La Zaragoza Violeta

La Zaragoza Violeta

Para los forofos nacidos antes de mediados de los 60 José Luis Violeta es, no cabe duda, un ser esencial de nuestra vida. En mi caso fue algo más que un ídolo: el niño que fui, quiso ser José Luis Violeta. El Zaragoza era casi todo para mí y Violeta era la quintaesencia del Zaragoza

El domingo 15 de septiembre de 1963 sucedió algo trascendental en la historia del Real Zaragoza: en el estadio Pasarón de Pontevedra jugó su primer partido con el equipo un zaragozano de 22 años llamado José Luis Violeta Lajusticia. Ya no jugó en otro club. Se retiró en 1977, a los 36 años. El domingo 21 de mayo de 1978 se le rindió un homenaje con un partido ante el Athlétic de Bilbao. La Romareda se llenó para despedir al símbolo más querido del zaragocismo. Este próximo sábado 14 de septiembre el Zaragoza juega en la Romareda ante el Tenerife. Se cumple el 50º aniversario del debut y Violeta va a hacer el saque de honor. Menudo pretexto para volver a ponernos a sus pies.

Para los forofos nacidos antes de mediados de los 60 José Luis Violeta es, no cabe duda, un ser esencial de nuestra vida. En mi caso fue algo más que un ídolo: el niño que fui, quiso ser José Luis Violeta. El Zaragoza era casi todo para mí y Violeta era la quintaesencia del Zaragoza.

En el bar de mi tío Eduardo de Lechago, durante mucho tiempo, permaneció enmarcada una foto del Zaragoza cuya alineación aún recito cada dos por tres: Yarza, Irusquieta, Santamaría, Reija, Pais, Violeta, Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. Ellos eran mis superhéroes.

En esos años Zaragoza me parecía un lugar mítico por una sola razón: era la ciudad de mi equipo y allí vivía Violeta. Cuando mis padres me dijeron que la prima Maribel se casaba en el Pilar me vine arriba: eso significaba que iba a conocer Zaragoza. El viaje fue penoso. La carretera tenía muchas curvas, yo me mareaba demasiado y tuvimos que parar varias veces para que yo vomitara a gusto. Pero no perdía la ilusión. Al llegar a la plaza del Pilar comencé a mirar a un lado y a otro con la esperanza de que, en cualquier momento, apareciera José Luis Violeta.

Yo era un friki de los cromos. Leía una y otra vez la ficha técnica y memorizaba el nombre y apellidos de los jugadores del Zaragoza, su fecha de nacimiento, su peso y su altura. Mi hermano Salvador me daba de vez en cuando cinco duros y yo iba con ellos a la tienda de un relojero cojo de Calamocha para comprarle cromos. El de Violeta lo tenía muchas veces y aún conservo por ahí una carterita con un cromo de Violeta pegado dentro.

El primer partido que yo vi en un estadio fue un Valencia-Zaragoza en el Luis Casanova, cuando estudiaba en Valencia. El encuentro era un tostón pero me daba igual. Allí abajo, a unos metros de mí, estaba José Luis Violeta.

En realidad, Violeta nos traía locos a todos los zaragocistas. No le faltaba nada: era del barrio de Torrero, era muy bueno y bizarro, nunca se rendía en el campo y exhibía hacia el Zaragoza una pasión sin fisuras. Por si eso fuera poco, cuando, en uno de los momentos cumbre de su carrera, el Real Madrid, nada menos, quiso ficharle, él rechazó la oferta por un motivo que hoy parece una broma: el Zaragoza acababa de descender y él quería ayudar a devolverlo a Primera.

No hubiera sido necesario ese alarde para que contara con nuestro amor eterno. Pero nos gustó mucho que lo hiciera.

Violeta, "El León de Torrero", fue una estrella en dos épocas del Zaragoza que han pasado a la historia del fútbol exquisito: la de los Magníficos entre 1963 y 1966 y la de los Zaraguayos entre 1973 y 1975. Víctor Muñoz, de crío, saltaba la tapia de la Romareda para ver cómo jugaba Violeta. En 1976 coincidieron en el Zaragoza. Víctor tenía 19 años, y acababa de debutar; Violeta tenía 36 y estaba a punto de retirarse. Cuando Víctor se vio en el mismo vestuario que Violeta supo que había llegado donde quería llegar.

Una noche de 1985, en el café El Ángel Azul, mi entonces nuevo amigo José Luis Melero me soltó, sin saber muy bien a quién se lo decía, que era vecino de escalera de Violeta, en el Paseo Sagasta. Estaba cantado que los vecinos José Luis Violeta, la madre de todas las vacas sagradas del zaragocismo, y Pepe Melero, la madre de todos los forofos, se iban a hacer amigos. El primer día que se encontraron en el ascensor, Pepe, en vez de hablarle del tiempo, le dijo: "Yo te he llevado a hombros en la Romareda". Era casi verdad. El uno de junio de 1972 el Zaragoza consiguió el ascenso. Al concluir el encuentro Pepe Melero, a sus 15 años, saltó al césped y, borracho de euforia, comenzó a correr tras un aficionado que llevaba en hombros al capitán, a Violeta. Al alcanzarles, Pepe, con la mano en la espalda de Violeta, les acompañó hasta el final de la vuelta de honor. Luego -cómo le entiendo- arrancó unas briznas de hierba que guardó en su casa durante años.

La tarde de San Valero de 2008, unos 40 años después de que el cromo de Violeta entrara en mi cartera, Violeta entró en mi vida. Pepe Melero me citó en el Café del Sur para que le conociera. Violeta vino acompañado de su gran amigo Manolo Fontenla, excelente delantero gallego del Zaragoza crepuscular de finales de los 60. Violeta me pareció, desde el primer momento, el tipo delicioso que yo ya sabía que era. Tiene una cordialidad de otro tiempo. Aquella tarde rescató muchos recuerdos pero hubo uno impactante: hacia 1947, cuando él tenía seis años, un par de hombres con traje y corbata irrumpieron en su casa para llevar a la cárcel a su padre, acusado de haber pertenecido a la Guardia de Asalto de la República. Violeta decía que su padre no se quitó el miedo el resto de su vida.

Hace unos años Pepe y yo impulsamos una iniciativa para que José Luis Violeta, a la manera de Di Stéfano en el Real Madrid, fuera nombrado presidente de honor del Real Zaragoza. Nadie recogió el guante y nuestra idea naufragó. Pero qué lástima: en estos tiempos de basura, cuando nuestra autoestima zaragocista se arrastra por el suelo, nos apetece más que nunca dirigir nuestra mirada hacia techos tan elevados como el que marca José Luis Violeta, un modelo de futbolista romántico que hoy parece imposible. Hace poco, en el 50º aniversario del debut de Iríbar, Bilbao se volcó con su Violeta. Este sábado la Zaragoza Violeta no puede desaprovechar la ocasión de recordar cómo suena en la Romareda una ovación de oro.

José Luis Violeta tiene 72 años y lleva una vida apacible. Le gusta mucho callejear y casi todas las tardes se le puede ver en el Billar Zaragoza, el bar de la calle Colón. La otra noche tomamos algo en la terraza de El Rincón de Sagasta y luego me acompañó al autobús. La parada estaba lejos y, durante el paseo, no dejamos de charlar. Él hablaba y yo pensaba en lo que significaba que este encanto de hombre me acompañara a coger el autobús. Y, como Víctor Muñoz, sentí que una parte de mí había llegado donde quería llegar.