'Cabaret', un musical inmersivo con conciencia
Un musical adulto de amores imposibles bien cantando e interpretado, para espectadores con conciencia, que te lleva a un club de los años veinte.
Cabaret en el U Music Hotel Teatro Albéniz dio el pistoletazo de salida a la temporada de teatro musical en Madrid. Y este año, como pasara hace dos años, es una temporada que viene cargada de estrenos de pesos pesados, y de competencia feroz por el favor del público. Un mercado en el que esta propuesta es un gran competidor.
¿Qué que ofrece frente al resto? Antes que nada, una experiencia adulta, en el sentido que hay sexo, drogas y foxtrot. La obra sucede en el Berlín de entreguerras. La población está empobrecida. El partido nazi asciende. Proliferan los cabarés. Y cada uno hace, vende y comercia con lo que puede para sobrevivir.
A ese Berlín llega un joven norteamericano aspirante a escritor en busca de inspiración y con los bolsillos vacíos. Y allí, su sexualidad dudosa hasta ese momento acaba aclarándose gracias a Sally Bowles. Una cabaretera de cuarta con mala suerte en sus relaciones con los hombres que se le cuela en la pequeña cama que tiene en el cuarto mínimo que tiene alquilado en una casa de huéspedes de poca monta.
Son pobres, pero son jóvenes y se quieren. Eso parece bastarles para ser felices en ese mundo caótico y políticamente revuelto al que el cabaré le pone música, humor y un falso glamour gracias a las tías buenas y los tíos macizos en paños menores que bailan y cantan en escena y se pasean por el local.
Todos estos elementos le sirven al equipo artístico para ofrecer lo que llaman una experiencia inmersiva. ¿Qué que significa esto? Pues que el escenario y el patio de butacas del teatro se han llenado de mesitas con sillas y sus lamparitas, al estilo de lo que la imaginación colectiva podría pensar que fue un cabaret o un club en su momento.
Mesas entre las que se pasará el elenco, habitualmente la línea de coro, mostrando sus atractivos antes y durante la función. Atractivos que se pueden mirar, pero no tocar, como se avisa por megafonía, por si alguien se creyese que está en los años veinte o treinta del siglo XX y osase propasarse.
Pero, sobre todo, para unos cuantos afortunados o afortunadas, que puedan pagar las entradas platinum o experience, estar en el escenario al lado de los artistas mientras se representa la función, como si se estuviera en el lugar donde sucede cada escena y verlos hasta pestañear. Aunque si se es más de observar en la distancia, desde la oscuridad y apreciar el conjunto mejor cualquiera de las otras entradas.
Todo esto puede parecer como muy espectacular, pero también evita que justo se pueda recurrir a una espectacularidad como la de El Rey León, que se cita siempre como el gold standard de los musicales en España. Porque hay que usar elementos escénicos que sean fáciles de pasar entre las mesas y poner y retirar rápidamente.
Lo que no es malo para un musical como este, cuyas bazas son la música de John Kander, las letras de Fred Ebb y las situaciones que permite el libro de Joe Masteroff. Todo ellos elementos los que deben ser puestos en escena, es decir, interpretados de una forma excepcional.
En este sentido se lo han currado. Pues no solo hay química entre la pareja protagonista, formada por Amanda Digón y Pepe Nufrio, sino que también cantan bien tanto juntos como por separado. Aunque en este sentido destaca ella que hace una Sally Bowles con la vulnerabilidad de Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes y canta de forma excepcional todos sus números.
Como también hay química en la otra pareja de este musical también formada por buenos cantantes. Como son Carmen Conesa, la aria dueña de la casa de huéspedes, y Tony River, el frutero judío enamorado de ella. Un amor que el nazismo hará imposible.
Sin embargo, la apuesta para Emcee, el particular y siempre atractivo maestro de ceremonias del cabaret en el que trabaja Sally, falla, al menos el día al que pertenece esta crítica. Y eso que Abril Zamora da perfectamente el perfil para este personaje y que cuando se anunció generó bastante expectación. Sobre todo, después de haberla visto en el Orlando que Marta Pazos hizo a partir de la novela de Virginia Wolff para el Centro Dramático Nacional. Es cierto que la caracterización, sobre todo en la primera parte, y las pautas con la que está creado su personaje no ayudan, pues cuando esta cambia tras el intermedio empieza a fluir.
A todo ello hay que añadir varias mejoras. La más importante es que por fin se ha cuidado el sonido para que se entiendan las letras, como en muchos de los musicales estrenados esta temporada. La otra es el aspecto musical, también cuidado, y, a la vez, usado escenográficamente con la orquesta puesta al fondo del escenario que proporciona, sobre todo al principio de la función, la espectacularidad que no se puede dar de otra manera.
Con todos estos elementos se podría decir que este es un musical de amores imposibles, con muy buenos números musicales bien interpretados y tocados, para espectadores que condenan claramente el nazismo y sus consecuencias, que te lleva literalmente a un club de los años veinte.