Un jubilado utiliza arena para almacenar calor, llaman a la puerta y es un experto en en energía solar con una propuesta con potencial
La idea parte de una premisa sencilla: la arena puede calentarse mucho más que el agua y sin riesgo de presión. Es barata, no tóxica y fácil de manejar.
En un momento en el que Europa busca soluciones creativas para almacenar energía limpia, un caso recogido por el medio alemán Chip ha llamado la atención por su sencillez y ambición. El protagonista es Robert Hofer, un electricista de radio jubilado de Suiza, que decidió experimentar con un sistema doméstico capaz de guardar el calor del verano para usarlo en pleno invierno. El resultado es un método sorprendentemente asequible cuya base no es tecnología sofisticada, sino algo tan cotidiano como la arena.
Hofer instaló su primer prototipo en 2024, en la terraza de su vivienda en Emmental. Según explica, antes de empezar pidió a una inteligencia artificial que verificara sus cálculos. Con un barril de 200 litros, ocho paneles solares y arena comprada en una ferretería, creó un acumulador térmico que funciona de forma muy directa: los paneles alimentan cables de resistencia que calientan ladrillos refractarios insertados en el interior del barril y rodeados de arena. Esta masa puede alcanzar más de 300 grados. “Cada vatio acaba en la arena como calor”, resume Hofer. Una manguera enrollada alrededor del depósito permite extraer esa energía y transferirla al sistema de agua caliente.
La idea parte de una premisa sencilla: la arena puede calentarse mucho más que el agua y sin riesgo de presión. Es barata, no tóxica y fácil de manejar. No obstante, especialistas citados por Chip advierten de sus limitaciones. La eficiencia de un sistema que genera temperaturas tan altas no es óptima para calefacciones domésticas convencionales, que requieren unos 40 a 60 grados. También recuerdan que la capacidad de almacenamiento por volumen es menor que la del agua. Por ello, expertos como el profesor Jörg Worlitschek ven un potencial mayor en aplicaciones industriales que necesitan calor extremo.
Aun así, Hofer y su socio han querido perfeccionar el concepto. El prototipo inicial fue desmontado y hoy existe una versión estable de casi cinco toneladas de arena en un garaje cercano, donde ya alcanza cerca de 100 grados tras pocas horas de funcionamiento. El coste del material rondó los 4.800 euros, y Hofer insiste en que incluso “ahorrar unos cientos de litros de gasóleo al año” justificaría la inversión.
El invento no solo almacena calor: Hofer también ha probado a cocinar sobre arena caliente mediante un núcleo de hierro, logrando preparar platos como un chili. Además, ha presentado su idea a organizaciones humanitarias y a la embajada de Ucrania, proponiendo su uso en regiones donde la guerra ha destruido sistemas de calefacción. Según plantea, bastaría cubrir grandes salas con arena e instalar cables conectados a paneles solares para ofrecer una fuente básica y autónoma de calor.
Inspirado por proyectos como la gigantesca batería de arena finlandesa de Polar Night Energy, Hofer cree que su solución aún necesita perfeccionarse, pero puede convertirse en una herramienta útil, económica y replicable allí donde más se necesite.