Una mujer de 46 años ha vivido en una caravana desde siempre y sentencia: "Aún nos llaman apestosos campistas"
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Una mujer de 46 años ha vivido en una caravana desde siempre y sentencia: "Aún nos llaman apestosos campistas"

Hija de viajeros, vecina del mismo camping desde que nació, defiende su modo de vida y denuncia los prejuicios que todavía arrastra

Una caravana en un camping del norte de los Países Bajos, similar al de Emmen donde vive Mienie Wolters desde que nació.Larry Crain

No hay nadie en este mundo que pueda convencer a Mienie Wolters para que se traslade a vivir a un piso. Ni aunque le regalen una casa con la hipoteca pagada. Esta neerlandesa lleva 46 años viviendo en una caravana instalada en un camping que está a las afueras de Emmen, una localidad que se encuentra al norte de los Países Bajos y, como le cuenta al diario De Telegraaf, no la cambia por cuatro paredes de ladrillo ni aunque se lo amueblen con el catálogo completo de Ikea. “Nosotros no somos campistas, somos viajeros. Lo llevamos en la sangre”, explica al periódico neerlandés, que cada semana dedica espacio a contar la vida cotidiana de distintas parejas y familias por todo el país.

Sus padres ya recorrían medio país cuando todavía se podía ir de pueblo en pueblo con la caravana a cuestas. “Era divertido, conocías a todo el mundo”, recuerda. Pero aquel estilo de vida se terminó cuando el Gobierno neerlandés prohibió el nomadismo y obligó a que muchas familias se instalasen permanentemente en los campings de todo el país. Desde entonces, Mienie ha echado raíces en el camping de Emmen, aunque sin olvidar ni un día la forma de vida que ha heredado de sus padres.

Una vez intentó vivir “como los demás”, pero no salió bien. “Nuestra caravana se cayó de la grúa y tuvimos que mudarnos a un piso. Fue horrible. La primera noche creí que había alguien en casa, pero eran los vecinos de arriba. Ese ruido no lo conocía. En una caravana solo te oyes a ti misma”. Aquella experiencia le bastó para confirmar que lo suyo no eran los techos de hormigón.

En su campamento todo el mundo se conoce. Los niños corren de casa en casa, los padres se saludan a diario y los abuelos se encargan de vigilar que nadie se pierda. “Si veo a un crío yendo por donde no debe, lo paro y lo devuelvo a su madre. Aquí somos como una familia grande”, cuenta. Esa sensación de comunidad, sin embargo, desaparece en cuanto salen al exterior.

“Todavía nos llaman campistas apestosos o sucios. En los partidos de fútbol se escucha eso y pienso: son niños, ¿qué estáis haciendo?”, lamenta. A veces la curiosidad de los demás roza la comedia. “Nos preguntan si tenemos calefacción o si hay que pedir permiso al jefe del campamento antes de venir. Me río, pero a veces pienso: solo porque nací en una caravana, ¿soy distinta a ti?”

Mientras su marido, Jan, trabaja en el negocio del metal, Mienie se ocupa de la casa y la familia. “Yo cocino, limpio y él se encarga de que vivamos bien”, dice sin complejos. Dejó su trabajo en una tienda cuando las hijas se hicieron mayores y, tras superar un tumor cerebral, decidió centrarse en lo esencial. “Desde entonces lo tengo claro: mi trabajo es ser madre y abuela. Y con eso me basta.”

Sus hijas, ya adultas, también han elegido la vida del campamento. De pequeñas llenaban la casa de amigas, y más de una mañana Mienie se encontró desayunando con media docena de chicas que se habían quedado a dormir sin avisar. Pero con los novios, ni hablar. “Hasta que no se iban a vivir juntos, prohibido dormir fuera. Igual que me pasaba a mí”, dice, medio seria, medio orgullosa.

Hoy disfruta viendo corretear a sus nietos por las calles de grava y las flores de plástico que decoran las puertas. Les repite una máxima sencilla: respeto, educación y cariño. “Lo que das, vuelve. Sé amable, sé limpio, sé cariñoso. Haz que la gente se sienta bienvenida. Ya hay bastante odio en el mundo. Yo siempre digo: odio el odio.”

Y mientras el sol se refleja en las chapas de las caravanas, Mienie sonríe. No le hace falta viajar para sentirse libre. Porque aunque el mundo la llame campista, ella lo tiene clarísimo: viajera, de las de toda la vida.

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