Presunción de decencia
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Presunción de decencia

En el momento mismo en que Rajoy se plantó ante Pedro Sánchez y le espetó lo de "Yo soy un político honrado", confirmó que es un político indecente. Su indecencia consistió en confundir, a mala fe, "honradez" y "decencia", que es lo mismo que meter en un mismo saco, en un torticero tótum revolútum, los actos morales con los que, simplemente, se limitan a no infringir el Código Penal.

EFE

En el momento mismo en que Rajoy se plantó ante Pedro Sánchez y le espetó lo de "Yo soy un político honrado", confirmó que es un político indecente. Su indecencia consistió en confundir, a mala fe, "honradez" y "decencia", que es lo mismo que meter en un mismo saco, en un torticero tótum revolútum, los actos morales con los que, simplemente, se limitan a no infringir el Código Penal. En una discusión de patio de colegio, Rajoy habría fingido lágrimas de cocodrilo, dirigido su dedo delator hacia Sánchez y exclamado-: "¡Señoritaaa, Sánchez me está llamando ladróoon!". Afortunadamente, todos presenciamos la escena y oímos que Sánchez no había llamado "delincuente" a Rajoy, le había acusado de "indecente". Y para poder defenderse de la acusación de indecencia, el presidente necesitaba hacer creer al sector más obtuso de su audiencia que "criminal" e "indecente" eran términos intercambiables. El "trilerismo" verbal es una modalidad de indecencia completamente inaceptable en política: las palabras quieren decir lo que significan, no lo que el ventajista de turno quiere que signifiquen.

De la acusación de ladrón, si no has sido imputado, te puedes defender fácilmente, pero en política, la mujer del César no sólo debe ser honrada, sino parecerlo. En efecto, aunque no existe material jurídicamente probatorio acerca de que el "hacemos lo que podemos" que le envió el Presidente a Bárcenas signifique "ten paciencia, estamos destruyendo cuantas pruebas están a nuestro alcance", lo cierto es que, en su día, sonó exactamente a eso. "Hacemos lo que podemos" es la frase que el compinche de Al Capone le hubiera hecho llegar al mafioso en su celda, en un papelito, metido en una barra de pan. Una interpretación más que legítima de este ambiguo sms, dado que más tarde supimos que los discos duros de los ordenadores de Bárcenas habían sido oportunamente destruidos antes de que llegara la policía.

Aunque Publio Clodio Pulcro fue absuelto de la acusación de seducir a Pompeya, César se divorció de ella al grito de "Mi mujer debe estar por encima de toda sospecha". No había pruebas de su adulterio, pero toda Roma se deshacía en habladurías. Es lo que defendía Sánchez: a Vd. le asistirá, como garantía jurídica, la presunción de inocencia; pero que además quiera exportar a la vida pública el concepto de "presunción de decencia" es un abuso intolerable. La honorabilidad política hay que ganársela con explicaciones públicas y éstas no sólo deben "ser", sino resultar satisfactorias y creíbles para la ciudadanía. Nos hemos acostumbrado a que el mero hecho de salir a pedir disculpas por un comportamiento indecoroso conlleve la absolución automática del indecente. No es así: Rajoy habrá pedido disculpas por lo de Bárcenas, pero el único que ha creído en su arrepentimiento y se ha perdonado a sí mismo es el propio presidente.

Ha quedado claro, a través de lo que un jurista llamaría "doctrina de los actos propios", que para el PP la única norma de conducta posible y respetable, para garantizar la convivencia entre españoles, es el Código Penal. O como diría Martínez Pujalte, (hoy ya convertido en cadáver político gracias al excelente trabajo periodístico de @fgarea) ¿para qué preocuparse de si un acto es moral si no infringe la ley? Cuando Gustavo de Arístegui se ve obligado a dimitir, por la desfachatez de servirse de su cargo para alzarse con suculentas comisiones, dice que lo hace "para no perjudicar al Gobierno". Una motivación indecente, al más puro estilo Rajoy, puesto que la única razón éticamente aceptable para irte a casa cuando te pillan en un renuncio no es tanto la de no perjudicar a los tuyos, sino la defensa del interés general. No es posible ejercer de manera satisfactoria tu papel de embajador si estás al servicio de oscuros intereses particulares.

Rajoy comete una indecencia política de primer nivel al no destituir a su turbio embajador y permitirle salvar la cara con una dimisión supuestamente honorable. Pero su dimisión no puede considerarse un acto de los llamados "morales", puesto que está en la propia naturaleza de los mismos que estos no pueden ser coercitivos. Un beau geste deja de serlo en el instante mismo en que el otro se entera de que ha sido forzado. El acto moral es aquel en el que puedes decir "lo hago porque es lo correcto, nadie me obliga". La presión de la prensa y sobre todo de su propio partido para que dimita ha sido formidable y a nadie le cabe duda alguna de que si por Arístegui hubiera sido, el embajador habría esperado a que escampase, como hizo Wert al fugarse a París con su mujer: su indecencia estaba amparada por las leyes.

¿Presunción de decencia? ¡No, se la aceptamos, Sr. Presidente!¡Hasta aquí podríamos llegar!

O como Vd. mismo diría: no podría haber exigido una presunción más "ruiz".