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El fenómeno del ‘divorcio gris’, la práctica cada vez más habitual en parejas españolas mayores de 50 años

El fenómeno del ‘divorcio gris’, la práctica cada vez más habitual en parejas españolas mayores de 50 años

Del mito de la jubilación dorada a la realidad de una convivencia puesta a prueba.

Pareja de personas mayores en un banco de parque, símbolo del fenómeno del divorcio en la madurez.
Una pareja de mayores sentada en un banco de parque, imagen que refleja el debate social sobre el llamado “divorcio gris”.Catherine Delahaye

Después de medio siglo de vida en común, cada vez son más las parejas en España que deciden poner fin a su matrimonio. El fenómeno, bautizado como “divorcio gris”, ha pasado en solo tres décadas de ser una rareza a convertirse en una tendencia creciente: según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en casi un tercio de las rupturas que se dan en todo el país afectan ya a mayores de 50 años.

El término hace referencia a las separaciones que se producen en la madurez, cuando el pelo empieza a teñirse de gris y los proyectos de pareja parecían asentadas. En Europa, los datos confirman la misma dinámica: el Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED) constató que la proporción de divorcios entre sexagenarios se ha triplicado desde los años noventa. Ya no se trata de una anécdota, sino de un cambio de paradigma.

En España, en 2022 se registraron 81.302 divorcios, un 6,4% menos que el año anterior. Sin embargo, el dato llamativo es que el 32,4% de esas rupturas ocurrió tras veinte años o más de matrimonio. La duración media de los enlaces disueltos fue de 16,5 años, lo que refleja que una parte creciente de los cónyuges se separa después de haber compartido buena parte de su vida adulta.

Los motivos son múltiples y se retroalimentan. La jubilación actúa como catalizador: la convivencia se intensifica y emergen incompatibilidades antes tapadas por la rutina laboral. A ello se suma la mayor esperanza de vida, que abre horizontes de dos o tres décadas por delante; la independencia económica, en especial de las mujeres, que promueven hasta el 70% de las separaciones después de los 50; el síndrome del nido vacío tras la marcha de los hijos, y la desaparición del estigma social ligado al divorcio.

El impacto económico no es menor. La división de patrimonios construidos durante décadas, el reparto de pensiones y la necesidad de mantener dos hogares pueden reducir de forma drástica el nivel de vida. El reparto del inmueble familiar suele generar tensiones y la posibilidad de relanzar una carrera profesional a los 60 es escasa, lo que eleva el riesgo de precariedad.

Tampoco se puede obviar la dimensión emocional. La soledad y el desarraigo aumentan entre los mayores divorciados, con una incidencia mayor de depresión y problemas de salud, según los estudios de Salud Pública Francia. Los hijos adultos también se ven afectados, ya sea por cuestiones de herencia o por la necesidad de apoyar económicamente a uno de los progenitores.

En el plano legal, el proceso es similar al de cualquier divorcio, ya sea de mutuo acuerdo o contencioso. Lo que cambia son los efectos: pensiones, herencias y previsión de la dependencia futura. Por eso todos los expertos siempre recomiendan que se consulten a abogados especialistas para, precisamente, no tomar decisiones apresuradas.

El “divorcio gris” no es una moda pasajera, sino una tendencia estructural asociada a los cambios sociales y demográficos. A medida que la sociedad española envejece, se redefine también la forma de entender el amor y la convivencia en la madurez. Separarse a los 60 ya no es una rareza, sino un fenómeno que cartografía la vida en pareja.