido durante la guerra comenzaron a cerrar en los años 20. Lo que había sido una alegría sin precedentes para la economía vasca se tornó en una lenta decadencia.

Aunque España se mantuvo neutral durante la Primera Guerra Mundial, una pequeña región del norte del país jugó un papel mucho más determinante de lo que podría pensarse. Lejos de las trincheras, las fábricas vascas se convirtieron en el mayor exportador de armas cortas de toda la contienda, y sus revólveres acabaron en manos de soldados franceses, británicos, italianos y hasta rumanos.

La industria armera vasca, con epicentro en localidades como Eibar o Elgoibar, vivió entre 1914 y 1918 su auténtica Edad de Oro. Cuando estalló la guerra, el sector llevaba años en decadencia, ahogado por restricciones legales y una caída del mercado civil. Pero el estallido del conflicto mundial lo cambió todo. La guerra no solo se peleaba en las trincheras, también en las fábricas, y ahí, los armeros españoles supieron responder con velocidad, ingenio y eficacia.

De escopetas de caza al frente de batalla

Durante el siglo XIX, las Vascongadas ya se habían consolidado como un referente en la producción artesanal de armas de fuego. La tradición se mantenía viva a principios del siglo XX, pero orientada sobre todo al mercado civil. Eso cambió en abril de 1915, cuando Francia comenzó a importar masivamente revólveres y pistolas desde el País Vasco para equipar a su ejército.

En plena revolución tecnológica bélica, con la llegada de aviones, tanques y gases letales, una herramienta mucho más modesta fue clave en el combate: el revólver. Especialmente útil en el feroz cuerpo a cuerpo de las trincheras, se convirtió en un arma imprescindible para los soldados. Y ahí fue donde los fabricantes vascos encontraron su nicho.

Las armas estrella

Dos modelos sobresalieron entre los millones de unidades exportadas desde España:

  • La pistola Ruby: Una copia no autorizada de la Browning estadounidense, era semiautomática, fácil de recargar y con buena cadencia de tiro. Aunque su potencia no era la más alta, fue la preferida por el Ejército francés .
  • El revólver .38 Eibar: De seis disparos, tuvo una gran acogida en el ejército británico. Aunque de diseño clásico, su robustez y confiabilidad lo hicieron muy popular.

Eso sí, la calidad no era siempre uniforme. Algunas fábricas ofrecían productos impecables; otras, en su afán por satisfacer la insaciable demanda aliada, producían armas con estándares más laxos. Aun así, la necesidad era tal que todo se vendía.

El final de un boom

En total, más de dos millones de armas cortas salieron de España rumbo al frente . Pero cuando el conflicto terminó de forma arrepentida en noviembre de 1918, el auge se transformó en ruina. Los encargos fueron cancelados de un día para otro, miles de pistolas quedaron sin comprador, y el mercado colapsó bajo el peso del armamento excedente que los ejércitos aliados vendieron a bajo precio.

Las fábricas que habían florecido durante la guerra comenzaron a cerrar en los años 20. Lo que había sido una alegría sin precedentes para la economía vasca se tornó en una lenta decadencia.

Aunque España se mantuvo neutral durante la Primera Guerra Mundial, una pequeña región del norte del país jugó un papel mucho más determinante de lo que podría pensarse. Lejos de las trincheras, las fábricas vascas se convirtieron en el mayor exportador de armas cortas de toda la contienda, y sus revólveres acabaron en manos de soldados franceses, británicos, italianos y hasta rumanos.

La industria armera vasca, con epicentro en localidades como Eibar o Elgoibar, vivió entre 1914 y 1918 su auténtica Edad de Oro. Cuando estalló la guerra, el sector llevaba años en decadencia, ahogado por restricciones legales y una caída del mercado civil. Pero el estallido del conflicto mundial lo cambió todo. La guerra no solo se peleaba en las trincheras, también en las fábricas, y ahí, los armeros españoles supieron responder con velocidad, ingenio y eficacia.

De escopetas de caza al frente de batalla

Durante el siglo XIX, las Vascongadas ya se habían consolidado como un referente en la producción artesanal de armas de fuego. La tradición se mantenía viva a principios del siglo XX, pero orientada sobre todo al mercado civil. Eso cambió en abril de 1915, cuando Francia comenzó a importar masivamente revólveres y pistolas desde el País Vasco para equipar a su ejército.

En plena revolución tecnológica bélica, con la llegada de aviones, tanques y gases letales, una herramienta mucho más modesta fue clave en el combate: el revólver. Especialmente útil en el feroz cuerpo a cuerpo de las trincheras, se convirtió en un arma imprescindible para los soldados. Y ahí fue donde los fabricantes vascos encontraron su nicho.

Las armas estrella

Dos modelos sobresalieron entre los millones de unidades exportadas desde España:

  • La pistola Ruby: Una copia no autorizada de la Browning estadounidense, era semiautomática, fácil de recargar y con buena cadencia de tiro. Aunque su potencia no era la más alta, fue la preferida por el Ejército francés .
  • El revólver .38 Eibar: De seis disparos, tuvo una gran acogida en el ejército británico. Aunque de diseño clásico, su robustez y confiabilidad lo hicieron muy popular.

Eso sí, la calidad no era siempre uniforme. Algunas fábricas ofrecían productos impecables; otras, en su afán por satisfacer la insaciable demanda aliada, producían armas con estándares más laxos. Aun así, la necesidad era tal que todo se vendía.

El final de un boom

En total, más de dos millones de armas cortas salieron de España rumbo al frente . Pero cuando el conflicto terminó de forma arrepentida en noviembre de 1918, el auge se transformó en ruina. Los encargos fueron cancelados de un día para otro, miles de pistolas quedaron sin comprador, y el mercado colapsó bajo el peso del armamento excedente que los ejércitos aliados vendieron a bajo precio.

Las fábricas que habían florecido durante la guerra comenzaron a cerrar en los años 20. Lo que había sido una alegría sin precedentes para la economía vasca se tornó en una lenta decadencia.

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Soy redactora en El HuffPost España, donde te cuento las historias más curiosas y te intento ayudar a encontrar esos detalles que marcan la diferencia en la vida cotidiana.

 

Sobre qué temas escribo

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Mis artículos son un surtido de historias curiosas, viajes, cultura, estilo de vida, naturaleza, ¡y mucho más! Mi objetivo es despertar tu curiosidad y acompañarte con lecturas útiles y entretenidas.

  

Mi trayectoria

Soy madrileña, pero con raíces en Castilla-La Mancha. Estudié Periodismo en la Universidad Ceu San Pablo, aunque siempre digo que mi verdadera escuela ha sido El HuffPost, el lugar donde escribí mis primeras líneas como periodista. Empecé como becaria y ahora colaboro en este medio que me ha visto crecer.


Mi pasión por el periodismo nació en la infancia, cuando dibujaba las portadas de los medios deportivos y soñaba con convertirme en una de aquellas reporteras que veía en la televisión.

 


 

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