Una británica se va a España y aprende toda una lección de vida cuando descubre cómo hacemos las colas
Una brecha cultural reflejada en una actividad de lo más cotidiana.

Las diferencias culturales, lejos de ser simples curiosidades del día a día, actúan como los engranajes que dan forma a las sociedades modernas. Son códigos invisibles que organizan nuestra convivencia, moldean cómo nos relacionamos y revelan la identidad colectiva de cada país. En este sentido, pocas cosas evidencian mejor esa brecha cultural que los pequeños rituales cotidianos, donde cada país revela distintas maneras de entender las relaciones sociales.
Por ejemplo, lo que para muchos en el Reino Unido es un gesto tácito y casi sagrado, formar una fila mirando fijamente al final y sin hablar, en España puede funcionar con reglas muy distintas: invisibles, verbales y basadas en la confianza. Así lo descubrió una británica recién llegada que cuenta cómo una simple pregunta, “¿Quién es el último?”, la obligó a replantearse las normas de cortesía que daba por sentadas.
La anécdota ocurrió en una farmacia de San Luis de Sabanillas, una pedanía del término municipal de Manilva, en Málaga, cuando la británica esperaba en lo que pensaba que era una cola. Una mujer se dirigió al mostrador, preguntó en voz alta quién era la última persona y recibió la confirmación de quienes estaban alrededor. Aquella “cola invisible”, respaldada por asentimientos y pequeñas confirmaciones verbales, resolvió el malentendido sin enfados ni reprimendas, según recoge Euro Weekly News.
Un consenso social
El historiador Joe Moran señala que la fila organizada se consolidó como rito urbano en el Reino Unido durante el siglo XIX, cuando se convirtió en símbolo de justicia y moderación frente al acceso a servicios y bienes. De la misma forma, una encuesta de YouGov revela que la percepción británica sobre la cortesía en la espera no es solo una anécdota, sino que el 66% de los entrevistados consideran colarse en la cola como el segundo hábito más molesto.
Estudios en psicología cultural muestran que, aunque ambos países condenan la falta de respeto, en contextos hispanohablantes existe una mayor tendencia a regular el orden por medios negociados y explícitos (gestos, preguntas y acuerdos inmediatos) más que por una regla física única. Esa flexibilidad explica por qué muchas colas españolas parecen “caóticas” a ojos extranjeros, cuando en realidad funcionan por consenso social.

En muchas oficinas y comercios el sistema de dispensar un número por ticket complementa ese orden informal, y en ciudades grandes es cada vez más frecuente combinar cita previa online con gestores de turno presencial para evitar confusiones y esperas innecesarias. Para quien llega de fuera, ver ese doble sistema suele ser el momento en que la mente británica respira tranquila.
Sea el método que sea, la moraleja de la experiencia es doble. Por un lado, recuerda que los gestos de cortesía no son universales: lo que en una cultura se expresa con silencio y posición física, en otra se verbaliza y negocia. Por otro, recalca que preguntar con educación y en voz alta no es algo grosero; sino que en España, a menudo, es la forma más clara de integrarse en el sistema local de turnos.
