No faltan en las ensaladas, pero en un momento de la historia se pensó que los tomates eran venenosos
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No faltan en las ensaladas, pero en un momento de la historia se pensó que los tomates eran venenosos

Era cultivado en la época de los aztecas.

No faltan en las ensaladas, pero en un momento de la historia se pensó que los tomates eran venenosos

Era cultivado en la época de los aztecas.

No faltan en las ensaladas, pero en un momento de la historia se pensó que los tomates eran venenosos

Era cultivado en la época de los aztecas.

No faltan en las ensaladas, pero en un momento de la historia se pensó que los tomates eran venenosos

Era cultivado en la época de los aztecas.

No faltan en las ensaladas, pero en un momento de la historia se pensó que los tomates eran venenosos

Era cultivado en la época de los aztecas.

Unos tomates almacenados.JOANNA MCCARTHY VIA Getty Images

Hoy es difícil imaginar una ensalada, una salsa o una pizza sin  un ingrediente tan esencial como el tomate. Pero hubo un tiempo en el que este fruto fue considerado venenoso, pecaminoso e incluso letal. Originario de América y traído a Europa tras la conquista del Nuevo Mundo, el tomate tuvo que enfrentarse durante siglos a prejuicios, mitos religiosos y hasta casos de envenenamiento antes de ganarse un lugar en nuestras cocinas.

El Solanum lycopersicum, conocido comúnmente como tomate, era cultivado ya por los aztecas mucho antes de la llegada de los europeos. De hecho, su nombre deriva del náhuatl tomatl. Los pueblos mesoamericanos lo usaban en salsas con chiles, y lo consideraban un ingrediente cotidiano y valioso. Sin embargo, al llegar a Europa, su suerte cambió.

Aunque comenzó a cultivarse en Europa en el siglo XVI, especialmente en climas mediterráneos, su uso fue, al principio, meramente ornamental. Se decía que el tomate era afrodisíaco y estaba relacionado con plantas consideradas peligrosas, como la mandrágora. Esto, unido a prejuicios religiosos y desinformación científica, lo convirtió en símbolo de sospecha.

El plomo fue culpable 

Uno de los episodios más curiosos de esta historia fue la fama de venenoso que adquirió el tomate en Inglaterra. La aristocracia que lo consumía lo hacía en vajilla de peltre, rica en plomo. La acidez del fruto liberaba el metal, provocando envenenamientos reales que, erróneamente, se atribuyeron al tomate.

El miedo al tomate cruzó el Atlántico hasta Estados Unidos. Allí, se temía tanto a la planta como a los gusanos que la atacaban. En Salem, el coronel Robert Gibbon Johnson organizó un espectáculo público en el siglo XIX comiéndose una cesta de tomates ante un tribunal local. Obviamente sobrevivió, pero ese gesto, que ahora es cotidiano, por aquel entonces ayudó a desterrar el mito del tomate letal.

Con el tiempo, las recetas con tomate se extendieron por Europa, especialmente en España, Italia y Francia. La prensa estadounidense promovió su consumo, y la empresa Campbell revolucionó la alimentación con su famosa sopa de tomate enlatada.

Hoy es difícil imaginar una ensalada, una salsa o una pizza sin  un ingrediente tan esencial como el tomate. Pero hubo un tiempo en el que este fruto fue considerado venenoso, pecaminoso e incluso letal. Originario de América y traído a Europa tras la conquista del Nuevo Mundo, el tomate tuvo que enfrentarse durante siglos a prejuicios, mitos religiosos y hasta casos de envenenamiento antes de ganarse un lugar en nuestras cocinas.

El Solanum lycopersicum, conocido comúnmente como tomate, era cultivado ya por los aztecas mucho antes de la llegada de los europeos. De hecho, su nombre deriva del náhuatl tomatl. Los pueblos mesoamericanos lo usaban en salsas con chiles, y lo consideraban un ingrediente cotidiano y valioso. Sin embargo, al llegar a Europa, su suerte cambió.

Aunque comenzó a cultivarse en Europa en el siglo XVI, especialmente en climas mediterráneos, su uso fue, al principio, meramente ornamental. Se decía que el tomate era afrodisíaco y estaba relacionado con plantas consideradas peligrosas, como la mandrágora. Esto, unido a prejuicios religiosos y desinformación científica, lo convirtió en símbolo de sospecha.

El plomo fue culpable 

Uno de los episodios más curiosos de esta historia fue la fama de venenoso que adquirió el tomate en Inglaterra. La aristocracia que lo consumía lo hacía en vajilla de peltre, rica en plomo. La acidez del fruto liberaba el metal, provocando envenenamientos reales que, erróneamente, se atribuyeron al tomate.

El miedo al tomate cruzó el Atlántico hasta Estados Unidos. Allí, se temía tanto a la planta como a los gusanos que la atacaban. En Salem, el coronel Robert Gibbon Johnson organizó un espectáculo público en el siglo XIX comiéndose una cesta de tomates ante un tribunal local. Obviamente sobrevivió, pero ese gesto, que ahora es cotidiano, por aquel entonces ayudó a desterrar el mito del tomate letal.

Con el tiempo, las recetas con tomate se extendieron por Europa, especialmente en España, Italia y Francia. La prensa estadounidense promovió su consumo, y la empresa Campbell revolucionó la alimentación con su famosa sopa de tomate enlatada.

Hoy es difícil imaginar una ensalada, una salsa o una pizza sin  un ingrediente tan esencial como el tomate. Pero hubo un tiempo en el que este fruto fue considerado venenoso, pecaminoso e incluso letal. Originario de América y traído a Europa tras la conquista del Nuevo Mundo, el tomate tuvo que enfrentarse durante siglos a prejuicios, mitos religiosos y hasta casos de envenenamiento antes de ganarse un lugar en nuestras cocinas.

El Solanum lycopersicum, conocido comúnmente como tomate, era cultivado ya por los aztecas mucho antes de la llegada de los europeos. De hecho, su nombre deriva del náhuatl tomatl. Los pueblos mesoamericanos lo usaban en salsas con chiles, y lo consideraban un ingrediente cotidiano y valioso. Sin embargo, al llegar a Europa, su suerte cambió.

Aunque comenzó a cultivarse en Europa en el siglo XVI, especialmente en climas mediterráneos, su uso fue, al principio, meramente ornamental. Se decía que el tomate era afrodisíaco y estaba relacionado con plantas consideradas peligrosas, como la mandrágora. Esto, unido a prejuicios religiosos y desinformación científica, lo convirtió en símbolo de sospecha.

El plomo fue culpable 

Uno de los episodios más curiosos de esta historia fue la fama de venenoso que adquirió el tomate en Inglaterra. La aristocracia que lo consumía lo hacía en vajilla de peltre, rica en plomo. La acidez del fruto liberaba el metal, provocando envenenamientos reales que, erróneamente, se atribuyeron al tomate.

El miedo al tomate cruzó el Atlántico hasta Estados Unidos. Allí, se temía tanto a la planta como a los gusanos que la atacaban. En Salem, el coronel Robert Gibbon Johnson organizó un espectáculo público en el siglo XIX comiéndose una cesta de tomates ante un tribunal local. Obviamente sobrevivió, pero ese gesto, que ahora es cotidiano, por aquel entonces ayudó a desterrar el mito del tomate letal.

Con el tiempo, las recetas con tomate se extendieron por Europa, especialmente en España, Italia y Francia. La prensa estadounidense promovió su consumo, y la empresa Campbell revolucionó la alimentación con su famosa sopa de tomate enlatada.

Hoy es difícil imaginar una ensalada, una salsa o una pizza sin  un ingrediente tan esencial como el tomate. Pero hubo un tiempo en el que este fruto fue considerado venenoso, pecaminoso e incluso letal. Originario de América y traído a Europa tras la conquista del Nuevo Mundo, el tomate tuvo que enfrentarse durante siglos a prejuicios, mitos religiosos y hasta casos de envenenamiento antes de ganarse un lugar en nuestras cocinas.

El Solanum lycopersicum, conocido comúnmente como tomate, era cultivado ya por los aztecas mucho antes de la llegada de los europeos. De hecho, su nombre deriva del náhuatl tomatl. Los pueblos mesoamericanos lo usaban en salsas con chiles, y lo consideraban un ingrediente cotidiano y valioso. Sin embargo, al llegar a Europa, su suerte cambió.

Aunque comenzó a cultivarse en Europa en el siglo XVI, especialmente en climas mediterráneos, su uso fue, al principio, meramente ornamental. Se decía que el tomate era afrodisíaco y estaba relacionado con plantas consideradas peligrosas, como la mandrágora. Esto, unido a prejuicios religiosos y desinformación científica, lo convirtió en símbolo de sospecha.

El plomo fue culpable 

Uno de los episodios más curiosos de esta historia fue la fama de venenoso que adquirió el tomate en Inglaterra. La aristocracia que lo consumía lo hacía en vajilla de peltre, rica en plomo. La acidez del fruto liberaba el metal, provocando envenenamientos reales que, erróneamente, se atribuyeron al tomate.

El miedo al tomate cruzó el Atlántico hasta Estados Unidos. Allí, se temía tanto a la planta como a los gusanos que la atacaban. En Salem, el coronel Robert Gibbon Johnson organizó un espectáculo público en el siglo XIX comiéndose una cesta de tomates ante un tribunal local. Obviamente sobrevivió, pero ese gesto, que ahora es cotidiano, por aquel entonces ayudó a desterrar el mito del tomate letal.

Con el tiempo, las recetas con tomate se extendieron por Europa, especialmente en España, Italia y Francia. La prensa estadounidense promovió su consumo, y la empresa Campbell revolucionó la alimentación con su famosa sopa de tomate enlatada.

Hoy es difícil imaginar una ensalada, una salsa o una pizza sin  un ingrediente tan esencial como el tomate. Pero hubo un tiempo en el que este fruto fue considerado venenoso, pecaminoso e incluso letal. Originario de América y traído a Europa tras la conquista del Nuevo Mundo, el tomate tuvo que enfrentarse durante siglos a prejuicios, mitos religiosos y hasta casos de envenenamiento antes de ganarse un lugar en nuestras cocinas.

El Solanum lycopersicum, conocido comúnmente como tomate, era cultivado ya por los aztecas mucho antes de la llegada de los europeos. De hecho, su nombre deriva del náhuatl tomatl. Los pueblos mesoamericanos lo usaban en salsas con chiles, y lo consideraban un ingrediente cotidiano y valioso. Sin embargo, al llegar a Europa, su suerte cambió.

Aunque comenzó a cultivarse en Europa en el siglo XVI, especialmente en climas mediterráneos, su uso fue, al principio, meramente ornamental. Se decía que el tomate era afrodisíaco y estaba relacionado con plantas consideradas peligrosas, como la mandrágora. Esto, unido a prejuicios religiosos y desinformación científica, lo convirtió en símbolo de sospecha.

El plomo fue culpable 

Uno de los episodios más curiosos de esta historia fue la fama de venenoso que adquirió el tomate en Inglaterra. La aristocracia que lo consumía lo hacía en vajilla de peltre, rica en plomo. La acidez del fruto liberaba el metal, provocando envenenamientos reales que, erróneamente, se atribuyeron al tomate.

El miedo al tomate cruzó el Atlántico hasta Estados Unidos. Allí, se temía tanto a la planta como a los gusanos que la atacaban. En Salem, el coronel Robert Gibbon Johnson organizó un espectáculo público en el siglo XIX comiéndose una cesta de tomates ante un tribunal local. Obviamente sobrevivió, pero ese gesto, que ahora es cotidiano, por aquel entonces ayudó a desterrar el mito del tomate letal.

Con el tiempo, las recetas con tomate se extendieron por Europa, especialmente en España, Italia y Francia. La prensa estadounidense promovió su consumo, y la empresa Campbell revolucionó la alimentación con su famosa sopa de tomate enlatada.

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Soy redactora en El HuffPost España, donde te cuento las historias más curiosas y te intento ayudar a encontrar esos detalles que marcan la diferencia en la vida cotidiana.

 

Sobre qué temas escribo

Tengo el privilegio de escribir sobre una amplia variedad de temas, con un enfoque que abarca tanto actualidad como estilo de vida. Escribo con la intención de contarte historias que te interesen y ofrecerte información que hagan tu vida un poco más fácil.


Te ayudo a no caer en estafas, te doy consejos de salud y cuidado personal, además de recomendaciones de destinos para tu próximo viaje.


Mis artículos son un surtido de historias curiosas, viajes, cultura, estilo de vida, naturaleza, ¡y mucho más! Mi objetivo es despertar tu curiosidad y acompañarte con lecturas útiles y entretenidas.

  

Mi trayectoria

Soy madrileña, pero con raíces en Castilla-La Mancha. Estudié Periodismo en la Universidad Ceu San Pablo, aunque siempre digo que mi verdadera escuela ha sido El HuffPost, el lugar donde escribí mis primeras líneas como periodista. Empecé como becaria y ahora colaboro en este medio que me ha visto crecer.


Mi pasión por el periodismo nació en la infancia, cuando dibujaba las portadas de los medios deportivos y soñaba con convertirme en una de aquellas reporteras que veía en la televisión.

 


 

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