Política, guerra y poder: cómo el turrón pasó de símbolo de Al-Ándalus a emblema navideño en nuestros días
Aunque se ha convertido en uno de los productos estrella e insignia del período navideño, la realidad es que se trata de un producto marcado por la historia, la política, el poder y la tradición. Su origen seguro que sorprende a más de uno.
Cada diciembre ocurre lo mismo: el turrón vuelve a ocupar un lugar central en las mesas españolas, como si siempre hubiera estado ahí, inmutable, ajeno al paso del tiempo y a las tensiones del mundo. Pero detrás de esa tableta -dura o blanda, con almendra o reinventada con sabores imposibles- hay una historia sorprendentemente política. Porque el turrón no es solo un dulce: es el resultado de conquistas, rutas comerciales, guerras por el azúcar y siglos de construcción cultural.
Aunque hoy se perciba como un símbolo casi exclusivo de la Navidad española, el turrón tiene raíces claramente árabes. Durante la época de Al-Ándalus, entre los siglos VIII y XV, se popularizó en la península una combinación que resultaría decisiva: miel, frutos secos y técnicas de confitería heredadas del mundo islámico.
Y esto no es casualidad, ya que el uso y la mezcla de miel y almendra como ingrediente principal es uno de los rasgos más evidentes y conocidos de la gastronomía y repostería árabe.. De hecho, en textos medievales ya se mencionan dulces muy similares al turrón actual, consumidos en festividades y celebraciones importantes. Tras la Reconquista, muchos de estos saberes culinarios no desaparecieron: se cristianizaron, se adaptaron y acabaron integrándose en la cultura popular.
El azúcar: un producto tan dulce como conflictivo
Pero este asunto no se podría explicar sin el papel clave que durante siglos jugó un ingrediente importantísimo. Si la miel ya lo fue durante los primeros siglos, el verdadero punto de inflexión llegó con el azúcar. A partir del siglo XV, el azúcar empezó a sustituir progresivamente a la miel, pero no era un ingrediente cualquiera: era caro, escaso y profundamente político.
El azúcar dependía de rutas comerciales mediterráneas y, más tarde, atlánticas. Primero llegaba desde el mundo islámico; después, con la expansión colonial, desde plantaciones americanas sostenidas por trabajo esclavo. Comer azúcar era, literalmente, consumir poder.
Durante siglos, los dulces elaborados con azúcar estuvieron asociados a las élites. Que el turrón sobreviviera y se popularizara dice mucho de cómo ciertos productos "de lujo" acaban democratizándose cuando los equilibrios económicos cambian. El turrón, como el chocolate o el café, pasó de ser un privilegio a convertirse en tradición.
Jijona, Alicante y la batalla por la identidad
Sin embargo, y pese ala evidente influencia árabe, el turrón que hoy conocemos no sería lo que es sin el Mediterráneo español. Localidades como Jijona o Alicante se especializaron desde época moderna en la producción de turrón, aprovechando un entorno perfecto, como los almendros, las rutas y comercio marítimo y un conocimiento culinario cada vez mayor.
Y en este punto entra otra dimensión política: la de las denominaciones, quiénes pueden hacerlo (gremios) y la defensa del producto propio. Desde el siglo XVIII ya existen ordenanzas que regulan quién puede fabricar turrón y cómo debe hacerse. Mucho antes de que habláramos de “denominación de origen”, ya se hablaba, en otros términos de una identidad gastronómica íntimamente ligada al territorio.
No es casual que hoy Jijona y Alicante sigan siendo sinónimo de turrón. La tradición no es solo cultural: es económica y estratégica.
De dulce festivo a símbolo de la Navidad
Aquí se abre otra cuestión, ¿por qué el turrón se asocia casi exclusivamente a la Navidad? En parte, por una cuestión práctica: era un producto con gran aporte de energía, fácil de conservar y muy cómodo para celebraciones puntuales. Pero también porque las fiestas religiosas cristianas absorbieron costumbres anteriores y las resignificaron.
Con el paso de los siglos, el turrón dejó de ser un dulce "de cuando hay almendras" para convertirse en el dulce de diciembre. En el siglo XX, la publicidad terminó de cerrar el círculo. Anuncios, canciones y campañas lo convirtieron en un marcador temporal: si hay turrón, es Navidad.
De hecho, la importancia cultural del turrón se refleja incluso en el lenguaje. Expresiones tan populares y asociadas a contextos tan particulares como "este no se come el turrón"-usada para señalar a alguien con poco futuro o a punto de caer- solo funcionan porque todos entendemos lo que significa el turrón: llegar a diciembre, sobrevivir al año, estar dentro del grupo.
No es una frase inocente. Resume perfectamente cómo un alimento se convierte en símbolo de pertenencia, éxito o continuidad. Comer turrón no es solo comer: es seguir estando.
Un dulce con más historia de la que parece
Hoy el turrón se reinventa con sabores exóticos, versiones gourmet o formatos inesperados. Pero debajo de esa capa moderna sigue latiendo una historia de intercambios culturales, conflictos económicos y construcción identitaria.
Puede que el turrón sea uno de los productos más “normales” de nuestras Navidades. Precisamente por eso resulta tan interesante: porque demuestra que incluso lo más cotidiano está atravesado por la política, el comercio y la historia. Y que, a veces, entender un país pasa por empezar por lo que pone sobre la mesa.