Manuel Martínez, dueño de un bar de un pueblo de Almería con 175 habitantes: "Dejarlo cerrado es una pena, prefiero alquilarlo"
La persiana del local permanece bajada desde hace cuatro años.
En los pueblos pequeños, donde el censo apenas llena una calle y la vida discurre sin prisas, los bares son mucho más que un negocio: son el corazón social del municipio. Allí se conversa, se informa de lo que pasa en el pueblo y se da la bienvenida al visitante. Cuando echan el cierre, no solo se apaga una cocina, sino que también se pierde un lugar de encuentro clave para mantener viva la rutina y el pulso de los núcleos rurales más despoblados.
En este contexto, el restaurante El Cortijillo, enclavado en la Sierra de los Filabres (Almería) y punto de referencia gastronómico de Olula de Castro, permanece cerrado desde hace cuatro años porque su propietario no encuentra a nadie dispuesto a ocuparse de los fogones. Con buenas críticas por su cocina tradicional y su ambiente rústico, este establecimiento era hasta antes del cierre el único restaurante del municipio, el cual apenas cuenta con 175 habitantes.
El propietario Manuel Martínez Gil ha explicado a ‘Despierta Andalucía’ en Canal Sur que la pandemia aceleró la situación de decadencia. "Estábamos llenos y nos llamó Sanidad para decir que teníamos que cerrar, y cerramos y ya no hemos vuelto a abrir desde entonces porque el personal que tenía se dispersó y ya no encontré a nadie más", asegura. Desde entonces, cada vez que suena el teléfono llegan llamadas de antiguos clientes que quieren reservar, pero la cocina sigue a oscuras.
Solo fines de semana
El problema clave, según el propio propietario, es que la oferta laboral es solo para los fines de semana. La retribución propuesta oscila entre 80 y 100 euros al día, con jornada de mañana que comienza a las 10:00 y se extiende hasta que termina el servicio (sobre las 17:00–18:00). Además, quien se encargue de los domingos debe dejar la cocina completamente limpia al cierre para que el local quede listo el resto de la semana.
La búsqueda de un cocinero que acepte trabajar únicamente los fines de semana se ha topado con la realidad del mercado laboral de la hostelería: los profesionales piden contratos más estables y jornadas completas. Este es el motivo por el que muchos candidatos acaban rechazando la oferta, dejando al negocio sin personal y obligando a su propietario a mantener el establecimiento cerrado pese al interés de clientes y vecinos por su reapertura.
Consciente de la importancia del restaurante para el pueblo, Manuel no contempla tirar la toalla. “Dejarlo cerrado es una pena, prefiero alquilarlo”, afirma públicamente, y anima a quien esté interesado en el puesto a ponerse en contacto con él por teléfono o acercarse directamente al establecimiento. Mientras tanto, la persiana permanece bajada y el Cortijillo continúa siendo, para quienes lo recuerda, un lugar de buena comida, trato cercano y paisaje montañoso.