'Carmen', bailando en la oscuridad

'Carmen', bailando en la oscuridad

'Carmen' - Compañía Nacional de Danza -Jesús Vallina

Si alguien me dice que no le ha entusiasmado Carmen de la Compañía Nacional de Danza (CND) que con coreografía de Johan Inger se puede ver en los Teatros del Canal de Madrid (y posteriormente en otros teatros pues está girando), lo entenderé perfectamente. Porque este montaje no está hecho para entusiasmar. Son otros los mimbres que rodean a esta función en las que palabras como bonito o de rompe y rasga no caben en la ecuación.

El trabajo, que es una reposición, está pensando para crear reflexión y belleza. En definitiva, arte. Hay que recordar que el arte es difícil de conseguir y, las más de las veces, persiguiendo ese arte se fracasa. Fracasos que a veces son sumamente bellos y que dejan cosas por aquí y por allí que luego darán sus frutos.

No se puede decir que esta Carmen sea un fracaso artístico. Tiene reflexión, construcción, estructura, pensamiento y tiene técnica (esta vez, me ha parecido mejor el cuerpo de baile masculino que el femenino.) También tiene fallos. Pantalones negros, personajes vestidos de negro, escenografía fundamentalmente negra, ¿cómo apreciar alguno de los movimientos sobre todo cuando eran negro con negro y sobre negro?

Obra con el riesgo que todo artista debe asumir. En este caso el de hacer contemporánea en escena una música que no lo es. Una música narrativa a la que, tal vez, no le vaya una coreografía sin puntas. Pensada en movimientos o cuadros, en escenas, cuya continuidad ha necesitado los insertos más bien electro-pop de Marc Álvarez que parecían cortes, más cuando la Sinfónica Verum bajo la dirección de Manuel Coves tocaba la música de Bizet (por cierto, qué bien sonaba la orquesta ¿se habrá preocupado Alex Rigola, el nuevo director artístico del teatro, por arreglar la sonoridad de la sala?)

Si se puede decir todo lo anterior es porque se trata de un producto honesto. Afronta los retos que se pone. Nadie del equipo se achanta ni se echa para atrás a la hora de contar la historia de esta mujer, representante y mito de la tan traída y folclórica pasión española. Esa con la que enamora al fortachón y bonachón vasco, que en esta versión es un guardia de seguridad, y lo arrastra a una vida de marginación, celos y crímenes, convirtiendo el orden en desorden. En la desordenada vida de cada día.

Folclor que no falta en esta versión gracias al rojo del traje de Carmen, los volantes y los lunares de los trajes que el recientemente fallecido David Delfín creó para este ballet. O cuando el cuerpo de baile grita, más que canta, "¡Toreador!". Un torero que con en ese traje de luces oscuro y pantalón que le queda corto le dan un aspecto de payaso salido de uno de esos números poético-cómicos de clown del Circo del Sol.

  Carmen - Compañía Nacional de Danza -Jesús Vallina

Por tanto, resulta una mezcla irregular de aciertos y desaciertos. De momentos para disfrutar y momentos para abandonarse o abandonar lo que pasa en escena. Tal vez producto de una compañía que cuando se hizo la coreografía estaba buscándose, tratando de encontrarse. No cabe duda de que esta coreografía les ayudó. A ellos y a sus espectadores. Tuvo sus frutos, como esa integración de los elementos escénicos que también tiene su baile en escena, su coreografía de movimientos, creando espacios que bailan y donde bailar de una forma sencilla, simple y bella.

Reponer Carmen, tras el magnífico programa Una noche con Forsythe que se pudo ver en el Teatro Real o tras el programa CDN a la carta en el Teatro Pavón Kamikaze, es un acierto. El acierto valiente de una compañía que busca la complicidad más allá de su público natural, al que invita a hacer un viaje juntos. El de repensar artísticamente la función de una compañía de ballet nacional que debe revisitar la tradición, desde la más clásica hasta la más contemporánea, lo mismo que debe seguir creando desde presupuestos dancísticos más actuales lo que pasa y lo que nos pasa.

Como en este montaje en el que la violencia de género, el asesinato de Carmen, de una mujer, se baila sin culpabilizar a la víctima, sin hacerla responsable de su muerte. Y a su asesino, Don José, se le hace bailar con la condena que merece el delito y la compasión que se merece el delincuente. Hechos que se deben mirar con miradas limpias, como el niño que hay en esta producción, pero pensarlos con mentes adultas como la que exige la situación, este grave problema, esta coreografía.