Una joven lleva cinco años viviendo con su pareja en una minicasa y habla sin filtros: "Es inevitable que nos saquemos de quicio"
Se ordena menos, se limpia menos... y se roza más.

El mercado de la vivienda está por las nubes. El derecho a un techo digno casi brilla por su ausencia y, en toda Europa, los ciudadanos se dejan un bocado demasiado grande de su salario en pagar un piso o una casa, y no siempre en óptimas condiciones. Eso lleva, cada vez más, a buscar alternativas a lo tradicional, sea en forma de residencias compartidas, autocaravanas o minipisos.
Aquí te vamos a hablar de estos últimos y sus problemas. Vivir en casas pequeñas puede intensificar los roces de la convivencia, principalmente debido a la falta de espacio personal y privacidad, lo que genera estrés y tensión. Los problemas comunes no difieren mucho de los que surgen en viviendas grandes, pero la proximidad física los hace más acuciantes. Es habitual que surjan problemas de organización y desorden y, también, dificultades de comunicación.
Es lo que ejemplifican casos como el desvelado por Business Insider, firmado en primera persona por una joven llamada Amber McDaniel, escritora de Wyoming (Estados Unidos). "Vivir en una casa diminuta puede ser la quintaesencia del minimalismo acogedor, con ventajas como bajos costes de servicios públicos y menor esfuerzo de limpieza. Sin embargo, lo que rara vez se expresa en la versión de Instagram de la vida en espacios reducidos es cómo afecta el espacio limitado a tus relaciones", expone de inicio.
Asume la también artista que estaba "preparada" para hacer frente a "ciertas limitaciones" en cuanto a comodidad y espacio pero, tras pasarse cinco años viviendo en apenas 37 metros cuadrados, puede decir "con seguridad" que eso "no fue lo peor", aunque haya sido difícil. "El mayor desafío fue el impacto inesperado en mi vida social y cómo mi hogar moldeó, sobrecargó y restringió mis relaciones con las personas que amo", declara.
Expone situaciones transparentes, como la imposibilidad de llevar amigos a una cena, unos ocho, cuando hay espacio para dos sillas. Ya no digamos mesas y platos. "Rara vez resulta agradable", asume. "Mi pareja y yo invertimos en unas sillas plegables y una mesa de comedor extensible para cuatro personas, pero aún así el espacio es bastante reducido", explica.
Pero eso igual se resuelve yendo a casa de otro colega o a un bar o con unas risas por las estrecheces, pero las relaciones se resienten. "Ni mi pareja ni yo vivimos cerca de nuestras familias, lo que significa que tenemos que conducir al menos siete horas para visitar incluso a nuestros parientes más cercanos. En los cinco años que llevamos viviendo aquí, hemos hecho este viaje más de una docena de veces", indica. "Es raro que otros nos visiten, aunque en parte entiendo por qué". Habla de una pseudo habitación de invitados, que es, en realidad, la caravana en la que vivían antes. "De lo contrario, los visitantes tienen que alojarse en un hotel, lo que supone un gasto considerable para la visita", reconoce.
Hay excepciones, dice McDaniel, como la de su propia madre, con "espíritu aventurero", a la que no disgusta en absoluto la caravana, pero "la mayoría de los visitantes consideran que la falta de control de temperatura y la cama, en la que prácticamente hay que meterse, son factores decisivos para no viajar". Pensó, de inicio, que estar en un lugar pequeño sería "liberador", porque de tan pequeño, su piso no sería visitado ni reclamado como hotel. "Pero poco a poco me di cuenta de que esto también significaba que tenía menos control sobre cómo y cuándo entraba en contacto con la gente", entiende ahora, vista la experiencia.
"Compartir espacio puede ser una forma de expresar cariño" y eso se pierde, forzosamente. Ahora, depende de otros para organizar quedadas, lo que hace que se sienta como una "aprovechada".
¿Qué pasa con la pareja?
¿Y si hablamos de pareja? Aunque la apuesta sea de los dos, nadie sale inmune de esta, dice. "Las casas diminutas no están diseñadas para "tiempo a solas", y aunque mi pareja y yo lo hemos logrado con la flexibilidad de contorsionistas y mucho humor, no siempre es fácil. Las discusiones no tienen dónde resolverse y nuestras necesidades de espacio a menudo se superponen. Cada llamada telefónica, cada suspiro y cada tintineo de una cuchara es audible para la otra persona", enumera.
En su caso, las cosas se complican porque su pareja también es su socio y en el minipiso también trabajan en lo mismo. "Dirigimos un negocio juntos desde casa, así que no hay ningún respiro en el que uno de nosotros pueda ir a la oficina durante unas horas. Por mucho que quieras a alguien: si estáis juntos las 24 horas del día, inevitablemente acabaréis sacándoos de quicio", confiesa. Para lidiar con eso, recomienda "honestidad", ser sincero y decir "oye, te quiero, pero hoy necesito tu espacio". Eso "es mucho mejor que guardarse las cosas hasta que una pequeña molestia se convierta en un problema mucho mayor". Al final, con esa base, cada uno encuentra su espacio, sostiene.
"En definitiva, he llegado a comprender que vivir en una casa diminuta conlleva altos costes sociales", concluye la escritora.
