Una madre se queja de que su hija se coma toda la comida en casa de la abuela y la suya no: la razón despierta remordimientos
"Me sentí deprimida y al mismo tiempo profundamente arrepentida".

No hay restaurante, por más fino y caro que sea, que pueda reproducir esos sabores de la cocina de una abuela. Las comidas de las abuelas tienen algo especial y que solo quienes las hemos probado entendemos y amamos.
Hasta quienes aseguran que su abuela no cocinaba demasiado bien, suelen recordar al menos un plato que les parece insuperable, quizás una salsa especial para la pasta, una sopa sencilla o un postre que aunque se tenga la receta nadie ha logrado reproducir igual.
Más allá del sabor, la comida de las abuelas tiene un valor emocional que ninguna técnica gastronómica puede imitar. Representa la memoria familiar, el vínculo entre generaciones y la sensación de hogar que perdura incluso cuando ya no están.
“Está deliciosa”
Una madre japonesa relató recientemente su experiencia en una columna del medio FTN. Su hija, una niña de primaria muy quisquillosa para comer, apenas probaba bocado en casa. Ni siquiera las porciones más pequeñas parecían abrirle el apetito. “Le sirvo un tazón infantil con arroz y aun así no lo termina”, contó.
Pero cada vez que la niña visitaba a sus abuelos, la situación era completamente diferente: comía con entusiasmo y hasta elogiaba los platos de su abuela. La madre, intrigada y un poco frustrada, decidió preguntarle cuál era el secreto.
Un exceso de esfuerzo
La respuesta fue: “La comida de la abuela tiene un sabor suave. Me gusta ese tipo de comida.” Las palabras de su hija la dejaron en shock ya que, en su intento por cocinar platos sabrosos y equilibrados, la madre había recurrido a libros de recetas, añadiendo especias y condimentos para hacer la comida “más rica”.
Sin embargo, sin darse cuenta, estaba elaborando comidas demasiado fuertes para el delicado paladar infantil. “Lo que yo creía que era bueno para ella terminó teniendo el efecto contrario. Me sentí deprimida y al mismo tiempo profundamente arrepentida”, confesó.
Decidida a mejorar, la madre empezó a imitar las costumbres culinarias de su madre: usar menos sal, reducir condimentos y dar más protagonismo a los ingredientes frescos. Pronto notó el cambio: “Cuando mi hija probó mis nuevos platos, dijo que estaba delicioso y comenzó a comerlo con más frecuencia".
