'Todo lo que veo me sobrevivirá', cuando la Cuarta Pared habla
Resuena en el espectador, como le resuena la vida.

El Teatro Sala Cuarta Pared cierra el Tríptico de la Vida con el que celebra sus cuarenta años con la obra Todo lo que veo me sobrevivirá. Una colección de cinco textos pequeños, por longitud, pero grandes, por calidad, interpretados por un elencazo con la acertada dirección de Raquel Alarcón.
Textos que, de ser cierto lo que se cuenta al principio de la obra, surgen de la necesidad de la directora de mirar la vida siguiendo el método de enseñanza de claroscuros de Leonardo Da Vinci. Un método que consistía en poner a los aprendices de cara a la pared a mirar hasta ser capaz de apreciar los matices de oscuridad, donde otros solo verían una pared.
Una pared que perfectamente podría ser la icónica pared de la Cuarta Pared. Que en estos cuarenta años han visto mucha vida, ficcionada, claro está. Si las paredes hablasen, ¡todo lo que esta podría contar!

El caso es que a la directora en esas sombras platónicas ha encontrado unas cuantas historias que contar. Y de lo que escuchó y vio en las sombras han surgido cinco pequeñas obras escritas por cinco dramaturgos a los que contó sus visiones. A las que acompaña de una obra personal. Un recuerdo de infancia, que recorrerá el escenario en las sombras de vez en cuando, una presencia leve y liviana que apenas se ve.
Parodiando a Pirandello se podría decir que Alarcón fue una directora en busca de autores. Hay quien las describiría como una colección de entremeses, por eso de que es teatro. Lo que en literatura se podría llamar una colección de cuentos o relatos.
Historias que entenderán personas de hoy en día. A las que conmoverán. Donde la vida laboral es difícil de conciliar con la personal. Ni siquiera siendo artista. En los que la extrañeza, lo raro, está ahí, en la esquina de lo cotidiano con lo que llega a convivir. Porque para raros, nosotros. Donde la presión para tener epifanías es tan grande como la imposibilidad de que le toque una a alguien.
Historias cotidianas, que es donde se juega la verdadera política, la de la vida. Resuena la DANA en la primera de las historias, Cara Mayor. En las que la encargada de uno de esos grandes ultramarinos que están tomando las ciudades y los pueblos, imbuida por el lenguaje empresarial de mujer hecha a sí misma y el azaroso I ching, desoye las alarmas y las indicaciones de los técnicos de que algo no funciona y puede causar graves daños a sus clientes.
Resuena el ascenso de los partidos de ultraderecha en la segunda, Sierra de Yeguas, 23 de agosto. Un ascenso con un importante apoyo en forma de votos en el ámbito rural. En el que la diversidad y la diferencia es poco aceptada y aceptable. Tanto que se le pone, disfrazada de amor y preocupación, puente de plata para que busque un lugar, lejos, muy lejos y en otro ambiente.

Resuena la dificultad cotidiana para ser feminista en la tercera, Multiaventura. Una dificultad hecha de falta recursos económicos, la de los trabajos de los cuidados mal pagados, y los roles que se le permiten a una mujer en la realidad.
Resuena la dificultad para comunicarse y entenderse entre pares en la sociedad actual en Maserati. Donde incluso compartiendo lugar y servicio, un coche a través de BlaBlaCar, el Maserati de los pobres, es imposible conocer al otro o empatizar porque no se ven, no se miran, no se ponen en el lugar del otro.
Y resuena el actual síndrome del impostor, en El encargo. En el que a un dramaturgo se le contrata una pieza que se ve incapaz de escribir. Donde la idea de mejor pasárselo a otros que ellos sí que son verdaderos autores va cuajando y cargando de ansiedad al personaje representado de forma coral por todo el elenco. Una verdadera polifonía en la que Jorge Mayor sabe llevar la voz cantante sin impedir el lucimiento de sus compañeros.
Textos breves en los que tanto el equipo artístico, pero sobre todo el elenco, se ven obligados a crear un arco dramático, mostrar el cambio en el personaje, en un muy corto período de tiempo. En el que conseguir una temperatura emocional en el espectador y apelarle su entendimiento antes por el sentimiento que por el pensamiento. Sí, el denostado storytelling, desgastado por el abuso con el que es utilizado por los partidos políticos, es usado en este caso con maestría en esta obra. Por lo que habrá personas que nada más verle las orejas a este lobo desconfiarán y esta propuesta no les gustará, incluso les disgustará.
Lo que sucederá a pesar de que hay sabiduría y buenas referencias teatrales a raudales. Que puede que se confundan con el teatro posdramático por eso de que son cinco historias que se ven como cinco fragmentos. Sin embargo, usadas con mucha eficiencia y eficacia. No hay otra. Ya que no se trata de una gran producción. Por eso, la elección del elenco ha sido clave.
Para muestra de que el elenco está muy bien elegido, un botón. Esther Isla en la pieza llamada Multiaventura. Un monólogo, lo que ahora se llama un solo. Es de los que en un tiempo muy pretérito hacía que la gente con posibles y palco de siempre en su teatro, fuera a ver esa parte del espectáculo una y otra tarde. La ayuda que tiene un excelente texto de Lucía Carballal, con el punch que había perdido en los últimos. Entre las dos y es de suponer que con el concurso de la directora de escena hacen una pieza de orfebrería fina.

No es baladí nombrar a Carballal. Pues al igual que esta hace en Los nuestros, su última obra, Raquel Alarcón en Todo lo que veo me sobrevivirá hace un tótem con el poco atrezo que se usa en escena. Al que da empaque y volumen con el uso de los contenedores que los actores han empujado al principio de la función para colocarlos a los lados del escenario.
Es más pequeño, mucho más modesto, menos colorido, pero parece más vivido, mucho menos retórico que en Los nuestros. Porque todo lo que se encuentra en el mismo tiene y cuenta alguna de las historias que se han visto y oído durante la obra. Resuena en el espectador, como le resuena la vida. No en mayúsculas, pero sí en esos aspectos que se hace para cada persona (extra)ordinaria.