Hillary Clinton sobrevive al debate más tosco de la historia

Hillary Clinton sobrevive al debate más tosco de la historia

SAN LUIS ― El segundo debate fue desagradable y vergonzoso incluso antes de empezar.

El candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, sabía que se haría alusión a las grabaciones que se publicaron este viernes en las que se pavoneaba de sus tácticas de depredador sexual.

La candidata demócrata, Hillary Clinton, sabía que Trump respondería echándole en cara el historial de adulterio y conquistas sexuales de su marido.

El sexo nunca había tenido un papel tan central en un debate presidencial.

Y desde el momento en el que Clinton y Trump entraron en el escenario, cada uno desde una punta, todo se dijo en un tono desagradable. Los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos se cruzaron en el medio del escenario y se negaron a saludarse con un apretón de manos.

A partir de ahí empezó el descenso en picado: una caída salvaje en acusaciones ácidas de ineptitud, amenazas de persecución penal y denuncias de todo tipo en el que fue el debate más polémico ―e infantil― de la historia.

Trump, que vagaba sin rumbo por el escenario como un tigre viejo, le dijo a Clinton que debería estar en la cárcel, la llamó mentirosa a la cara, acusó a su marido de haber cometido abusos sexuales y de haber callado y castigado a las mujeres implicadas.

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Donald Trump vagaba por el escenario mientras Hillary Clinton hablaba.

Clinton, con una sonrisa áspera, le dijo a Donald Trump que no estaba cualificado para ser presidente, que era peligrosamente ignorante, un mentiroso congénito, un evasor fiscal, un racista y un matón.

Y en el que seguramente fue el momento más escalofriante de la noche, Trump aseguró que Clinton había manipulado los e-mails del Departamento de Estado y que "debería estar en la cárcel" y juró que si ganaba las elecciones contrataría a un abogado para que investigara su conducta mientras era Secretaria de Estado.

Evidentemente, Trump ya había decidido que Clinton debería estar en la cárcel, así que… ¿quién necesita a un abogado?

Nunca en la historia se había visto que un candidato a la presidencia de Estados Unidos amenazara a su oponente con encarcelarlo. Es el tipo de amenaza propio de países con regímenes despóticos, donde los candidatos que no ganan las elecciones a menudo acaban en prisión.

El formato abierto del lugar del debate permitió a Trump rondar por el escenario, acechar a Clinton por la espalda mientras ella respondía a las preguntas y meterse a la fuerza con la candidata demócrata por temas como sus e-mails o su modesto historial de logros en el Congreso.

El republicano admitió con orgullo que había declarado pérdidas por valor de 916 millones de dólares en su declaración para evitar pagar impuestos, pero atacó a Clinton por no cambiar la misma ley de la que él se había servido.

Una mujer musulmana le preguntó qué iba a hacer para apaciguar a su comunidad, a lo que Trump contestó desafiante ―casi con desprecio― que su deber como ciudadana era informar a la Policía si veía cualquier prueba de "terrorismo islámico radical". Casi no pudo contener las muecas al responder.

Fue una contestación "políticamente incorrecta" diseñada para contentar a sus simpatizantes de derechas y para decepcionar a todos los demás.

Pero, al mismo tiempo, el millonario no dejaba de traicionar a su propia ignorancia; ni a los detalles de las políticas que apoyaba, ni a las cuestiones de política internacional por las que afirmaba preocuparse.

Defendió al presidente sirio Bashar al Assad (y dijo que incluso Mike Pence, su candidato vicepresidencial, se equivocaba al sugerir lo contrario), dijo que no sabía "nada sobre Rusia" y afirmó saber más de Oriente Medio que todo el Pentágono.

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Trump y Clinton no se dieron la mano antes del debate, pero sí después.

Con su estilo meticulosamente cuidado, una sonriente Clinton recitó con detalle sus victorias políticas con respecto a la sanidad infantil, entre otros asuntos, habló con detalle sobre lo que Estados Unidos debería y no debería hacer en Siria y sobre cómo debería reformarse la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible.

Pero Clinton contraatacó a los ataques de Trump: le acusó de haber utilizado acero extranjero en sus proyectos, le vinculó (sin tener pruebas) con el presidente ruso Vladimir Putin y los hackers rusos, insistió en que estaba incitando a la violencia en sus mítines y con sus mentiras racistas sobre el lugar de nacimiento del actual presidente, Barack Obama.

Después del debate, Rudy Giuliani —miembro del Partido Republicano, exalcalde de Nueva York y defensor de Trump— me dijo que creía que Trump había ganado el debate. "Ha sido el agresor", declaró el exalcalde. "Lo ha controlado todo".

Pero Joel Benenson, el principal asesor de Clinton, me informó de que Trump había pecado de falta de conocimiento y había "vendido a su candidato a vicepresidente" en lo que al asunto de Siria se refiere.

El grupo de sondeo de Frank Luntz, encuestador republicano, consideró que Trump había ganado el debate, y está en lo cierto si se tiene en cuenta que la violencia verbal del debate —y la libertad de movimiento en el escenario— le dio ventaja.

Pero otras encuestas, entre ellas la que realizó la cadena CNN, dieron una victoria holgada a Clinton.

En resumidas cuentas, Trump lo hizo mejor que en el primer debate porque sedujo a sus votantes, pero no hizo nada para atraer a nuevos votantes.

Después de ver cómo su popularidad disminuía en las encuestas públicas y en los recuentos del Colegio Electoral de los Estados Unidos, tenía que haberse esforzado más. Intentó dar un puñetazo sobre la mesa, pero acabó golpeándose a sí mismo.

Nota del editor: Donald Trump a menudo incita a la violencia, es un mentiroso compulsivo, un xenófobo, un racista, un misógino y un agresivo que ha prometido en repetidas ocasiones que prohibirá la entrada a todos los musulmanes -1.600 millones de personas pertenecientes a una misma religión- a Estados Unidos.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero e Irene de Andrés Armenteros.

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