Andrei, tras dar la vuelta al mundo en nueve días: "El lunes fui a la Ópera de Sídney y el sábado al Bernabéu"
En 9 días recorrió 50.000 kilómetros, cogió 11 aviones, visitó 11 países.

Dar la vuelta al mundo es un sueño reservado para grandes viajeros, aventureros o jubilados con tiempo de sobra. Pero Andrei Mihai, un rumano de 41 años que vive en Suecia, decidió demostrar que también es posible hacerlo en apenas nueve días, manteniendo un ritmo casi sobrehumano y un nivel de disciplina digno de un atleta profesional.
En ese tiempo recorrió 50.000 kilómetros, cogió 11 aviones, visitó 11 países, caminó una media de 30.000 pasos diarios y vivió transiciones culturales tan bruscas que ––según recoge el medio rumano Libertatea–– él mismo dice que “te cambian la percepción por completo”.
Su aventura exprés, realizada entre el 24 de octubre y el 2 de noviembre, incluyó paradas en Italia, Emiratos Árabes Unidos, Tailandia, Singapur, Australia, Nueva Zelanda, Chile, Brasil, España y Finlandia, antes de regresar a Suecia. Un recorrido tan acelerado que le permitió, como él mismo resume con humor, “estar el lunes en la Ópera de Sídney y el sábado en el Santiago Bernabéu”.
Un viaje muy planificado
Originario de la ciudad rumana Pitești, Andrei vive desde 2018 en la pequeña ciudad sueca de Hijo junto a su mujer y sus dos hijos. Allí trabaja como gerente de tienda en Systembolaget, además de participar en proyectos de renovación urbana y sostenibilidad. Pero su verdadera pasión es correr. Desde hace siete años, el running se ha convertido en su rutina diaria y en su principal herramienta de preparación mental.
Ese hábito resultó clave para enfrentarse a su maratón mundial. “Llevaba años soñando con visitar Australia y completar todos los continentes que me faltaban”, cuenta en una entrevista con Libertatea. Su objetivo era combinar la máxima diversidad geográfica y cultural en el mínimo tiempo posible.
Así, diseñó el itinerario “como un ingeniero”: cada vuelo, cada traslado y cada actividad estaban programados al minuto. Comenzó a planificar en agosto, pero mentalmente llevaba mucho tiempo preparado.
Durante el viaje no consumió alcohol ni café, evitó fumar y mantuvo un estricto ritual de estiramientos, hidratación y alimentación equilibrada. Corría cada día, incluso en medio del caos del tráfico de São Paulo o en las noches completamente invertidas de Australia.
Una lección de vida
La experiencia de viajar tan rápido entre husos horarios extremos supuso el mayor reto para Andrei. “Aterrizar en lugares completamente distintos, cultural y climáticamente, sin tiempo para adaptarme, fue lo más duro”, confiesa.
Entre sus anécdotas favoritas destaca la agilidad con la que tuvo que moverse en Sídney: “Llegué a encadenar cuatro medios de transporte en menos de una hora: ferry, tren, tranvía y metro”. Pero la imagen que más le marcó la vivió a primera hora del día en la playa de Manly, en Australia. Allí, frente al inmenso océano Pacífico, sintió una mezcla de fuerza, calma y claridad.
Pese al cansancio acumulado, las noches invertidas y el estrés del viaje extremo, Andrei asegura que volvería a hacerlo sin dudarlo. Para él, estos nueve días fueron mucho más que una cadena de vuelos y ciudades: “Fue una lección de vida acelerada. Aprendí cuánto importan la adaptación, la disciplina y la capacidad de encontrar alegría incluso en la incomodidad”. “El mundo es enorme, pero se vuelve pequeño cuando te acercas a él con valentía y curiosidad”, concluye.
